10 septiembre, 2024

Paternalismo y democracia

«Estos chiquillos que no habían nacido, que me salgan con estos argumentos, se ven que se están copiando del de al lado, tan sencillo como eso, no hay de otra. Y lo lamento, ah, lo lamento mucho. Porque una bancada de 20 tiene cómo hacerse sentir más allá de votar “no” contra todo, pero bueno, cada quién busca en qué soga se ahorca».

En 1993, Mulino, el chiquillo «solidario», con 34 añitos, fundó un partido que en Panamá se tomó en serio. Con 47 primaveras, en 2006, formó otro, que también se tomó en serio, y que inició su «unión patriótica» con el designado corrupto, lo que le convirtió en Ministro de Seguridad, quedando para la historia patria el chorizo y los perdigones. Seguro que en la intimidad él también afirma que «a mí no me hicieron con leche condensada», convirtiéndose en un rofión que recuerda a tiranos y autócratas por los que muchos suspiran. Y no es falta de respeto, es repasar la hemeroteca.

Por otro lado, la política de «corazones rotos» de Eduardo Gaitán, demuestra que hace falta «taquillar» menos y ser más firmes. Estamos haciendo una política en Panamá muy mediática, todo mundo en redes exhibiendo lo que hace, comparecencias semanales estilo Todo por la patria: buscando ser transparentes se hacen omnipresentes (miren al alcalde ilustrado) y eso les resta tiempo para hacer lo que deben. Al final el público se aburre y pide circo, lo que siempre es útil para los corruptos.

Vamos camino de una legislatura donde todo el mundo descubre que se perdió la plata y nadie denuncia: tenemos el Ministerio Público más débil en décadas, y un gobierneli que se acuesta con viejas ratas de vejiga suelta, exponiendo a El sabio de las Garzas (que no había nacido cuando se inventó la democracia) a que el viejo y conocido refrán se le revuelva y termine ahorcado en esa soga: «el que con vieja rata se acuesta, amanece meao».

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 10 de septiembre de 2024.

03 septiembre, 2024

Rod Carew y el cainismo panameño

En 1985, la voz de René Rizcalla narraba en Canal 4 cómo Rod Carew conectaba su hit número 3.000 en California. En 19 temporadas, acumuló 3,053 hits, jugó 18 partidos de las Estrellas, ganó siete títulos de bateo y el MVP de la Liga Americana en 1977. Entró al Salón de la Fama del Béisbol en 1991. Todo esto siendo panameño.

Hace unos días, con 78 años y habiendo dejado el nombre de este país en alto, se convirtió en ciudadano estadounidense. Algunos medios amarillistas contaron que había afirmado que era «su sueño» y, aunque no lo dijo, el cainismo panameño montó en cólera, sentenciando que no es «buen panameño», y que al estadio nacional había que quitarle su nombre. Humberto Eco tenía razón cuando dijo que «las redes sociales han dado el derecho de hablar a legiones de idiotas».

Choca la falta de comprensión lectora y del cumplimiento del deber ciudadano de informarse antes de hablar. Una búsqueda en otros medios pondría en perspectiva el asunto, pero no, es mejor erigirse en juez. Alguien decía, mínima luz en medio de tanta sandez, que: «Denigramos, descalificamos y criticamos a los nuestros con una facilidad que espanta».

Pero los panameños del terruño, de cédula y pasaporte azul, sí que se merecen un estadio a pesar de robarnos y enyucarnos con cronicidad precisa. Si vives aquí tienes derecho a ratear y votar por los mismos, porque es mejor un Benicio o un Bolota que un Carew, que después de una vida de glorias deportivas tendrá acceso a una vejez mejor.

Ojalá, Dios los marcara en la frente para reconocer a los cainitas tricolor, a los que no les bastan hits ni salones de la fama: si dices lo que piensas te linchan en el patio limoso de sus redes. Me alegro por Rod, que le vaya bien, y a los panameños destacados, sigan adelante con tesón: una legión de idiotas no detendrá nunca el trabajo bien hecho.

Artículo publicado en el diario panameño La Prensa, martes 3 de septiembre de 2024

28 agosto, 2024

¿Quién nos lee?

