06 noviembre, 2024

Llanto por Panamá


En menos de doscientos días hemos visto cómo el gatopardismo panameño se ha puesto en marcha de manera acelerada: «cambiemos todo para que nada cambie». Un presidente que rofea, decreta y manda, y su cohorte de cómplices necesarios para el desastre, han dejado ver sus dotes para superar cualquier previsión de corrupción institucionalizada. La señal, el nepotismo.

En la Asamblea, hasta los «radicales honestos» pierden las formas ante un compacto bloque de corruptos de todos los partidos, entre los que se encuentran los hijos de los grandes bribones del patio, perpetuando la saga de caraduras con la complicidad de los que han vuelto a las instituciones después de lo de la Mina, y que desde Las Garzas amagan con abrir para volverla a cerrar, pero quien sabe.

La ministra de Educación, firma un acuerdo con una empresa millonaria que va a convertir a los jóvenes panameños en mano de obra barata; el alcalde de la capital se gasta la plata en luces sin dar respuesta a la situación financiera de la ciudad, pero les aplauden, a los dos, demostrando los ciudadanos que la corrupción y el juega vivo es el santo y seña de la mayoría.

Queda llorar por lo que nos sucede. Sigan celebrando las «dianas» del «Chacalde» (el Chikilicuatre panameño) u opinando en redes sobre la «representante» panameña en un concurso anacrónico que no sabe expresarse bien por escrito (pero nos hemos salido de las pruebas PISA), o gastando plata en quepis y batuteras para celebrar una patria que no existe más que para lucrarse de ella. Dejemos de ser ingenuos de una vez.

Nada que celebrar. Panamá es su gente, no sus símbolos. No hay valientes para dejar las calles vacías de este país como protesta contra el gobierno por lo que están haciendo en la Asamblea con el presupuesto. No somos un país valiente, somos esclavos de unas tradiciones absurdas que nos siguen dejando al margen del progreso que necesitamos.

Créditos: La caricatura que "escribe" con precisión meridiana nuestra circunstancia es del maestro Hilde.

29 octubre, 2024

Mulino, por el mismo camiNito

Ya tiene el presidente un hermano embajador. Y dice que no es nepotismo porque su hermano está preparado, pero las acepciones de las palabras son precisas contra los hechos: si desde un cargo se designa a un familiar para un puesto, es nepotismo, que suele ser un síntoma de corrupción. Pero al que se le ocurra oponerse al nuevo embajador, le cae su rofeo presidencial.

¿Y la estrella estrellada del gobierno pasado? Sigue en su declive con una ministra empeñada en gastarse el dinero en lo que no resuelve el problema, o en alquileres de locales mientras las escuelas siguen su ruina igual que la Educación. Pero no hay rofeo desde Las Garzas para Lucy, que se convertirá en la más peligrosa ministra de educación de la historia panameña.

Cada día da más la sensación de que seguimos por el camiNito, quizás por la inercia, pero hay pocas luces en este gobierno, por muchas ruedas de prensa o viajes al exterior que se hagan para exigir que nos saquen de las listas opacas, pero se nombra embajador al hermano del presidente, como si en el extranjero no supieran que eso huele a nepotismo y a poca transparencia.

Nos tocará ver en pocos días a un montón de defensores patrios, presidiendo desfiles o de abanderados, que serían capaces de vender el país al primero que le ofrezca lo suficiente, todos ellos convencidos de que son los que están salvando la patria, mientras el resto se echa a las calles a gastar lo poco que tienen en quepis y uniformes para desfilar, como si eso fuese la única manera de celebrar esta tierra.

Nos conviene un plantón ciudadano a las instituciones, para que se deje de gastar en fiestas patrias y navidades lo que no nos podemos permitir. Mientras no seamos capaces de levantar la voz para que se tomen en serio esta situación, seguiremos en las mismas, creyendo en la fantasía de que estos van a cambiarlo todo.

Artículo publicado el martes 29 de octubre en el diario La Prensa.

