20 diciembre, 2016

Silent night (Cuento)



Silent night

Para los panameños que desde el 20 de diciembre de 1989
no han vuelto a tener una noche de paz.

…sleep in heavenly peace,
sleep in heavenly peace”.
Joseph Mohr
Silent night 

Ahora ya somos todo aquello contra lo que luchamos”.
Ignacio del Valle
Soles Negros


Silent night, holy night!
All is calm, all is bright.

El coro del Ejército de los Estados Unidos quebró el silencio. De la nada, acapella, aquellas voces viriles comenzaron a trepar por la emocionada sensibilidad navideña de las trescientas personas que asistían a la recepción que el Presidente de los Estados Unidos de América ofrecía en la Casa Blanca, la tarde-noche del 19 de diciembre de 1989. Silent night dibujaba la Navidad en la nostalgia, con voz templada, escondiendo en su letra un paradójico presagio…
Pero antes de aquella emoción, lo más comentado fue su corbata verde y roja. George H. W. Bush, cuadragésimo primer presidente de los Estados Unidos, se movía confiado y sereno entre sus invitados. El secreto que llevaba guardando tres días, estaba más seguro entre árboles, lucecitas y villancicos.
Estrechaba manos, sonreía cordial recordando los informes de inteligencia que había leído el domingo 17 por la mañana y que confirmaban que Noriega se había pasado de la raya. Mantuvo la compostura –el hombre tranquilo en acción−, ante los niños que visitaban la Casa Blanca para cantar con él villancicos y tomar un pequeño refrigerio. Bárbara había hecho preparar el árbol de Navidad del Salón Azul con el tema “Story book”, –“¿no es hermoso querido?”–, pero por la tarde, despedidos sus invitados, se reunió con sus hombres de confianza. El problema no hacía más que crecer y había que darle solución definitiva.

Round yon Virgin, Mother and Child.
Holy infant so tender and mild,

Pero antes de aquellas voces solemnes, premonitorias sin querer, George H. W. Bush sonreía contenido, sabiendo que el mayor movimiento de tropas desde la guerra de Vietnam se efectuará en unas horas y que el Congreso no lo sabrá hasta las diez de la noche, tres horas antes de la hora H, la 1:00 a.m. del día 20 de diciembre de 1989. Trescientos invitados para estrechar manos y hacerles sentir especiales y ganar tiempo. Periodistas, senadores, políticos, empresarios, deportistas, blancos, negros, latinos… “God bless America”, pensaba, y seguía saludando, “¡bonita corbata Señor Presidente!”, le piropeaban, “tú tampoco estás mal”, respondía chistoso, camuflando con talente festivo “el secreto”, durante su primera Navidad en la Casa Blanca como “el hombre más poderoso de la tierra”.
Pero alguien dijo tenerle cogido por lo huevos…

Sleep in heavenly peace,
Sleep in heavenly peace

Recordó otra vez la reunión del domingo por la tarde, mientras las notas y las voces del villancico flotaban en la estancia. Los uniformes del coro del Ejército contrastan en su mente con el uniforme de fatiga que 20.000 unidades vestirán esa noche. La emoción de la música le recordó a Bing Crosby…
Powell, Cheney, Scowcroft, Fitzwater, Baker, Quayle… repasó sus nombres para la historia y sus caras circunspectas y graves trazando posibilidades, albergando silencios de conciencia, recordando fracasos, buscando éxitos rotundos.
Se había convertido en un experto en disimular lo de Noriega, llevaba más de una década aguatándole, viéndole irse a la cama con unos y otros, sabiendo que pagarle no era comprarlo. Vaciló en llevárselo por delante cuando el golpe militar del 3 de octubre, “no fue idea nuestra”, se lo juraba y prometía a sí mismo y a los periodistas que le preguntaban, “fue cosa de los panameños, no sabíamos nada”, y se acordó del Senador Boren y de aquello de las manos manchadas de sangre y la falta de coraje, de lo de la inacción, “sabíamos lo del golpe”, se confesó consigo mismo, pero no, no podía ser así de simple, y ya llevaban meses creándose una alternativa militar mejor que esa, porque un golpe desde dentro no les servía, demasiada basura regada en el patio, necesitamos una opción global y definitiva.