Se habla mucho de periodismo cultural en Panamá, pero apenas se practica y mucho menos se lee. Hemos dejado los suplementos culturales, en papel o digital, para sustituirlos por un pringuintín de voces que claman en el desierto de la cultura patria, a los que se tiene por locos o esnobs. Todo esto sin hablar del pocotón de «expertos» diletantes que llegan con «fórmulas» que prometen la gloria literaria con un mínimo esfuerzo: comprar el libro que contiene la receta.

Pero, de verdad, ¿quién nos lee? Extraña siempre que a muy buenos artículos culturales se les dé poca difusión o réplica, y que las instituciones gubernamentales o privadas, sus responsables, tengan un nulo conocimiento de quienes en este país escriben sobre cultura. Y sé que nadie los lee porque a la hora de convocar mesas de trabajo para proponer soluciones, no se llama a los que llevan años observando los derroteros de la cultura del país.

«…Hay un culto a la ignorancia, y siempre lo ha habido. El antiintelectualismo ha sido esa constante que ha ido permeando nuestra vida política y cultural, amparado por la falsa premisa de que democracia quiere decir que “mi ignorancia vale tanto como tu saber”», escribía el liso y esnob de Isaac Asimov en 1980, y ya escucho a los que dicen «ni tú ni ninguno de los que escriben es Asimov», lo sé, contesto, pero lo más seguro es que esos sean de los que hacen valer su ignorancia como un derecho democrático.

El síntoma es la falta de lectura, empezando por la «prensa especializada», que vista la falta de espacios, es una suerte de cuota en los medios para parecer interesados en lo cultural, lo que inmediatamente es detectado por el público como algo prescindible, reproducible en un blog o cuenta de red social. Un mal cultural que erosiona la pedagogía lectora tan necesaria, y que construye sentidos críticos superficiales que tienen como única medida el propio gusto.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 27 de agosto de 2024.

20 agosto, 2024

La Feria, la mina y la lectura

Hay cifras que no representan más que eso, y eslóganes que no son más que trampas mentales para hacernos creer lo que no existe (algunos lo llaman con acierto mitificación), y hay aprovechados y populistas (los vamos a llamar populeros para diferenciarlos de lo político) que se dedican a sentirse ofendidísimos, cambiando la necesaria pedagogía por demagogia.

La Cámara Panameña del Libro se equivocó vendiéndole un estand a la «mina». Algunos dijeron que esta «patrocinaba» la Feria, demostrando ignorancia o maldad, socavando la reputación de un evento que no pertenece a quienes ahora presiden la Cámara y la organizan. Personas preparadas y preocupadas por el país renunciando a ser pedagogos para ser demagogos, constatando que Panamá, por mucho que nos empeñemos, no lee.

Y entre la mina y la feria, la lectura y la literatura descendiendo a sus cotas más bajas. Otra vez, miles de personas (cantidad) comprando libros de dudosa entidad literaria, con galas para premios nacionales brevísimas, encapsuladas, y otras deficiencias de fondo que presagian que hemos llegado a un fin de ciclo cultural en nuestro país. Necesitamos con urgencia una renovación, y prueba de ello es la «rectificación» del «alcalde ilustrado» sobre los premios literarios, sin dar la cara o de cara a la galería, para quitarse presión.

Se calla por miedo a no salir en la foto, pero el deterioro de las instituciones culturales hace peligrar esa foto. Estamos siendo un destino, un escenario, y no un país al que se toma en serio en materia cultural: 50.000 dólares y un ascenso por boxear (Atheyna Bylon, eres un gran ejemplo) demuestra que en este país, del presidente para abajo, se desconoce el enorme esfuerzo que ha llevado a escritores, cineastas y artistas a destacar a nivel internacional. Pero un populero ve el bonche de gente y monta un fiestón o regala chenchén, porque no lee y se aprovecha, porque lo fácil son las cifras: lo difícil es leer, ser cultos.

Artículo publicado el martes 20 de agosto de 2024 en el diario La Prensa.

08 agosto, 2024

Para Mayer Mizrachi, Alcalde de Panamá

Vamos a ceñirnos al comunicado, yendo a lo importante: Los premios León A. Soto y Changmarín, que organiza la Alcaldía de Panamá desde hace tiempo, han sido «pospuestos» por falta de recursos económicos hasta el año que viene (en principio). El nuevo alcalde y su equipo acaban de asumir el cargo hace un mes y no conocían la situación, la magnitud de la tragedia municipal. Y eso se puede entender hasta cierto punto.

