Hemos de evitar perder la memoria por cansancio y por dejadez pautada por los pragmáticos, que lo que desean es que vivamos desmemoriados, como si aquí no nos hubiera pasado nada, como si lo único importante fuese la recuperación de la democracia, y los muertos sean solo un daño colateral. Aquello que nos hicieron no fue justo, y muchos seguimos discutiendo si era necesario. Lo cierto a fecha de hoy es que fue, y ahora toca no olvidarlo.
Tzvetan Todorov, nos enseña en Los abusos de la memoria que «la memoria ejemplar es potencialmente liberadora», es decir, no usamos el recuerdo para exacerbar nuestras instancias más primitivas, no, pero recurrimos al recuerdo de lo pasado «con vistas al presente, aprovechando las lecciones de las injusticias sufridas para luchar contra las que se producen hoy día, y separarse del yo para ir hacia el otro».
Han pasado 35 años. Un cielo moteado de ardientes fulgores de muerte se precipitó sobre distintos puntos de este país. Volvimos a sufrir aquella madrugada, pero a gran escala, lo que vivimos el 9 de enero de 1964, el abuso del supuesto «vecino amable», que pudiendo hacerlo de otra forma, optó por una crueldad mortal innecesaria. Y aquí estamos, de aquellos polvos estos lodos.
Sigamos recordando, sigamos contando qué fue lo que pasó en novelas, poemas, cuentos, en obras de teatro. Hablemos todos, escuchemos, dejemos registros de una «memoria ejemplar» que persigue no caer en la vieja posibilidad de repetir los mismos errores. No seamos necios: si nos olvidamos, ya lo hemos dicho, otros vendrán a recordarnos como nunca fuimos.
Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 17 de diciembre de 2024.
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