Yo soñé que era Serafín Arellano cuando leí “El
final de Norma”, de Pedro Antonio de Alarcón. En aquella época, el rostro de
“La hija del cielo”, era el de una compañera de escuela. Me enfrenté al vil Rurico
de Cálix (con la cara del novio de mi compañera), y Alberto, amigo de Serafín,
era mi compañero Manuel. La magia del escritor me hizo ver aquella película en
la que solo yo podía ser el héroe. Seguir leyendo aquí.
Artículo publicado en el diario La Prensa, 7 de agosto de 2018.
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