01 octubre, 2024

Las «luces» del alcalde

El alcalde ilustrado dijo que las luces navideñas costarían 1.5 millones de dólares, que las anteriores habían costado seis, y que el ahorro, pues eso, saquen ustedes cuentas. De licitación no hablemos, para qué, huele a Navidad y las urgencias Santa Claus apremian; el pueblo quiere luces, desfile «tradicional» de Navidad y demás moderneces de gringos istmeños.

Lo que no dice —que es tener pocas luces y hasta tramposo— es de dónde sacó 1.5 millones cuando las arcas tienen menos 140 millones, lo que los llevó a suspender y luego volver a convocar por presiones un premio literario. ¿Dónde encontró la plata? Y eventos como la «Convención de Gaming» que organizó, ¿cuánta plata trajo a las arcas del municipio? El que pregunta no ofende.

El ahorro no existe, no coman cuento: nos gastamos 6 millones y ahora nos vamos a gastar 1.5, pero es gasto, no es ahorro, porque la diferencia no nos la va a ingresar nadie. Uno no «ahorra», uno lo que hace es no gastar y esa es la única contabilidad que sirve en una casa, en un municipio o en un país: no hay plata y punto.

Pero el iluminado, con sus pocas luces —el taquillero mayor de la ciudad—quiere hacernos creer que necesitamos este desfile como los demás alcaldes del pasado: nos han «metido» una yuca buena en forma de «tradición» navideña, que nunca hemos tenido ni falta que nos hace.

 Lo ciudadano sería no ir al desfile. Necesitamos infraestructuras, limpieza integral y sostenida, plata para obras de calado en nuestra ciudad, necesitamos un par de años de oscuridad navideña invirtiendo bien los recursos: nos haría mucho más bien que los runchos carros alegóricos de todos los años. Pero el alcalde es como la flamante ministra de Educación, que gastará la plata en laptops pata llevarlas a colegios sin luz ni agua. Estos dos iluminados amenazan con sumirnos en la más absurda de las tinieblas de nuestra historia reciente.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 1 de octubre de 2024.

24 septiembre, 2024

Los rofiones

El perfil del rofión es básico: mucha testosterona, poca neurona. La evidencia de lo antedicho le salta a la boca, porque suelta palabras y argumentos de calibre grueso que suelen traicionar su «carita de yo no fui», su falso dominio propio, pero, ¡zas!, un lapsus linguae y te sueltan, por ejemplo, que «saben dar golpes de Estado» o que «si hace falta ser un dictador lo serán, con tal de arreglar los problemas de la gente». Luego reculan, matizan, pero ya se les vio el cobre y queda en evidencia el verdadero talante.

El rofión, asambleario, municipal o presidencial (hay una variante que se dedica a la payasada y a repartir caramelos), cree que los problemas se resuelven parándose firme y lanzando exabruptos contra las listas grises en las que estamos metidos, contra los corruptos o contra los que no piensan como ellos: la testosterona le nubla las neuronas que deben aplicar a la pedagogía democrática que no conocen ni les interesa, porque saben que ese «tumbao» le gusta a la gente que cree, como ellos, que las cosas cambian porque uno «reprende» o «declara» (no olviden los golpes de mesa del alcalde ilustrado).

Esos que rofean son en política tipos peligrosos, matones de esquina que se aprovechan de la «nostalgia del dictador» que permea cada vez más hondo en la mente de muchos ciudadanos al ver que nadie resuelve nada, y serían felices comprando la «paz» de las dictaduras con la libertad de una democracia imperfecta como la nuestra, como todas. Ningún tiempo pasado fue necesariamente mejor: es nostalgia, un espejismo del alma.

No está bien que un presidente invoque la figura de un dictador para enfatizar sus deseos de resolver los grandes problemas: o no sabe que ya hemos vivido bajo una dictadura, o lo sabe, y tantea para ver qué tal le sienta eso a la gente. O quizás, como buen rofión, le sobra testosterona y le falta un pocotón de neuronas.