El alcalde hace semanas presentó “the rebrand”, una manipulación del escudo del Municipio de Panamá, que, como sabrán ustedes, no es una marca (esta mentalidad tan provinciana de nombrar las cosas en inglés —como si la mera pronunciación pudiese conceder brillo a las ideas vacías—, como si no hubiese palabras en español, es sonrojante), no sabemos cuanto costó, porque cada cosa que se hace, cuesta, como el viaje a El Salvador, para alucinar como un niño por primera vez en un parque temático, para «buscar ideas», como si en Panamá no tuviéramos personas viajadas, instruidas y muy talentosas para poner en marcha proyectos de cualquier índole, pero no, es mejor ir a ver las ideas de primera mano. En fin. El «re-marcado» municipal, en un azul que no consultó con nadie con criterio heráldico —lo mismo no tiene por qué hacerlo—, ¿cuánto costó? Igual fue gratis, lo mismo que el viaje.

Olmedo Rodríguez, tesorero municipal, advertía en un programa de radio (el 10 de julio) que estaban en proceso de revisión de las cuentas y que iban a recortar gastos. Y lo han hecho, como suele hacerse siempre, en Cultura, total, nadie lee y ni falta que hace, ya está aquí la tecnología para cambiarlo todo, incluso nuestros malos hábitos ciudadanos. El alcalde, y los que con él hablan de estos temas, se equivocan al creer que no organizar estos premios es un ahorro. El cortoplacismo, mentalidad que empuja a muchos votantes a creer que todo empieza después de elegir a los menos malos cada cinco años, está instalada en los que deben gestionar los recursos de todos, en este caso, la Alcaldía de Panamá. Lo que hace el alcalde es lo que haría cualquiera que no tiene una conexión real con la cultura.

Hay una ingenuidad en la visión que tienen algunos de lo que la Alcaldía de Panamá ha hecho con los premio León A. Soto y Changmarín: «han dado un golpe a la literatura, a la cultura»: no es cierto. La mediocridad y el pedigüeñismo son dos de los estados más comunes de nuestra gestión cultural. «Desmantelar la cultura es una enorme bandera roja. Con la excusa del deterioro administrativo municipal, se destruye la literatura panameña, de por sí ya en el abandono. En las ciudades que crecen culturalmente sus municipios hacen lo contrario: apoyan la creación literaria», afirma Richard Morales con muy buen tino, pero, en lo único que coincido (para los fines de este escrito) es en «la literatura panameña, de por sí ya en el abandono». Sumen síntomas y tendrán una cultura enferma: poco espacio «cultural» en ferias y convocatorias culturales (se promocionan «productos culturales», no cultura), abandono estatal de una institución como la Biblioteca Nacional, espacios cada vez más reducidos para bibliotecas municipales (cada vez cierran más), incumplimiento en la promoción y distribución de la literatura, en particular, a nivel nacional y, en general, de cualquier manifestación cultural.

Y no es por falta de grandísimos profesionales, que se esfuerzan por la excelencia y hacen lo que pueden para repartir migajas culturales por todo el país, que es lo que en su mayoría albergan los suntuosos edificios de la gestión cultural en Panamá. Nos encanta aparentar, pero no pasamos de poner en marcha, desde hace años, encuentros para vender productos culturales sin reflexión ninguna. Ponemos tenderetes para vender, pero no espacios para pensar nuestro arte. No, no sean ingenuos: la decisión municipal es una consecuencia, no un medio de desmantelamiento de la literatura nacional. Tenemos un puñado de buenos escritores, que siguen y van más allá de premios (que son fundamentales, en su acepción más natural), y que lo que requieren es mejor distribución de sus obras, una presencia más eficiente de su trabajo (no un año después de un fallo, eso resta vida a cualquier obra) a todos los niveles de la sociedad. No debe extrañarnos lo que ha hecho el alcalde, es lo que sigue al deterioro de una cultura literaria que necesita una renovación urgente, vistos los síntomas del deterioro en estos últimos diez años.

