Odio las fotos. Captan instantes tan hermosos, que me parece
durísimo que después me miren con la frialdad absurda de lo que no está. Pero
así son los recuerdos: una suerte de maldad que el Hado dispone para hacernos
conscientes de lo frágil que es todo, de su vocación de irrecuperable.
Especialmente molestas me resultan las fotos de Mamá. No por
ella, que luce en todas tan aquí, tan conmigo, es porque no puedo entrar en
ellas para revivir el instante en el que nos dijeron, “así, sonrían”, y flash,
click o como fuera, y mamá comenzara a hablar de la Polaroid que tenía en los
ochentas, “que sacaba unas fotos instantáneas bien bonitas”, y seguir oyéndola,
seguir mirándola. Seguir leyendo el artículo aquí.
Artículo publicado en el diario La Prensa, el martes 7 de diciembre de 2021.
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