17 septiembre, 2024

Enfermos de un poder efímero

Tenemos «taquilla» para rato. El alcalde ilustrado viste de oficina con una cortadora de césped y después le vemos compareciendo, en un gemido triste, dando golpes de víctima sobre la mesa, invocando tiempos más corruptos que el suyo. Días más tarde lo vemos birriando videojuegos en un encuentro de gamers que no sabemos cuánto costó montar ni cuánto va a dejar en las arcas públicas. Pero dice que brillaremos, claro, con un par de millones en luces de Navidad, como si fuese lo más apremiante.

Pocas las luces de Lucy, la ministra que quiere comprar portátiles para niños y profesores que no tienen una escuela en condiciones o caminos para ira a ella, que tienen que tirarse a un río para ir a enseñar o a aprender, profesiones de riesgo que esta mujer quiere aliviar poniendo en sus manos un aparato carísimo que no hay donde enchufar y no se come, porque muchos de los que estudian tienen hambre. Otra iluminada que terminará de enterrar este país.

Y el presidente de la república, que convoca a todos a dar ideas sobre la CSS, la enésima mesa de no sé qué para aportar soluciones de no sé cuál, y que cuestan un platal que nadie sabe de dónde va a salir para pagarla. Mientras, el tiempo se pasa y la Asamblea sigue en lo mismo, y ya entramos en la dinámica del país portátil, digno de listas grises y de desconfianzas de las que no nos van a librar ni los rofeos de El inquilino de las Garzas: mucha testosterona y poca neurona.

Están enfermos, los tres, de un poder efímero, de una excitación súbita, pagados de su imagen ejecutiva en los medios de todos los colores, conscientes de que no cambiarán nada, pero qué bien sienta ser alcalde, ministra o presidente, narcisistas peligrosos que nos van a arrastrar al peor de los escenarios: el estallido social ante la incompetencia de los que venían a cambiarlo todo.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 17 de septiembre de 2024

10 septiembre, 2024

Paternalismo y democracia

«Estos chiquillos que no habían nacido, que me salgan con estos argumentos, se ven que se están copiando del de al lado, tan sencillo como eso, no hay de otra. Y lo lamento, ah, lo lamento mucho. Porque una bancada de 20 tiene cómo hacerse sentir más allá de votar “no” contra todo, pero bueno, cada quién busca en qué soga se ahorca».

En 1993, Mulino, el chiquillo «solidario», con 34 añitos, fundó un partido que en Panamá se tomó en serio. Con 47 primaveras, en 2006, formó otro, que también se tomó en serio, y que inició su «unión patriótica» con el designado corrupto, lo que le convirtió en Ministro de Seguridad, quedando para la historia patria el chorizo y los perdigones. Seguro que en la intimidad él también afirma que «a mí no me hicieron con leche condensada», convirtiéndose en un rofión que recuerda a tiranos y autócratas por los que muchos suspiran. Y no es falta de respeto, es repasar la hemeroteca.

Por otro lado, la política de «corazones rotos» de Eduardo Gaitán, demuestra que hace falta «taquillar» menos y ser más firmes. Estamos haciendo una política en Panamá muy mediática, todo mundo en redes exhibiendo lo que hace, comparecencias semanales estilo Todo por la patria: buscando ser transparentes se hacen omnipresentes (miren al alcalde ilustrado) y eso les resta tiempo para hacer lo que deben. Al final el público se aburre y pide circo, lo que siempre es útil para los corruptos.

Vamos camino de una legislatura donde todo el mundo descubre que se perdió la plata y nadie denuncia: tenemos el Ministerio Público más débil en décadas, y un gobierneli que se acuesta con viejas ratas de vejiga suelta, exponiendo a El sabio de las Garzas (que no había nacido cuando se inventó la democracia) a que el viejo y conocido refrán se le revuelva y termine ahorcado en esa soga: «el que con vieja rata se acuesta, amanece meao».

