Y no digamos nada de los actuales políticos, que llenan de «paja» sus espacios virtuales en redes, sorprendidos hipócritamente con lo que pasa, como si no lleváramos décadas asistiendo con cronicidad preocupante a los mismos retos que ninguno de ellos —ni los de antes—, han podido solventar. Panamá se ha convertido en un país tan predecible, que sus periodistas y opinantes no son capaces más que de señalar lo obvio, renunciando al criterio analítico y a la pedagogía.
«Crecer» implica necesariamente un movimiento orgánico, que en el caso de la pobreza y la desigualdad es obvio. Un palo de mango no crece de la noche a la mañana, es evidente que lo está haciendo, se nota, pero un buen día amanece y nos hacemos los pendejos, «¡quien puso aquí este palo de mango¡», cuando hemos estado día tras día asistiendo con indiferencia a su crecimiento.
Nos encanta celebrar la pobreza de siempre, y a veces queremos hacerla desaparecer, como el alcalde capitalino con los biencuidaos y sintecho, protagonistas de la pobreza, junto con las largas filas de desempleados y compradores de limosna en ferias de alimentos baratos, todo para que el pobre lo siga siendo, y en nombre de ellos vender la idea de que solo la mina nos salvará de la pobreza que hemos creado, imponiéndola a los que tienen necesidad y secuestrando el criterio sobre el tema por vía del hambre.
Falta criterio y pedagogía, hace falta reconocer que, con mina o sin mina, a los pobres siempre los tendremos, porque a muchos en este país les conviene que así el mayor tiempo posible.
Artículo publicado en el diario La Prensa, el martes 2 de diciembre de 2025.