Dice el comunicado que se «pospone» (en el sentido de la segunda acepción del DRAE), menos mal, pero el motivo es lo que alarma: «las actuales dificultades económicas». ¿Y si la cosa sigue igual el próximo año? Tendrán que ser coherentes, seguir manteniéndolo en suspenso hasta «nueva plata», que es lo que realmente importa, y es verdad, pero la gestión de los recursos es más importante, y es allí donde tenemos un problema en Panamá: la gestión cultural no ha conseguido que la sociedad vea las manifestaciones culturales como una necesidad y un derecho, y como elemento aportador al PIB regional o nacional. Por eso suspenden recursos de cultura y los destinan a basura, que es prioritario, porque siempre se gestionó mal ese tema que, puesto al lado de cultura, resulta más acuciante.

Dicen que en el futuro trabajarán de la mano de la empresa privada para seguir convocando estos premios. La cultura es un derecho, un derecho que debe garantizar el estado. Para cualquier empresa privada cooperar es una opción. Esta mala costumbre de querer mezclar las cosas solo beneficia la opacidad y deteriora los correctos argumentos que sostienen al estado de derecho. La empresa privada no tiene porqué cooperar en nada, este es un concurso municipal, que impulsa la creación literaria, y debe ser organizado y llevado hacia adelante con los recursos de la Alcaldía, que velará, si hay intervención de la empresa privada, porque el premio no se convierta en «propiedad» del patrocinador. La cooperación entre ambos sectores ha sido crucial siempre, pero no pueden ser una excusa para no organizarlo, argumentando falta de recursos.

Al final, la disculpa a los participantes es de las tristes: se devolverán los correos sin mirar las plicas para garantizar que se puedan usar las obras en otros premios, o en este el próximo año. Cómo se nota que quienes ha tomado esa decisión no preguntaron a ningún escritor. Meses de trabajo para muchos, años, preparando este premio. Pero en fin, como viene ocurriendo desde hace tiempo (diez años para acá, más o menos), muchos panameños creen que cualquier cosa es literatura, que cualquiera escribe, y «voy a mandar esta vaina pa’vé si le pego al premio». La proliferación de vendedores de libros, que nacen en el fértil terreno de las redes, aupados por mesas para la venta, grupos de unidad «escritural», de «bombo en bonche», de facilitadores de métodos para escribir rápido y sin leer, han hecho que la toma de decisiones como esta sea más fácil: «es un pasatiempo muy caro para patrocinar» (eso piensan los que han decidido que no hay plata).

Hablar o callar en este tema es una elección libre, que garantiza el estado de derecho. De lo que no nos salva ni la democracia es de leer un montón de opiniones mal escritas, con poco conocimiento, invocando en sus perfiles dioses, carreras, doctorados, aficiones y afinidades que no garantizan un análisis mínimo de la situación. Queda claro, leídas las opiniones (que son como los fundillos, todo mundo tiene una) vertidas por muchas personas sobre este tema, que la comprensión lectora no es su fuerte, y que su defensa de la literatura panameña está basada en un romanticismo poco formado: ahora resulta que a todo el mundo «le duele Panamá», pero ni leen ni consumen literatura ni cultura panameña. Queda muy bien protestar, pero es más recomendable un silencio bien informado que nos recuerda que, aunque opinar es un derecho, informarse bien es un deber ciudadano. Hacer pedagogía es lo que necesitamos, y no sesgos, opiniones mal elaboradas y disparates que solo nos llevan al encono y nos desvían de lo importante.

¿Y lo de las bibliotecas? ¡Cuánto entusiasmo, señor alcalde! Muy bonito todo, ¿verdad? Pregunte por el número de bibliotecas que han cerrado en el municipio, pregunte cuántas necesitamos, pregunte cuánto ganan los bibliotecarios, pregunte qué libros necesitamos en cada biblioteca necesaria, pregunte cuánto cuesta abrir esas bibliotecas y cuánto cuestan los terrenos para ello. Es más barato poner maquinitas para jugar en cada esquina del municipio que poner bibliotecas: para fiscalizar si un niño leyó o no para darle media hora de video juegos no hace falta ninguna formación, para levantar una biblioteca, sí. Y eso es lo que usted no sabe, como quizás no sepa tantas cosas de cultura, o sí, pero le da igual: usted cree que la mejor opción es permitir que una institución pierda credibilidad suspendiendo un día antes del cierre de la convocatoria, un premio al que se había comprometido. Usted no es el municipio de Panamá, es solo su alcalde, su gestor, su administrador por un periodo de tiempo. Mire los años que lleva celebrándose el premio León A. Soto: no es un capricho, es un compromiso sostenido durante más años de los que usted tiene.

