Cuando leí “La calle del espanto”, de Richard Brooks,
quedé enganchado a esa desmesura lectora subiendo y bajando Salsipuedes. Me
divertí con Hormiguita y sus aventuras patrias, lectoras y reflexivas, que
tienden a la alegría y al juego. Brooks fue convirtiéndonos en esa novela en
inmortales de tinta, en releíbles hasta el infinito.
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Artículo publicado en el diario La Prensa, 9 de febrero de 2021
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