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 10 de septiembre de 2024.

03 septiembre, 2024

Rod Carew y el cainismo panameño

En 1985, la voz de René Rizcalla narraba en Canal 4 cómo Rod Carew conectaba su hit número 3.000 en California. En 19 temporadas, acumuló 3,053 hits, jugó 18 partidos de las Estrellas, ganó siete títulos de bateo y el MVP de la Liga Americana en 1977. Entró al Salón de la Fama del Béisbol en 1991. Todo esto siendo panameño.

Hace unos días, con 78 años y habiendo dejado el nombre de este país en alto, se convirtió en ciudadano estadounidense. Algunos medios amarillistas contaron que había afirmado que era «su sueño» y, aunque no lo dijo, el cainismo panameño montó en cólera, sentenciando que no es «buen panameño», y que al estadio nacional había que quitarle su nombre. Humberto Eco tenía razón cuando dijo que «las redes sociales han dado el derecho de hablar a legiones de idiotas».

Choca la falta de comprensión lectora y del cumplimiento del deber ciudadano de informarse antes de hablar. Una búsqueda en otros medios pondría en perspectiva el asunto, pero no, es mejor erigirse en juez. Alguien decía, mínima luz en medio de tanta sandez, que: «Denigramos, descalificamos y criticamos a los nuestros con una facilidad que espanta».

Pero los panameños del terruño, de cédula y pasaporte azul, sí que se merecen un estadio a pesar de robarnos y enyucarnos con cronicidad precisa. Si vives aquí tienes derecho a ratear y votar por los mismos, porque es mejor un Benicio o un Bolota que un Carew, que después de una vida de glorias deportivas tendrá acceso a una vejez mejor.

Ojalá, Dios los marcara en la frente para reconocer a los cainitas tricolor, a los que no les bastan hits ni salones de la fama: si dices lo que piensas te linchan en el patio limoso de sus redes. Me alegro por Rod, que le vaya bien, y a los panameños destacados, sigan adelante con tesón: una legión de idiotas no detendrá nunca el trabajo bien hecho.

Artículo publicado en el diario panameño La Prensa, martes 3 de septiembre de 2024

28 agosto, 2024

¿Quién nos lee?

Se habla mucho de periodismo cultural en Panamá, pero apenas se practica y mucho menos se lee. Hemos dejado los suplementos culturales, en papel o digital, para sustituirlos por un pringuintín de voces que claman en el desierto de la cultura patria, a los que se tiene por locos o esnobs. Todo esto sin hablar del pocotón de «expertos» diletantes que llegan con «fórmulas» que prometen la gloria literaria con un mínimo esfuerzo: comprar el libro que contiene la receta.

Pero, de verdad, ¿quién nos lee? Extraña siempre que a muy buenos artículos culturales se les dé poca difusión o réplica, y que las instituciones gubernamentales o privadas, sus responsables, tengan un nulo conocimiento de quienes en este país escriben sobre cultura. Y sé que nadie los lee porque a la hora de convocar mesas de trabajo para proponer soluciones, no se llama a los que llevan años observando los derroteros de la cultura del país.

«…Hay un culto a la ignorancia, y siempre lo ha habido. El antiintelectualismo ha sido esa constante que ha ido permeando nuestra vida política y cultural, amparado por la falsa premisa de que democracia quiere decir que “mi ignorancia vale tanto como tu saber”», escribía el liso y esnob de Isaac Asimov en 1980, y ya escucho a los que dicen «ni tú ni ninguno de los que escriben es Asimov», lo sé, contesto, pero lo más seguro es que esos sean de los que hacen valer su ignorancia como un derecho democrático.

El síntoma es la falta de lectura, empezando por la «prensa especializada», que vista la falta de espacios, es una suerte de cuota en los medios para parecer interesados en lo cultural, lo que inmediatamente es detectado por el público como algo prescindible, reproducible en un blog o cuenta de red social. Un mal cultural que erosiona la pedagogía lectora tan necesaria, y que construye sentidos críticos superficiales que tienen como única medida el propio gusto.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 27 de agosto de 2024.

