No soy fanático del fútbol. Cuando escucho a Juan Villoro
hablar de él, siento envidia y unas ganas inmensas de sumergirme en ese
universo, pero no soy capaz: esas pasiones se tienen o no. Eso sí, cuando yo
era chico, al único jugador que conocía era a Pelé, O Rei, al que mi
mamá nombraba muchas veces, o eso creo recordar.
Lo hacía con solemnidad, como si fuese un virtuoso no solo
del fútbol, sino también del saber dejarlo a tiempo: “Pelé metió mil goles y se
retiró”, decía mi mamá, como subrayando de él una cualidad que yo no entendía
entonces. “¡Gol de Pelé!”, era lo único que se me quedó grabado, y su chilena
en Escape a la victoria: no reconocía a ningún otro de los actores y
tampoco sabía quién era John Huston.
Cuando murió Pelé, recordé inmediatamente a mi mamá y su
estadística: mil goles y el retiro pero: ¿tendría razón? En estos tiempos de
Wikipedia no hay recuerdo que aguante un repaso por la memoria virtual del
mundo. Sí, lo confieso, busqué los goles de Pelé y mi mamá casi tenía razón:
1156. Sonreí pensando en ella, en que no exageraba al hablar del mejor jugador
de fútbol de todos los tiempos (eso dicen), por lo menos de todos los tiempos
cuando mi mamá me lo decía de chico.
Pelé recordaría el gol que no paró Moacir Barbosa en el año
1950 y metió más de mil para enmendar aquella derrota, como dice Villoro. Yo
solo recuerdo uno de película y una estadística materna. Motivos suficientes
para la memoria. Habría llamado a mi mamá para que me confirmara la anécdota y
para decirle que tenía razón, y aunque no pueda hacerlo ya, no importa, aquí
queda escrito: la memoria de una madre también está en el fútbol, es redonda, y
lleva el diez en la espalda del amor, el diez de Pelé, el mejor de todos los
tiempos. Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 24 de enero de 2023.