Silent night, holy night!
Shepherds quake at the sight.


En la sala, radiante y emocionada, Maureen Dowd del New York Times esperaba el saludo del Presidente, pero George H. W. Bush, prefería dejarla para el final…

Glories stream from heaven afar
Heavenly hosts sing Alleluia,

Le confirmaron que serían los dueños de la noche, que los ejércitos de los Estados Unidos de América, por tierra, mar y aire caerían sobre Noriega y sus secuaces y se garantizaría la paz, la seguridad y la democracia; las vidas de los estadounidenses estarían a salvo. No volverían a llamarlo “blando”, no dejarían que otro error los pusiera en jaque ante la opinión pública. Acabarían con “el hombre”, el mundo dormiría mejor cuando acabaran con el dictador, aunque eso significara matarse un poco, o mucho, a ellos mismos.

Christ the Savior is born!
Christ the Savior is born


Volvió a recordar el domingo.
Las horas pasaban y el secreto seguía seguro.
El ejército de voces masculinas que transformaba la inquietud en santa serenidad, bordeaba las palabras del villancico con estudiada ternura.
−Asesinaron al teniente Paz, golpearon y torturaron al teniente Curtis y a su mujer la amenazaron con abusar sexualmente de ella, nos ha declarado la guerra… ¡Ya está bien!−, levantó la voz el hombre tranquilo, y quiso sentir sus huevos menos apretados por la mano del monstruo que habían construido entre todos, su pesadilla recurrente…

Silent night, holy night!
Son of God love's pure light.

−La mejor opción −argumentaban sus consejeros− es una operación especial de captura del hombre con apoyo de las tropas convencionales en Panamá. Limitamos las bajas y guardamos el secreto.
−Nadie me asegura que nuestras unidades den con Noriega −zanjó George H. W. Bush el domingo por la tarde−, se mueve más que un frijol saltarín mexicano…
−Entonces usemos los 12.000 soldados que ya están allí −siguieron dándole al Presidente más posibilidades−, cogemos al tipo y a sus secuaces y mantenemos el secreto a medias. Reducimos las bajas considerablemente…
− ¿Y las amenazas contra el Canal y las posibilidades de una lucha prolongada fuera de la Ciudad de Panamá? No nos queremos vernos metidos en una guerra de guerrillas…
Bush y Powell se miran.

Radiant beams from Thy holy face
With dawn of redeeming grace

−Señor, la única opción viable de verdad, y que va a garantizar quitarnos de encima a Noriega, es utilizar la fuerza masiva. −Colin Powell se levantó y fue al mapa de Panamá con flechas que señalan lugares estratégicos−, así terminaremos con esa gente de una vez por todas y le ofreceremos a la opinión pública un éxito rápido…
−Señor Presidente, no podremos guardar mucho tiempo el secreto…
George H. W. Bush cavila.
−Y las bajas se multiplicarán…
Sigue cavilando en silencio.
−Pero nos evitaremos un fracaso, seguro –ataja cualquier dilación estratégica Powell.
Durante media hora Bush interrogó a Collin Powell, su recién nombrado Jefe del Estado Mayor Conjunto del Ejército: ¿qué clase de equipo necesitamos? ¿Se podrá transportar sin que Noriega se entere? ¿Qué tropas necesitaremos? ¿Podremos capturar a Noriega en cuanto comience la invasión?
−Tienes que asegurarme que no nos pasará lo de Desierto Uno, ni lo de Grenada…
Hubo discrepancias entre los consejeros, idas y venidas a los fracasos, ajustes de posibilidades, no se ponían de acuerdo…
George H. W. Bush, escucha Silent night, y se emociona al pensar que un nuevo amanecer se cernía sobre todos, que por la gracia de Dios todos los fracasos de antaño serían despejados, que por fin pondría sobre la mesa de la opinión pública el éxito bélico que la Nación necesitaba.