20 agosto, 2024

La Feria, la mina y la lectura

Hay cifras que no representan más que eso, y eslóganes que no son más que trampas mentales para hacernos creer lo que no existe (algunos lo llaman con acierto mitificación), y hay aprovechados y populistas (los vamos a llamar populeros para diferenciarlos de lo político) que se dedican a sentirse ofendidísimos, cambiando la necesaria pedagogía por demagogia.

La Cámara Panameña del Libro se equivocó vendiéndole un estand a la «mina». Algunos dijeron que esta «patrocinaba» la Feria, demostrando ignorancia o maldad, socavando la reputación de un evento que no pertenece a quienes ahora presiden la Cámara y la organizan. Personas preparadas y preocupadas por el país renunciando a ser pedagogos para ser demagogos, constatando que Panamá, por mucho que nos empeñemos, no lee.

Y entre la mina y la feria, la lectura y la literatura descendiendo a sus cotas más bajas. Otra vez, miles de personas (cantidad) comprando libros de dudosa entidad literaria, con galas para premios nacionales brevísimas, encapsuladas, y otras deficiencias de fondo que presagian que hemos llegado a un fin de ciclo cultural en nuestro país. Necesitamos con urgencia una renovación, y prueba de ello es la «rectificación» del «alcalde ilustrado» sobre los premios literarios, sin dar la cara o de cara a la galería, para quitarse presión.

Se calla por miedo a no salir en la foto, pero el deterioro de las instituciones culturales hace peligrar esa foto. Estamos siendo un destino, un escenario, y no un país al que se toma en serio en materia cultural: 50.000 dólares y un ascenso por boxear (Atheyna Bylon, eres un gran ejemplo) demuestra que en este país, del presidente para abajo, se desconoce el enorme esfuerzo que ha llevado a escritores, cineastas y artistas a destacar a nivel internacional. Pero un populero ve el bonche de gente y monta un fiestón o regala chenchén, porque no lee y se aprovecha, porque lo fácil son las cifras: lo difícil es leer, ser cultos.

Artículo publicado el martes 20 de agosto de 2024 en el diario La Prensa.

08 agosto, 2024

Para Mayer Mizrachi, Alcalde de Panamá

Vamos a ceñirnos al comunicado, yendo a lo importante: Los premios León A. Soto y Changmarín, que organiza la Alcaldía de Panamá desde hace tiempo, han sido «pospuestos» por falta de recursos económicos hasta el año que viene (en principio). El nuevo alcalde y su equipo acaban de asumir el cargo hace un mes y no conocían la situación, la magnitud de la tragedia municipal. Y eso se puede entender hasta cierto punto.

El alcalde hace semanas presentó “the rebrand”, una manipulación del escudo del Municipio de Panamá, que, como sabrán ustedes, no es una marca (esta mentalidad tan provinciana de nombrar las cosas en inglés —como si la mera pronunciación pudiese conceder brillo a las ideas vacías—, como si no hubiese palabras en español, es sonrojante), no sabemos cuanto costó, porque cada cosa que se hace, cuesta, como el viaje a El Salvador, para alucinar como un niño por primera vez en un parque temático, para «buscar ideas», como si en Panamá no tuviéramos personas viajadas, instruidas y muy talentosas para poner en marcha proyectos de cualquier índole, pero no, es mejor ir a ver las ideas de primera mano. En fin. El «re-marcado» municipal, en un azul que no consultó con nadie con criterio heráldico —lo mismo no tiene por qué hacerlo—, ¿cuánto costó? Igual fue gratis, lo mismo que el viaje.