PD: Pásese usted y su equipo, y sus amigos de otras instituciones, por la página de Quetzaltenango, ciudad que organiza los Juegos Florales Hispanoamericanos. Pásese por allí navegando por la red, no hace falta que vaya hasta allí invirtiendo los dineros del municipio: mire cómo se gestionan unos premios literarios de dimensiones internacionales y aprendan el secreto: compromiso y amor por la cultura.


Pedro Crenes Castro.
Escritor.

07 agosto, 2024

Venezuela

Cuando de un país se ausentan más de siete millones de sus ciudadanos, no es una democracia, es una dictadura. Cuando entre un 18 y un 22% de personas se quieren ir de su país si vuelven a ganar los mismos, eso no es una democracia, es una dictadura. Cuando un tipo que escucha pajaritos quiere preparar cárceles para reeducar a los que se oponen, eso no es una democracia, es una dictadura.

Las democracias, como los chistes, si las tienes que explicar, no son graciosas, son terribles dictaduras en las que el que se ríe lo hace por miedo o complicidad, como la que muestran muchos ideólogos de salón, que con su tibieza (a la que tienen derecho) pretenden explicarnos —mejor que los que hacen malabarismos para comer cada día, para seguir estudiando o para poder seguir creyendo en el género humano— cómo funciona la incomprendida «democracia» en Venezuela.

Llegó el momento de situarse, no del lado correcto de la Historia, ¡qué arrogancia!, sino del lado de los venezolanos, de los de carne y hueso, de los que están siendo asesinados, arrestados y privados de sus derechos hasta ver pisoteada su dignidad por esta aberración caudillista llamada «chavismo», que se apoderó de Venezuela y de América como una renovación del mito de Cuba, olvidando por pura maldad o absoluta ignorancia (escojan, no hay más opciones) que Venezuela y Cuba no son un experimento para ideólogos de salón: son personas que necesitan ahora mismo de nuestro apoyo.

Mientras llega la política seamos solidarios. Apoyemos la lucha del pueblo venezolano no cediendo una vez más a la mueca bufa que nos pone el chavismo; no le riamos el chiste macabro a los que nos quieren explicar que es una democracia, pero no la entendemos. Y no nos olvidemos de sus caras paniaguadas, ni de los de dentro ni de los de afuera, para afeárselo cuando esto haya pasado. Porque pasará, y alcanzaremos por fin la victoria.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 6 de agosto de 2024.


31 julio, 2024

Memoria olímpica

Cien años después, los franceses vuelven a organizar unos juegos olímpicos, pero antes los pusieron en marcha en 1896 (la historia de Pierre de Coubertin es interesante), planteándole al mundo la idea de que más deporte y educación, mezclada con valores de paz, respeto y concordia beneficiarían al mundo. París es una fiesta deportiva a pesar de una aburridísima ceremonia de apertura, con momentos brillantes y otros para olvidar.

Lo que hay que recordar de estos juegos olímpicos es que ocho deportistas panameños están compitiendo, y que lo hacen básicamente por su propio tesón y disciplina, y no por el esfuerzo del gobierno por dotar al país de las infraestructuras necesarias para poder crecer como «nación deportiva» que, como la «nación cultural», mueve el PIB por más que no se quiera reconocer. Aunque es cierto que tenemos otras prioridades como país, necesitamos tomarnos en serio la cultura y el deporte.

Queda en nuestra memoria olímpica la intervención de Hillary Heron en estos Juegos de París. La elegancia, la técnica y el esfuerzo; la mirada orgullosa de sus padres; los nervios de su familia y sus admiradores; la complicidad con sus entrenadores; la camaradería con las demás deportistas; lo bien que quedó su leotardo azul (diseñado por ella) y que le gustó a la mismísima Simone Biles; la épica al verla ejecutar el «Biles» y hacer historia. Otra vez el talento panameño haciendo lo imposible a pesar de todo: esa es la memoria que no debemos perder.

