Vamos a ceñirnos al comunicado,
yendo a lo importante: Los premios León A. Soto y Changmarín, que organiza la
Alcaldía de Panamá desde hace tiempo, han sido «pospuestos»
por falta de recursos económicos hasta el año que viene (en principio). El
nuevo alcalde y su equipo acaban de asumir el cargo hace un mes y no conocían
la situación, la magnitud de la tragedia municipal. Y eso se puede entender
hasta cierto punto.
El alcalde hace semanas presentó
“the rebrand”, una manipulación del escudo del Municipio de Panamá, que, como
sabrán ustedes, no es una marca (esta mentalidad tan provinciana de nombrar las
cosas en inglés —como si la mera pronunciación pudiese conceder brillo a las
ideas vacías—, como si no hubiese palabras en español, es sonrojante), no
sabemos cuanto costó, porque cada cosa que se hace, cuesta, como el viaje a El
Salvador, para alucinar como un niño por primera vez en un parque temático,
para «buscar ideas», como si en Panamá no
tuviéramos personas viajadas, instruidas y muy talentosas para poner en marcha
proyectos de cualquier índole, pero no, es mejor ir a ver las ideas de primera
mano. En fin. El «re-marcado» municipal, en un azul
que no consultó con nadie con criterio heráldico —lo mismo no tiene por qué hacerlo—, ¿cuánto costó? Igual fue gratis, lo mismo que el viaje.
Olmedo Rodríguez, tesorero
municipal, advertía en un programa de radio (el 10 de julio) que estaban en
proceso de revisión de las cuentas y que iban a recortar gastos. Y lo han
hecho, como suele hacerse siempre, en Cultura, total, nadie lee y ni falta que
hace, ya está aquí la tecnología para cambiarlo todo, incluso nuestros malos
hábitos ciudadanos. El alcalde, y los que con él hablan de estos temas, se
equivocan al creer que no organizar estos premios es un ahorro. El cortoplacismo,
mentalidad que empuja a muchos votantes a creer que todo empieza después de
elegir a los menos malos cada cinco años, está instalada en los que deben
gestionar los recursos de todos, en este caso, la Alcaldía de Panamá. Lo que
hace el alcalde es lo que haría cualquiera que no tiene una conexión real con
la cultura.
Hay una ingenuidad en la visión
que tienen algunos de lo que la Alcaldía de Panamá ha hecho con los premio León
A. Soto y Changmarín: «han
dado un golpe a la literatura, a la cultura»: no es cierto. La mediocridad y el pedigüeñismo son
dos de los estados más comunes de nuestra gestión cultural. «Desmantelar la cultura
es una enorme bandera roja. Con la excusa del deterioro administrativo
municipal, se destruye la literatura panameña, de por sí ya en el abandono. En
las ciudades que crecen culturalmente sus municipios hacen lo contrario: apoyan
la creación literaria»,
afirma Richard Morales con muy buen tino, pero, en lo único que coincido (para
los fines de este escrito) es en «la
literatura panameña, de por sí ya en el abandono». Sumen síntomas y tendrán una cultura enferma: poco
espacio «cultural» en ferias y
convocatorias culturales (se promocionan «productos culturales», no cultura), abandono estatal de una institución
como la Biblioteca Nacional, espacios cada vez más reducidos para bibliotecas
municipales (cada vez cierran más), incumplimiento en la promoción y
distribución de la literatura, en particular, a nivel nacional y, en general, de
cualquier manifestación cultural.
Y no es por falta de grandísimos
profesionales, que se esfuerzan por la excelencia y hacen lo que pueden para
repartir migajas culturales por todo el país, que es lo que en su mayoría albergan
los suntuosos edificios de la gestión cultural en Panamá. Nos encanta
aparentar, pero no pasamos de poner en marcha, desde hace años, encuentros para
vender productos culturales sin reflexión ninguna. Ponemos tenderetes para
vender, pero no espacios para pensar nuestro arte. No, no sean ingenuos: la decisión
municipal es una consecuencia, no un medio de desmantelamiento de la literatura
nacional. Tenemos un puñado de buenos escritores, que siguen y van más allá de
premios (que son fundamentales, en su acepción más natural), y que lo que
requieren es mejor distribución de sus obras, una presencia más eficiente de su
trabajo (no un año después de un fallo, eso resta vida a cualquier obra) a
todos los niveles de la sociedad. No debe extrañarnos lo que ha hecho el
alcalde, es lo que sigue al deterioro de una cultura literaria que necesita una
renovación urgente, vistos los síntomas del deterioro en estos últimos diez
años.
Dice el comunicado que se «pospone» (en el sentido de la
segunda acepción del DRAE), menos mal, pero el motivo es lo que alarma: «las actuales
dificultades económicas».
