No es ninguna locura, en estas fiestas tricolor, crónicas y de rebusca, volver a la valentía de antaño: dar la espalda a un presidente legítimo, democrático, pero que ha perdido todo contacto con la realidad ciudadana, que con un 34% legítimo es de los menos queridos. Sería una buena lección para el hombre que rofea cada jueves, autoritario y faltón, que nos señala chabacano y pedante el lugar de la lengua, dejarlo solo y sin desfile: lo que quiere es el baño de pueblo.
Tenemos que dar la espalda a un gobierno servil, que permite al embajador estadounidense participar de la vida pública y política del país como si fuese un nuevo virrey; que insiste en dejar caer la educación a todos los niveles; que no enfrenta con entereza radical y honesta la corrupción; que persiste en su nepotismo velado; un gobierno sin una política cultural rigurosa; que pretende actuar como si el pasado no existiera, con un mesianismo encarnado en un presidente que ya compite con todos los malos expresidentes, y tiene cuatro años para dejarlos muy atrás.
Si tuviéramos un mínimo interés ciudadano, le daríamos la espalda a la tribuna, o nos quedaríamos en casa celebrando la patria con honestidad activa, pero no, hemos entrado en el ciclo de fin de año: fiestas patrias, día de la madre y Navidad, verano, carnavales y ya veremos el año que viene en marzo si las escuelas se caen o no, si las pintan o no. Mientras, bandas y batuteras deleitando a un gobierno que no es la patria.
Artículo publicado el martes 4 de noviembre de 2025, día de los Símbolos Patrios, en el diario La Prensa.