El tricolor panameño recorriendo el río Sena que vio morir a Javert en Los Miserables, es ya memoria deportiva de nuestro país, un recuerdo de todo lo que debemos ser y de todo lo que nos toca por hacer. Y si le sumamos el lema olímpico de Pierre de Coubertin ya tenemos tarea para el nuevo gobierno de RM en materia cultural y deportiva: «Más rápido, más alto, más fuerte, juntos». Ojalá que no se duerman en los laureles.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 30 de julio de 2024.

24 julio, 2024

Radicales honestos

Es cierto: no todo lo que brilla es oro. Pero hay que reconocerle a nuestro «Macho» Camacho (el de la guaracha, busquen la novela) que es capaz de cierta brillantez cuando quiere descalificar. Mucho grito, mucho indignarse hasta la vergüenza ajena para dar con el mejor calificativo, no solo para los diputados de Vamos, sino para cualquier ciudadano de bien en este país: «Radicales honestos», una maravilla.

La neofobia produce en el afectado una reacción de desprecio contra aquello que amenaza con desestabilizar su «zona de corrupción», y no olvidemos que esta tiene muchas facetas y no siempre se trata de ser botella o ladrón. Las más de las veces, la corrupción se demuestra mirando para otro lado ante el acto corrupto o propiciando el escenario y los medios para que se produzca. El neófobo es experto en gruñirle a lo que es nuevo porque lo fuerza al cambio, y eso no conviene a su estatus quo, por eso el radicalismo honesto le produce sarpullido.

El «Macho» no quiere ser radical, quiere dar forma a su necedad cepillona el grado de «política» o de «valores políticos», quiere hacerla pasar por preocupación nacional, por «el pueblo», cuando no es más que gritadera y pataleo servilista, porque la radicalidad en materia de honestidad requiere de decisiones y actitudes que son totalmente opuestas a lo que él y sus siglas representan: ¡claro que no todo lo que brilla es oro!

Como dice la guaracha del Macho Camacho, La vida es una cosa fenomenal, ¡claro que sí!, y más cuando como ciudadano, en ejercicio o no de la política, pretenden insultar llamándote «radical honesto». Haremos camisetas, lo escribiremos por las calles, haremos pancartas, sí, somos del movimiento de los «Radicales honestos», los que iremos a trabajar todos los días, los que no meteremos la mano en el dinero de todos, los que no gritamos ni rofeamos: somos los que nos mantenemos radicalmente honestos pase lo que pase.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 23 de julio de 2024

10 julio, 2024

Juan Carlos Méndez Guédez: «Roman de la isla Bararida»

«—¿Vos queréis que os cuente una historia de amor y muerte?». Así empieza la última ¿novela? del escritor venezolano Juan Carlos Méndez Guédez (Barquisimeto, Venezuela, 1967) que se atreve a preguntar a lector si quiere, si se atreve, si se queda a escuchar, porque lo siguiente es «En aquellos días lejanos…», y ya no puedes salirte de la senda del relato, ya estás atrapado en una historia de amor y guerra, de vida y muerte, situada en una isla, la Isla de Bararida, que es también el mundo.

Wari y Najamutu son los protagonistas de esta historia. Adversarios de guerra primero y después amantes de una sensualidad contagiosa, la novela es en su capa más externa una escritura de la propia historia: una sucesión de fragmentos e intentos de contar los encuentros y desencuentros de estos amantes y guerreros (también traidores) que están cumpliendo una misión mucho más alta de la que son capaces de suponer. Esa dimensión reflexiva de que formamos parte de una historia mucho mayor ya sea en el campo de batalla o batallando en el intercambio amatorio, nos contagia de esta oración que encontramos en la página 84: «oración: Bendita seas. Y en vos mis ojos, que no te ven y te miran, cierta en la noche, íngrima y vos. Tan cerca de mi abrazo. Wari. O mi sangre».

