Es cierto que la “Pasión” por
antonomasia es la de
Jesús de Nazaret (aprovechen estos días para ver
El
Evangelio según San Mateo de Pasolini o
La vida de Brian de los
Monty Python), pero “pasión” también es, según el DRAE, una “perturbación o
afecto desordenado del ánimo”, que lleva a más de uno a confundir el oficio de
escribir con el vicio de publicar.
También se confunde el
reconocimiento y salir en prensa con escribir bien, tanto así, que muchos
exhiben certificados y menciones honoríficas de instituciones “fantasma” (sobre
todo extranjeras), que abonan con mentiras virtuales la tierra fértil de “apasionados”
por las letras, capaces de creerse al primero que ofrece la gloria vana de
condecoraciones y medallas vacías de criterio literario.
Lo peor, es que algunos medios se
hacen eco de prestigios, menciones y encumbramientos tan falsos como Judas y,
como no entienden la magnitud de lo que se les dices, ni tienen el más mínimo
conocimiento de la literatura patria y menos de la extranjera, se dan al juego
de periodistas “culturosos” y confunden una epopeya con la hermana de
Popeye.
El “periodismo” cultural necesita
un profundo acto de contrición de las barrabasadas del pasado, y encarar un
propósito de enmienda que comience por leer, por saber de qué y con quién se
habla a la hora de escribir una noticia cultural, y no dejar nunca de comprobar
que es lo que se nos informa: hay pasiones y pasiones, y no debemos dejarnos
impresionar ni por diplomas ni por académicos de cartón.
Les recomiendo para estos días Epopeya
de las comarcas, de Javier Alvarado, excelente poeta panameño, y de Flor
Romero, colombiana, Epopeyas de América, que recoge las principales de
nuestro continente, y también que tengan cuidado con las pasiones que arrastran
al vicio de ser “escritor”: no todo lo que se publica es literatura, ni todo
reconocimiento, virtual o físico, es válido.
El que tiene oídos para oír, oiga.
Artículo aparecido en el diario La Prensa, martes 4 de abril de 2023.
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