17 febrero, 2023

Apátridas

Hubo movimiento en las cárceles nicaragüenses. Un autobús trasladaba a más de 200 presos sin decirles nada, infligiéndoles los últimos terrores antes de llevarlos a su destino final. Un giro a la derecha les dejó saber que saldrían volando del país hacia un destino desconocido: “Van al destierro, pero van hacia la libertad”, decía Sergio Ramírez.

La dictadura Ortega-Murillo decidió liberar unilateralmente a 222 presos políticos. Dicen que es “un paso positivo”, “una decisión constructiva” ―desde Estados Unidos―, que seguirán trabajando para mejorar las relaciones y los derechos humanos. Dijo el régimen, en el trayecto en avión hacia Washington de los “liberados”, que dejan de ser nicaragüenses. Ahora son apátridas, no son de ninguna parte.

Cuando un régimen llega a este nivel de locura, hay que echarse a temblar. Nadie puede borrar, quitando un pasaporte o la cédula de identidad, las raíces. La memoria, la nicaraguanidad o panameñidad no se encierra en documentos, está albergada en la memoria de la tierra, en los olores de la infancia, en las cicatrices de la lucha. Cuando un régimen declara apátrida a uno solo de sus ciudadanos, ha entrado en la sinrazón.

Cuidémonos de la nostalgia del dictador, cuidémonos de creer que todo tiempo pasado y sus protagonistas fueron mejores, cuidado con creer que “más vale malo conocido”. La compleja situación en la que viven nuestros hermanos en Nicaragua debe ser un espejo y una alerta: que nada nos haga olvidar que allí se siguen pisoteando violentamente los derechos humanos.

“Al defender a Nicaragua, la causa de Nicaragua que es justa, estamos defendiendo muchas cosas”, decía Julio Cortázar en otro contexto, en 1983, pero sus palabras siguen vigentes contra los nuevos enemigos de la democracia nicaragüense. Esos que ayer quisieron defenderla son los que envían apátridas a territorio del viejo enemigo, que ahora los acoge como si nunca hubiese pasado nada. Una parajoda en toda regla, pero así son las cosas en el mundo de la sin razón.

Artículo publicado en el diario La Prensa de Panamá, martes 14 de febrero de 2022.

Puedes leerlo en el periódico, pinchando aquí.

10 febrero, 2023

Mario Vargas Llosa, el bárbaro inmortal

Antes de El desafío, cuento que lo llevó a París por primera vez, estaban todas las lecturas que en él habían producido asombro y admiración por la literatura francesa, esa que en el invierno de 1950, “húmedo y ceniza”, en el Leoncio Prado, “borraba la hostilidad del mundo y mudaba la depresión en entusiasmo”: leía Los Miserables de Víctor Hugo, según cuenta en La tentación de lo imposible. Madame Bovary no llegaría hasta 1959, en París y en francés, y con una lectura que le tuvo en vela, tal era “el poder de persuasión” de la prosa de Gustave Flaubert, según confiesa en La orgía perpetua. Lo que significó y cómo fue aquella primera vez en la capital de Francia, El viaje a París, lo pueden leer de su puño memorioso en El pez en el agua, que cumple ya treinta años de haberse publicado.

Desde la pregunta siempre actual para toda América, “¿cuándo se jodió el Perú?”, de Conversación en La Catedral, y volviendo hacia el diálogo que abre La ciudad y los perros, o la escena con la que arranca el universo de La casa verde, hasta sus últimos ensayos literarios, artículos y su próxima novela que ya tiene lista, asistimos a la construcción intencional y apasionada de un legado estético e intelectual que sigue activo, que genera allí donde es leído y considerado, superado el cuché ideológico de siempre, más literatura y más reflexión. Seguir leyendo el artículo aquí.

Artículo publicado en el diario La Prensa, viernes 10 de febrero de 2023.