La novela aspira a todo. Una vez más asistimos al milagro de la técnica narrativa, que nos sitúa en una suerte de Edad Media tropical/caribe, salpicada de temas y leyendas indígenas que nos llevan a lomos de una isla que no está fija en el mar, que se estremece, que viaja mientras los dioses y los humanos entretejen sus traiciones y amores por el tiempo que va y viene, jalonándonos hacia lo que pasó para volver a contarlo desde otra perspectiva, con otro lenguaje, con otra estructura narrativa, de tal modo que el lector tiene la sensación de haber viajado mundos y sombras lejanísimas en apenas 133 páginas de una belleza que arrolla en un susurro.

Roman de la isla Bararida (Firmamento, 2024), tiene por momentos en su atmósfera y escenarios algo que recuerda a Olvidado Rey Gudú, de Ana María Matute, esa sensación de entrar y salir de distintas y parecidas historias que nos llevan en volandas hacia un final que se antoja, quizás, apocalíptico, con tintes de gran revelación, con la esperada llegada de la Reina María Lionza para que el ciclo, si gusta el lector (yo estoy dispuesto) todo vuelva a empezar, por el mero placer de tropezar otra vez con la belleza que hay detrás de cada frase.

Méndez Guédez despliega toda su inteligencia narrativa, todo su oficio, construyendo como una larga letanía, como una gran oración narrativa, un poema fundacional, una historia de amor y su revés, la muerte, en la que con distintas formas literarias que van desde los cuentos medievales, los bestiarios, la poesía pastoril, los proverbios y sentencias, pequeñas secuencias teatrales, leyendas consigue que la emoción desborde en cada página para deleite y asombro del lector.

Esta novela es también la celebración de nuestra lengua, es la invocación de las grandes formas literarias que componen la historia de nuestra literatura. Santos, brujas, caballeros y guerreras, el autor de Arena negra y Los maletines homenajea al español usándolo con una libertad y belleza poética que lo sitúa entre los mejores escritores hispanoamericanos, cuya obra merece toda nuestra atención. Juan Carlos Méndez Guédez ha vuelto con una gran novela de fragmentos totales (muy quijotesca, lean y hablemos) que se convertirá en la gran metáfora de todo un continente.

Reseña publicada en el diario La Prensa, el 7 de julio de 2024.

Leer aquí la reseña en el periódico.

09 julio, 2024

Una sorpresa poselectoral

Ahora resulta que nadie sabía de la existencia de un subsidio poselectoral, ni siquiera los mismos favorecidos (legal y democráticamente) por el mismo, dando una imagen de poco conocimiento del funcionamiento del Estado y cayendo en el «populismo adolescente» que hay que evitar a toda costa, sobre todo por los recién llegados, a los que los viejos corruptos quieren colgarles tachas morales que no son ciertas: todos ellos, como corresponde por ley, han recibido el mismo subsidio en el pasado.

Pero no se podrá donar al Oncológico. El artículo 217 del Código Electoral dice que «si algún funcionario electo declina recibir el financiamiento público poselectoral…se destinará para el uso exclusivo de investigación científica en la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación». Por desconocimiento se hacen promesas que no se pueden cumplir, que suenan bien, pero que la ley no permite.

Necesitamos pedagogía sobre el funcionamiento del Estado, lo que nos daban en Educación Cívica y que ahora no conviene, porque la información es poder y se le verían las costuras corruptas al sistema. Mejor es mantenernos en la ignorancia para que ahora, después de muchos millones en subsidios poselectorales, nos llevemos la sorpresa. Siempre lo hubo, pero no nos importa cómo funciona este sistema de leyes de autocongueo.

Esta situación ha puesto de manifiesto la maldad política de algunos que, sabiendo que siempre ha existido el subsidio, se han lanzado a acusar de neoratas a los de diputados de Vamos, y detrás de ellos las hordas de desinformados manipulables que pretenden linchar a los que, por el solo hecho de estar en la Asamblea, son el contraste que deja ver la impunidad que seguimos votando.

Pelen ojo a los «populistas adolescentes» para evitar otras sorpresas poselectorales: nada es gratis, el obrero es digno de su salario. Los que ahora vengan con la idea de trabajar y no cobrar son peligrosos: tarde o temprano, más o menos, todo hay que pagarlo, y eso es lo justo.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 9 de julio de 2024.

Leer el artículo en el periódico aquí.