18 febrero, 2025

Panamá, archipiélago

Hemos llegado a un punto peligroso para nuestra democracia: nos hemos transformado en un archipiélago. Cada uno es una isla, regida por sus propias convicciones, con un amplio aparato de desconfianza, y con una preocupante impermeabilidad al criterio y a la búsqueda de soluciones. Nos hacemos trampas dialécticas, seguimos jugando al viejo bloque derecha-izquierda mientras los enemigos son otros.

El presidente de la república rofea, los sindicatos rofean; rofea la policía y los ciudadanos rofean a la policía, y así nos vamos aislando como sociedad, evidenciando una alarmante «nostalgia del dictador»: unos quieren un Bukele, un Trump, o un resucitado Torrijos o Arnulfo Arias: alguien que venga y nos resuelva la corrupción clientelar que nos hemos creado.

Los periodistas opinan, hacen editoriales, predican su doctrina sin soluciones y siguen generando una profunda desconfianza, y son sustituidos por una caterva de opinadores con miles de seguidores en redes que son peligrosísimos, y que generan a capricho un caos que el ciudadano se cree porque no tiene criterio y le parece más fiable. Las islas de este archipiélago que somos, se hacen más visibles en la redes, que no son más que el consuelo de los necios.

Es tramposo oponernos como panameños unos a otros. Si eres policía, «represor», si sindicalista, «terrorista», lo que es de un simplismo triste que nos desvía de lo que es importante: tenemos que hacernos oír, pero no de cualquier manera; que somos todos panameños, aunque unos se crean más patriotas que otros; que no podemos renunciar a ser istmo por ser archipiélago: corremos el riesgo del «divide y vencerás», y ya nos llevan ventaja.

«No me sirve la razón si tú no estás aquí», dice la canción, pero esta sociedad es de razones y no de soluciones. Nos gusta hablar paja, tener razón en nuestro fuero interno, en nuestras redes, esperando que al salir de casa todo esté solucionado, pero que va, eso es cuento, es ignorancia y falta de criterio.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 18 de febrero de 2025.

Lee aquí el artículo en el periódico.

10 febrero, 2025

Vuelta a Isla Grande

Mi abuelita Chela me pagó el uniforme, y el Jefe Nacional Rover me pidió que dirigiera para ese domingo, a modo de pensamiento espiritual, unas palabras a los participantes de lo que sería mi primer y único ENARO (Encuentro Nacional Rover). Era el verano de 1990, y teníamos toda la vida por delante. El destino, Isla Grande, en el atlántico colonense.

Del viernes 9 de febrero al domingo 11, nos reuniríamos para hablar de nuestros asuntos, conocernos, y juntos proyectar el futuro de nuestra rama dentro del movimiento nacional Scout. Éramos la culminación de un proceso de transmisión de valores que comenzó en la manada de lobatos y pasó por la tropa. Iban a ser días radiantes de verano para un puñado de buenos jóvenes.

Al pasar los años la memoria se fija. Las muescas en el alma, su escandaloso silencio y su rugido de mar no dan tregua nunca; visitan, quiera uno o no, la vida cotidiana para restregarnos el miedo que creemos tener atado en corto. Treinta y cinco años después me veo sentado con mi patrulla almorzando, y un rover chiricano, empapado, nos dice que se habían caído siete compañeros al agua. Corrí con la certidumbre de que nada es imposible para el rover, queriendo recoger palos y ramas de palma largas para tenderlas a las manos zozobrantes de mis amigos, y escucho la voz del chiricano en la carrera diciendo que eso no sirve, y constatar, al llegar al lugar de la tragedia, Punta Miraculo, que solo una muchacha flota por su vida. Me agarraron, iba a tirarme al agua, y me dijeron que no se podía, y por primera vez supe que hay muchos imposibles para el rover,  para todo ser humano.

El mar, ese que Alberti pintaba en su poesía, rugía, amenazaba con tragarse la isla. Las olas atlánticas reventaban violentas contra los arrecifes. Un hombre amarrado a una gruesa soga se lanzó a rescatar a aquella muchacha que flotaba, y el alma le regresó al cuerpo, la salvaron, se salvó. El saldo final: cuatro rovers fallecidos. Ese 10 de febrero, la noche se nos vino encima a las 12:55. Y el mar rugía, y yo le temí para siempre.

Miro los recortes de prensa. En internet no hay información sobre aquel suceso. El domingo por la mañana me tocó hablar, uniformado y sin saber bien que decir. No recuerdo que dije: me veo delante de un grupo consternado que buscaba respuestas y asideros para continuar. En la ciudad de Panamá, la noticia saltó esa mañana de domingo. La tristeza y la confusión tomaron mi casa y no hubo paz hasta que llegué. Mi hermano abrió la puerta y le abracé fuerte, le dije que no pude hacer nada. Pablo me consoló de mi tristeza abrazándome más fuerte.

