26 julio, 2013

Galicia, capital del dolor.

25 de julio, día grande para Galicia, celebran su patrón, Santiago Apóstol, el que dicen, yace, en la Catedral que lleva su nombre. Día grande para la tragedia en Galicia, el destino ha querido marcar las fiestas de luto para siempre porque la magnitud de la tragedia es de proporciones bíblicas.
Acabo de ver las imágenes del impacto. La tragedia tiene eso de pausa e instante. A cámara lenta, se observan los segundos antes de que todo cambiara para todos, para que el calificativo, manido pero no por eso menos preciso de dantesco vuelva a cumplir su función de color de luto, de gesto de horror.
Todo parece indicar que la velocidad es la causa del siniestro: “siniestro”, que palabra tan oscura. El factor humano, ese que en otros momentos salvó naciones y acalló servidumbres indignas, es el responsable de este terrible accidente que deja 79 muertos y más de un centenar de heridos. Lo irreversible se hace patente en un solo equívoco.
Hoy en la Plaza del Obradoiro, el silencio calla las gaitas y el luto se va instalando entre los que llegan del famoso Camino de Santiago. Los gallegos aquí y los de allá, en Panamá donde hay tantos, no tienen más pensamiento que para su gente. Cientos de gallegos han colapsado los servicios de donación de sangre para echar una mano, para compartir vida. Gentes del pueblo cercano al accidente salieron con mantas y palos para sacar a los heridos y muertos del amasijo de muerte en el que se convirtió aquel tren. Médicos y enfermeras siguen sin dormir, hosteleros regalan habitaciones para que los familiares y amigos de los afectados puedan estar cerca de los suyos, de su tierra.
Galicia es tierra de trabajadores, de gentes del mar que aman su tierra, que piensan en ella que llevan calcomanías con la bandera de su pueblo allá donde van, que añoran siempre, que siempre tienen en la mente su tierra que mira al Atlántico con desafiante valor. Su tierra es el fin de la tierra, Finisterre, y el principio de otra allende el horizonte.
Todos lloramos hoy un poco y un poco todos hemos perdido a alguien. Cuando la tragedia se materializa de esta forma grotesca y brutal, dándonos una bofetada de realidad y finitud, todos somos un poco víctimas. El mundo se acerca a España y a Galicia con sus condolencias y abrazo sincero, sin creerse lo ocurrido.
Mis hijas son un poco gallegas, su madre lo es. Sus abuelos lo son. Hoy nos toca viajar en un tren similar rumbo a Galicia. Viajaremos hacia el lugar de la tragedia, cerca de la capital del dolor, a escasos 45 minutos. Miraremos de frente el lugar donde se quedaron tantas vidas. Nos sumaremos al luto de nuestros paisanos y en un silencio digno, como pocos, lloraremos. Hoy volveremos a nuestra otra tierra para estar cerca de los nuestros, para acompañarnos mutuamente en un dolor que hoy es de todos.
 
Texto publicado en la sección de Opinión del periódico panameño Panamá América. Ver enlace aquí

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