29 septiembre, 2011

Jose, sin acento.

Anoche, sin hacer ruido, se marchó Jose de este mundo para disfrutar de la presencia de Dios, en virtud del sacrificio de Jesús en la cruz. Jose sin acento, Jose invitándome a comer, Jose llegando a la iglesia con su acento malagueño,  de risa constante. Jose quejándose, peleando, Jose de albañil, Jose rugiéndole al Barcelona para que llegara a ser el equipo que es hoy, Jose luchando, Jose decepcionado, Jose sentado a la mesa y levantándose para ponerme un café. Jose.
La enfermedad se le encaramó encima y él le plantó cara, pero llega un momento en el que la existencia dice basta y lo que se soñaba y planificaba salta por los aires para hacerse jirones de pena.
Me habría gustado estar más cerca. Las malditas distancias y sus desafíos. Pero ahora toca salvar esa distancia para estar con Mari que se queda sin su marido, que se queda con el silencio y con la soledad. Maldita ausencia, maldito “hachazo de metrónomo” que diría el poeta Luis Vea García.
Lamentaré siempre haberle alzado la voz a Jose, haberle reprochado aquello, haber alejado mis pasos de los suyos un tiempo que ya no puedo desandar. Pero su corazón, tocado también por la enfermedad, era muy ancho para perdonar, para pasar por encima, para volverse a acercar, para volver a hablar del Barcelona y elogiar una vez más a Messi que se convierte en leyenda y del que él ya no podrá disfrutar.
Perdonad que en estos senderos se metan esta congojas, estas manchas de alquitrán personales en la mirada de esta bitácora pero que más literario que la muerte, que más poético que la tristeza, qué más crítico y reseñable que la ausencia de un ser humano que nadie jamás podrá llenar. Porque las vidas pequeñas han de ser contadas o por lo menos han de ser consignadas en un espacio y que mejor que en un repecho de estos senderos retorcidos.
Quedan la risa, las bromas, las oraciones, los consuelos, las llamadas de atención, la generosidad, el milagro de una vida como la de Jose. Con sus sombras y con todas sus luces me queda el camino recorrido con él en sus circunstancias y en las mías. Caminos andados en silencio o cantando o llorando, pero caminos con él, caminos que se me antojan de los mejores que he recorrido.
Ensayo de la muerte del padre, es lo que me toca con Jose. Cuando sea el mío el que se marche, cuando sea el que me trajo a este mundo el que lo deje para instalarse definitivamente y sin remisión en los recuerdos más grises de mi memoria, veré que escribo.
Tiempo para recordar a Jose, sin acento, tiempo para acentuar su fe, su sentido del humor, sus silencios y sus grandes momentos. El tiempo sigue obstinado su paso y a nosotros nos toca seguir con la convicción de que ya descansa y disfruta de su fe tal y como se lo prometió el Padre.

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