Un día de verano, sentado en una playa española, con el miedo en el alma, mi hija mayor me dijo «vamos». Lucía, mi niña valiente a sus escasos tres años, que domaba las aguas con su inocencia de sirena en ciernes, me llevaba del dedo índice hacia el agua. Iba detrás de ella, y el mar apenas susurraba espuma de estío. Aquel día mi hija me devolvió el mar de Alberti, derrotó mis viejas tristezas. Recordé a Alain, a Claudio, a Nelson y a Omar.

En la memoria, vuelvo a Isla Grande para visitar las ausencias. Treinta y cinco años después, las imágenes permanecen nítidas, «Siempre listo» el recuerdo, y la mano izquierda, cercana al corazón, tendida en saludo fraterno, donde se lleva a los compañeros ausentes y no hay lugar para el olvido a pesar del miedo, a pesar del tiempo.

05 febrero, 2025

Es tiempo de alzar la voz: el silencio de Panamá


Vamos a partir de la base —es urgente—, de que en el exterior hay un solo relato sobre la situación panameña por las presiones del gobierno de los Estados Unidos: el de Donald Trump. Dejemos a un lado, por ahora, la búsqueda de culpables (volveremos a ello, y con detalle), y centrémonos en quiénes son los responsables del silencio tan perjudicial al que estamos siendo sometidos, o que deseamos en nuestro fuero interno por intereses espurios.

En redes, muchas personas se desgañitan escribiendo soflamas, muy tricolor, pero poco prácticas. Se evidencia lo que llevamos tiempo denunciando: una capacidad crítica subterránea y una deficiente comprensión lectora de nuestra historia reciente, que cursa con una cronicidad que amenaza con el absoluto olvido de nuestra razón de ser. Hay expolíticos de todo pelaje que van dando sus opiniones sobre el asunto, los mismos de siempre, de todos los partidos, principalmente de los dos culpables, PRD y Panameñismo, sin ninguna vergüenza, olvidando lo que han hecho o dejado de hacer cuando les tocó gobernar. Las redes demuestran que llevamos olvidando cómo hemos llegado hasta aquí por lo menos desde hace 25 años.

Sorprende sobre todo la incapacidad de los medios de comunicación. Ante este silencio internacional, ninguna de las «estrellas» de la opinión en Panamá son capaces de mover un dedo para que colegas suyos de otros países les ofrezcan espacios para explicar la causa panameña. Escriben largos textos o se graban dando sus «editoriales», tuitean mucho, pero no se les ve en las televisoras y radios de medio mundo hablando de lo que es importante.

Yo les propongo que lo hagan, que hablen con sus colegas de otros países, que busquen plataformas donde puedan dar su perspectiva de lo que nos pasa. Basta ya de quejas tuiteras y pasemos a la acción, como están haciendo algunos panameños en el exterior, convocando charlas sobre el tema del momento y buscando espacios para llamar la atención sobre nuestra circunstancia.

La falsa percepción de que informamos y estamos siendo informados ha saltado por los aires con la crisis que estamos atravesando, pero lo que de verdad asusta es que nadie sea capaz de llamar la atención del mundo sobre el nuestro país, sobre sus ciudadanos, no sobre la infraestructura, que no sería nada sin los hombres y mujeres que la dotan de vida. ¿Dónde están estos medios? Ellos no son los culpables de la situación, pero creo que son responsables de hacernos oír más allá de nuestras fronteras.

Sería ideal contar con un servicio diplomático eficiente, pero la verdad es que no lo hemos tenido nunca, y no es el momento de pelear con eso (ya lo haremos), pero no caigamos en el ingenuo adanismo ni en el mesianismo necio: esto viene de lejos, como lo que pasa en las alcaldías de Panamá y San Miguelito (por ejemplo), pero los exalcaldes o ex vicealcaldes se hacen los que no saben nada, como los expresidentes. Pero esos son otros quinientos pesos.

¿Lo hacemos? ¿Ponemos en marcha con sus contactos una red de voces que expliquen la causa panameña? ¿Tenemos contactos en Chile, en Colombia, en Perú, España o Francia? ¿En alguna parte? ¿O estamos silenciados por incapacidad propia y autoengaño de país? Si ya lo están haciendo, compartan los enlaces, háganlos correr, los negativos, en los que nos llevan ventaja, los conocemos: necesitamos ver a nuestra gente defendernos fuera de nuestras fronteras.

A ver qué pueden hacer los medios, a los que pongo en copia en este escrito. Es la hora de mirar más allá de nuestras columnas y programas y opiniones taquilleras o del día a día, muy solventes y edificantes, pero hay que dar la talla fuera de nuestras fronteras, es hora de demostrar lo grandes o pequeños que somos de verdad. Es tiempo de alzar la voz.

Pedro Crenes Castro

Escritor.