Jesus Lord, at Thy birth
Jesus Lord, at Thy birth.

El coro del Ejército de los Estados Unidos de América había comenzado a cantar Silent night. El silencio se hizo, y George H. W. Bush recordaba la reunión del domingo.
Las aguerridas voces acapella de aquellos hombres templaban la noche y emocionaban. Voces desde las trincheras, voces de padres, de hijos, de hombres que se marchan hacia una noche sin silencio, donde la paz celestial de los durmientes se verá arrasada para siempre por una decisión, la de un hombre que persigue a otro, la de un hombre que no se detendrá ante nada con tal de acabar con una pesadilla que él ayudó a elaborar. Y en el aire, las voces ocupando el silencio, venciendo el tedio del presente, deteniendo en el alma lo cotidiano para devolver a los presentes a un sitio único de libertad: la infancia. George H. W. Bush, mastica su secreto, y en sus lentes de siempre se reflejan las luces del escenario y se toca la corbata verde y roja tan piropeada, junto a una Bárbara Bush vestida de rojo, al borde mismo de la emoción, todo es hermoso, las luces, la recepción, la tarjeta de Navidad deseando a todos amor y paz desde la Casa Blanca, los invitados glamurosos y el árbol de Navidad del Salón Azul… “es mi decisión como Presidente de los Estados Unidos”, consciente de su deber como comandante en jefe, como salvaguarda de las vidas de sus compatriotas que no deberían correr la suerte del asesinado teniente Paz ni sufrir los golpes y amenazas como el teniente Curtis y su esposa. Y restablecer la democracia en Panamá, esto le supo a cobre en los labios de su conciencia, y pensó en Noriega y lo harto que estaba de él y en que por fin se lo iba a quitar de encima, y recordó su reunión del domingo…
Los aplausos devolvieron a todos al presente de aquel 19 de diciembre de 1989.
Siguió estrechando las últimas manos. En unas horas el Congreso lo sabría todo.
            Maureen Dowd, por fin la última de los invitados, recibió el apretón de manos del Presidente y tenía para él una pregunta sobre Panamá –ya sabía algo−, pero la emoción festiva del acto la hizo dejar su pregunta para otro día: una noche de paz quedaba por delante.
“La hora de los aficionados ha terminado”, volvió George H. W. Bush a la reunión del domingo:
−De acuerdo, vamos a por él –resolvió.
Miró a Powell y le dijo, con mucha calma−: Lo haremos.

Mientras recordaba, a esas horas, volaban hacia la noche panameña aviones cargados de paz.



Tomado del libro "Cuatro cuentos recientes sobre las relaciones de Panamá con Estados Unidos". Fuga libros, Panamá, 2016. Puedes adquirirlo AQUÍ.

03 marzo, 2016

En Literofilia: Cómo sobrevivimos a nuestros venenos internos

Convivimos con las sobras. Los otros días, releyendo los microrrelatos de “La máquina de languidecer” de Ángel Olgoso (Páginas de Espuma, 2009), encontré una chispa en la oscuridad circundante: “La herida ofendía a la vista y me asombraba pensar cómo sobrevivimos a nuestros venenos internos”. La cita me abofeteó el ánimo. La firma un tal William Kennedy, premio Pulitzer en 1984. ¿Cómo sobrevivimos? Me interrogué en el transcurso de mi relectura, de mi búsqueda. Seguir leyendo aquí.

02 marzo, 2016

El piso de mi escuela es particular…

Arrancan las clases en Panamá. Recuerdo la emoción de la primera mañana, el uniforme, los zapatos nuevos, las ganas de aprender y sobre todo, las ganas de amistad y de juego. De todos mis amigos, el libro no era el mejor, no exactamente, pero lo apreciábamos, y las maestras que tuve intentaron enseñarme el amor al conocimiento lo mejor que sabían.