¿Y si la cosa sigue igual el próximo año? Tendrán que ser coherentes, seguir
manteniéndolo en suspenso hasta «nueva
plata», que es lo
que realmente importa, y es verdad, pero la gestión de los recursos es más
importante, y es allí donde tenemos un problema en Panamá: la gestión cultural
no ha conseguido que la sociedad vea las manifestaciones culturales como una
necesidad y un derecho, y como elemento aportador al PIB regional o nacional.
Por eso suspenden recursos de cultura y los destinan a basura, que es prioritario,
porque siempre se gestionó mal ese tema que, puesto al lado de cultura, resulta
más acuciante.
Dicen que en el futuro trabajarán
de la mano de la empresa privada para seguir convocando estos premios. La
cultura es un derecho, un derecho que debe garantizar el estado. Para cualquier
empresa privada cooperar es una opción. Esta mala costumbre de querer mezclar
las cosas solo beneficia la opacidad y deteriora los correctos argumentos que sostienen
al estado de derecho. La empresa privada no tiene porqué cooperar en nada, este
es un concurso municipal, que impulsa la creación literaria, y debe ser organizado
y llevado hacia adelante con los recursos de la Alcaldía, que velará, si hay
intervención de la empresa privada, porque el premio no se convierta en «propiedad» del patrocinador. La
cooperación entre ambos sectores ha sido crucial siempre, pero no pueden ser
una excusa para no organizarlo, argumentando falta de recursos.
Al final, la disculpa a los
participantes es de las tristes: se devolverán los correos sin mirar las plicas
para garantizar que se puedan usar las obras en otros premios, o en este el próximo
año. Cómo se nota que quienes ha tomado esa decisión no preguntaron a ningún
escritor. Meses de trabajo para muchos, años, preparando este premio. Pero en
fin, como viene ocurriendo desde hace tiempo (diez años para acá, más o menos),
muchos panameños creen que cualquier cosa es literatura, que cualquiera
escribe, y «voy a
mandar esta vaina pa’vé si le pego al premio». La proliferación de vendedores de libros, que
nacen en el fértil terreno de las redes, aupados por mesas para la venta,
grupos de unidad «escritural», de «bombo en bonche», de facilitadores de
métodos para escribir rápido y sin leer, han hecho que la toma de decisiones como
esta sea más fácil: «es
un pasatiempo muy caro para patrocinar»
(eso piensan los que han decidido que no hay plata).
Hablar o callar en este tema es
una elección libre, que garantiza el estado de derecho. De lo que no nos salva
ni la democracia es de leer un montón de opiniones mal escritas, con poco
conocimiento, invocando en sus perfiles dioses, carreras, doctorados, aficiones
y afinidades que no garantizan un análisis mínimo de la situación. Queda claro,
leídas las opiniones (que son como los fundillos, todo mundo tiene una) vertidas
por muchas personas sobre este tema, que la comprensión lectora no es su fuerte,
y que su defensa de la literatura panameña está basada en un romanticismo poco formado:
ahora resulta que a todo el mundo «le
duele Panamá», pero
ni leen ni consumen literatura ni cultura panameña. Queda muy bien protestar,
pero es más recomendable un silencio bien informado que nos recuerda que,
aunque opinar es un derecho, informarse bien es un deber ciudadano. Hacer
pedagogía es lo que necesitamos, y no sesgos, opiniones mal elaboradas y
disparates que solo nos llevan al encono y nos desvían de lo importante.
¿Y lo de las bibliotecas? ¡Cuánto entusiasmo,
señor alcalde! Muy bonito todo, ¿verdad? Pregunte por el número de bibliotecas
que han cerrado en el municipio, pregunte cuántas necesitamos, pregunte cuánto
ganan los bibliotecarios, pregunte qué libros necesitamos en cada biblioteca
necesaria, pregunte cuánto cuesta abrir esas bibliotecas y cuánto cuestan los
terrenos para ello. Es más barato poner maquinitas para jugar en cada esquina
del municipio que poner bibliotecas: para fiscalizar si un niño leyó o no para
darle media hora de video juegos no hace falta ninguna formación, para levantar
una biblioteca, sí. Y eso es lo que usted no sabe, como quizás no sepa tantas
cosas de cultura, o sí, pero le da igual: usted cree que la mejor opción es
permitir que una institución pierda credibilidad suspendiendo un día antes del
cierre de la convocatoria, un premio al que se había comprometido. Usted no es
el municipio de Panamá, es solo su alcalde, su gestor, su administrador por un periodo
de tiempo. Mire los años que lleva celebrándose el premio León A. Soto: no es
un capricho, es un compromiso sostenido durante más años de los que usted
tiene.
PD: Pásese usted y su equipo, y
sus amigos de otras instituciones, por la página de Quetzaltenango, ciudad que
organiza los Juegos Florales Hispanoamericanos. Pásese por allí navegando por
la red, no hace falta que vaya hasta allí invirtiendo los dineros del municipio:
mire cómo se gestionan unos premios literarios de dimensiones internacionales y
aprendan el secreto: compromiso y amor por la cultura.
Pedro Crenes Castro.
Escritor.