Olmedo Rodríguez, tesorero municipal, advertía en un programa de radio (el 10 de julio) que estaban en proceso de revisión de las cuentas y que iban a recortar gastos. Y lo han hecho, como suele hacerse siempre, en Cultura, total, nadie lee y ni falta que hace, ya está aquí la tecnología para cambiarlo todo, incluso nuestros malos hábitos ciudadanos. El alcalde, y los que con él hablan de estos temas, se equivocan al creer que no organizar estos premios es un ahorro. El cortoplacismo, mentalidad que empuja a muchos votantes a creer que todo empieza después de elegir a los menos malos cada cinco años, está instalada en los que deben gestionar los recursos de todos, en este caso, la Alcaldía de Panamá. Lo que hace el alcalde es lo que haría cualquiera que no tiene una conexión real con la cultura.

Hay una ingenuidad en la visión que tienen algunos de lo que la Alcaldía de Panamá ha hecho con los premio León A. Soto y Changmarín: «han dado un golpe a la literatura, a la cultura»: no es cierto. La mediocridad y el pedigüeñismo son dos de los estados más comunes de nuestra gestión cultural. «Desmantelar la cultura es una enorme bandera roja. Con la excusa del deterioro administrativo municipal, se destruye la literatura panameña, de por sí ya en el abandono. En las ciudades que crecen culturalmente sus municipios hacen lo contrario: apoyan la creación literaria», afirma Richard Morales con muy buen tino, pero, en lo único que coincido (para los fines de este escrito) es en «la literatura panameña, de por sí ya en el abandono». Sumen síntomas y tendrán una cultura enferma: poco espacio «cultural» en ferias y convocatorias culturales (se promocionan «productos culturales», no cultura), abandono estatal de una institución como la Biblioteca Nacional, espacios cada vez más reducidos para bibliotecas municipales (cada vez cierran más), incumplimiento en la promoción y distribución de la literatura, en particular, a nivel nacional y, en general, de cualquier manifestación cultural.

Y no es por falta de grandísimos profesionales, que se esfuerzan por la excelencia y hacen lo que pueden para repartir migajas culturales por todo el país, que es lo que en su mayoría albergan los suntuosos edificios de la gestión cultural en Panamá. Nos encanta aparentar, pero no pasamos de poner en marcha, desde hace años, encuentros para vender productos culturales sin reflexión ninguna. Ponemos tenderetes para vender, pero no espacios para pensar nuestro arte. No, no sean ingenuos: la decisión municipal es una consecuencia, no un medio de desmantelamiento de la literatura nacional. Tenemos un puñado de buenos escritores, que siguen y van más allá de premios (que son fundamentales, en su acepción más natural), y que lo que requieren es mejor distribución de sus obras, una presencia más eficiente de su trabajo (no un año después de un fallo, eso resta vida a cualquier obra) a todos los niveles de la sociedad. No debe extrañarnos lo que ha hecho el alcalde, es lo que sigue al deterioro de una cultura literaria que necesita una renovación urgente, vistos los síntomas del deterioro en estos últimos diez años.

Dice el comunicado que se «pospone» (en el sentido de la segunda acepción del DRAE), menos mal, pero el motivo es lo que alarma: «las actuales dificultades económicas». ¿Y si la cosa sigue igual el próximo año? Tendrán que ser coherentes, seguir manteniéndolo en suspenso hasta «nueva plata», que es lo que realmente importa, y es verdad, pero la gestión de los recursos es más importante, y es allí donde tenemos un problema en Panamá: la gestión cultural no ha conseguido que la sociedad vea las manifestaciones culturales como una necesidad y un derecho, y como elemento aportador al PIB regional o nacional. Por eso suspenden recursos de cultura y los destinan a basura, que es prioritario, porque siempre se gestionó mal ese tema que, puesto al lado de cultura, resulta más acuciante.

Dicen que en el futuro trabajarán de la mano de la empresa privada para seguir convocando estos premios. La cultura es un derecho, un derecho que debe garantizar el estado. Para cualquier empresa privada cooperar es una opción. Esta mala costumbre de querer mezclar las cosas solo beneficia la opacidad y deteriora los correctos argumentos que sostienen al estado de derecho. La empresa privada no tiene porqué cooperar en nada, este es un concurso municipal, que impulsa la creación literaria, y debe ser organizado y llevado hacia adelante con los recursos de la Alcaldía, que velará, si hay intervención de la empresa privada, porque el premio no se convierta en «propiedad» del patrocinador. La cooperación entre ambos sectores ha sido crucial siempre, pero no pueden ser una excusa para no organizarlo, argumentando falta de recursos.