Veo las fotos de mis sobrinos en su primer día de clases y les envidio. Mis hijas salen corriendo con sus amigos a formar su fila para esperar el timbre y empezar a soñar aprendiendo. ¡Quién pudiera volver a sentarse a escuchar a la maestra y sentir el cobijo de una segunda madre que cuida que sepas leer y escribir!

Arrancan las clases en Panamá, en la escuela República de Costa Rica de La Chorrera. Un edificio provisional acoge a los estudiantes. Ciertamente el inicio de clases no es igual para todos y fíjense ¡el presidente de la República estuvo allí! ¡Qué manera tan importante de empezar el año escolar! El acceso a las instalaciones provisionales es un caos, pero los padres, garantes de la educación de sus hijos, no ceden a las adversidades.

En esa visita, el presidente con minúscula, vuelve a sorprenderme con una actitud de esas que hacen historia. ¿Cómo se comprueba que un piso de escuela (provisional) es seguro? La escena que veo en un video es ésta: un grupo nutrido de personas accede al recinto. Una madre le muestra al ciudadano elegido por la mayoría para gobernar el país (no es suyo, ni es el jefe de nadie), cómo el suelo cede bajo sus pies. Una madera combada con el peso de la señora hace saltar las alarmas. El presidente observa. Entonces va a una clase, los niños son puestos en pie y Juan Carlos Varela, cruzado de brazos, pide a los niños que brinquen en su puesto. El suelo no cede, menos mal. Entonces se vuelve a la madre y le pregunta "¿está tranquila señora?"

Seguro que el señor Varela no dejaría a sus hijos asistir a clase en esas condiciones. Es tan esperpéntica su intervención que, después del estupor del primer visionado, uno cae de la tristeza a la rabia contenida al ver que la persona que debe encarnar el buen gobierno, la escucha atenta y resolutiva de las situaciones adversas del país, tenga tan poca sensibilidad y exhiba tanta torpeza en su trato. Enfurruñado como un niño chico acostumbrado a tener siempre la razón va y hace que los alumnos “brinquen” a ver si es verdad que el piso cede.


Esta actitud lo único que hace es destruir la imagen de nuestro país. Queremos engañar a turistas e inversores para que visiten un "país moderno" que esconde vergüenzas como éstas que son muy graves. Si lo que quieren es moldear una sociedad de serviles y olvidadizos de su identidad y deber, van por muy buen camino. Brinquen en su puesto, a ver si el suelo cede, a ver si se hunde todo de una vez por todas.

05 enero, 2016

El "postcuento" de nunca acabar

Eloy Tizón, cuentista mayor, excelente novelista y muy buen observador literario, nos ha puesto a todos a pensar el cuento. Escritores, lectores, editores y críticos, ya estarán familiarizados con el texto que el escritor publicó en su columna mensual de El Cultural: “Postcuento”. Un texto nada largo, apenas 293 palabras (un microrrelato), y al cuento, como era de esperar, le ha llegado su hora: ¡el cuento está desnudo!, le han saltado las costuras de un traje que se la ha quedado chico o, es posible, el género ha ganado peso. Seguir leyendo... Artículo aparecido en la revista "OtroLunes", número 39.

04 enero, 2016

Una isla para Dickens

Quizá una de las historias que más se reproducen en Navidad sea la escrita por el inglés Charles Dickens, “A Christmas Carol”. “Cuento de Navidad”, novela corta, se publicó el 19 de diciembre de 1843 y desde entonces no ha dejado de ser reproducida en películas, obras de teatro, radionovelas, musicales y se ha convertido en una tradición navideña ineludible. Dickens inauguró con éxito y sin pretenderlo el género del “milagro de Navidad”, que ha influido en un buen puñado de obras desde entonces. Seguir leyendo…