Al final, la disculpa a los participantes es de las tristes: se devolverán los correos sin mirar las plicas para garantizar que se puedan usar las obras en otros premios, o en este el próximo año. Cómo se nota que quienes ha tomado esa decisión no preguntaron a ningún escritor. Meses de trabajo para muchos, años, preparando este premio. Pero en fin, como viene ocurriendo desde hace tiempo (diez años para acá, más o menos), muchos panameños creen que cualquier cosa es literatura, que cualquiera escribe, y «voy a mandar esta vaina pa’vé si le pego al premio». La proliferación de vendedores de libros, que nacen en el fértil terreno de las redes, aupados por mesas para la venta, grupos de unidad «escritural», de «bombo en bonche», de facilitadores de métodos para escribir rápido y sin leer, han hecho que la toma de decisiones como esta sea más fácil: «es un pasatiempo muy caro para patrocinar» (eso piensan los que han decidido que no hay plata).

Hablar o callar en este tema es una elección libre, que garantiza el estado de derecho. De lo que no nos salva ni la democracia es de leer un montón de opiniones mal escritas, con poco conocimiento, invocando en sus perfiles dioses, carreras, doctorados, aficiones y afinidades que no garantizan un análisis mínimo de la situación. Queda claro, leídas las opiniones (que son como los fundillos, todo mundo tiene una) vertidas por muchas personas sobre este tema, que la comprensión lectora no es su fuerte, y que su defensa de la literatura panameña está basada en un romanticismo poco formado: ahora resulta que a todo el mundo «le duele Panamá», pero ni leen ni consumen literatura ni cultura panameña. Queda muy bien protestar, pero es más recomendable un silencio bien informado que nos recuerda que, aunque opinar es un derecho, informarse bien es un deber ciudadano. Hacer pedagogía es lo que necesitamos, y no sesgos, opiniones mal elaboradas y disparates que solo nos llevan al encono y nos desvían de lo importante.

¿Y lo de las bibliotecas? ¡Cuánto entusiasmo, señor alcalde! Muy bonito todo, ¿verdad? Pregunte por el número de bibliotecas que han cerrado en el municipio, pregunte cuántas necesitamos, pregunte cuánto ganan los bibliotecarios, pregunte qué libros necesitamos en cada biblioteca necesaria, pregunte cuánto cuesta abrir esas bibliotecas y cuánto cuestan los terrenos para ello. Es más barato poner maquinitas para jugar en cada esquina del municipio que poner bibliotecas: para fiscalizar si un niño leyó o no para darle media hora de video juegos no hace falta ninguna formación, para levantar una biblioteca, sí. Y eso es lo que usted no sabe, como quizás no sepa tantas cosas de cultura, o sí, pero le da igual: usted cree que la mejor opción es permitir que una institución pierda credibilidad suspendiendo un día antes del cierre de la convocatoria, un premio al que se había comprometido. Usted no es el municipio de Panamá, es solo su alcalde, su gestor, su administrador por un periodo de tiempo. Mire los años que lleva celebrándose el premio León A. Soto: no es un capricho, es un compromiso sostenido durante más años de los que usted tiene.

PD: Pásese usted y su equipo, y sus amigos de otras instituciones, por la página de Quetzaltenango, ciudad que organiza los Juegos Florales Hispanoamericanos. Pásese por allí navegando por la red, no hace falta que vaya hasta allí invirtiendo los dineros del municipio: mire cómo se gestionan unos premios literarios de dimensiones internacionales y aprendan el secreto: compromiso y amor por la cultura.


Pedro Crenes Castro.
Escritor.