31 enero, 2011

La chica Einstein (Reseñas)

Philip Sington me concedio una interesante entrevista que junto con otras perdí en la máquina grabadora en la que las hice. Un tipo cercano, con una conversación interesante y con el que te gustaría tomarte unas cañas para seguir con el intercambio de ideas. De verdad que es una pena que se haya perdido la entrevista pero aquí está la resña que encontré hace días y que no había colgado en el blog. Pinchad aquí par ir al "booktrailer".




Definitivamente el amor tiene sus locuras y se convierte muchas veces en la mayor aventura que podamos vivir. Es precisamente lo que propone el escritor inglés Philip Sington (Cambridge, 1962) en la espectacular novela “La chica Einstein”, (Alfaguara, 2009) una obra digna de la mejor tradición del suspense histórico.
Escrita con una técnica limpia, directa y con la construcción de unos personajes que deben pasar a formar parte de los mejores de la literatura moderna, la novela de Sington nos enfrenta con del amor, con la pasión por el trabajo bien hecho y con la figura de uno de los grandes hombres de la historia de la humanidad: Albert Einstein.
La novela comienza con el hallazgo de una joven en los bosques de las afueras de Berlín, desnuda, moribunda y que tiene como único nexo con la realidad un programa que anuncia una conferencia de Einstein. El doctor Martin Kirsch, psiquiatra, se interesa por el caso de la misteriosa joven que al volver del coma en el que estaba no recuerda nada. Kirsch se embarca en una carrera contra el tiempo para buscar la memoria perdida de la bella mujer de la cual parece estar enamorado a pesar de estar prometido.
De fondo, leemos como Hitler subió al poder y como los vientos de una segunda gran guerra se van acrecentando. Asistimos al ascenso de un Hitler que parecía destinado a cambiar el mundo y vaya si lo hizo.
Lo interesante de la obra y que queda bien resuelto por parte del autor es la vida y la persona de Einstein que pasa a ser otro personaje más combinándolo, haciéndolo interactuar con los demás personajes de esta profunda trama. Para ello Sington se ha documentado profusamente y consigue intercalar la historia y la Literatura a partes iguales logrando un sólido efecto.
Conmueve el estado del hijo de Einstein, Eduard, el relato de su vida. Es una de las páginas de la vida del genial científico que se conocen menos al igual que la posibilidad de que su hija, nacida de la relación con Mileva Maric, fuese discapacitada. Sumado este hecho posible al del proyecto nazi T-4 para el extermino de personas discapacitadas, la intriga está servida y esta novela quiere darle una vuelta de tuerca a esas posibilidades. Si quieren saber más do dejen de leer esta maravillosa historia.
El final va a sorprender a todos. No olviden que se trata de una novela que tiene en su centro a un personaje como Einstein y que con él cualquier cosa es posible. Brillantemente resuelta, la novela nos deja en el corazón pasión, nos reconcilia con la búsqueda del bien de otros, pinta una pálida sombra de luz sobre la historia más terrible de la humanidad, nos hace ver que la libertad de un genio se paca muchas veces con el sacrificio de sus más cercanos.
Una novela, “La chica Einstein” que sin duda se encuentra entre las mejores que se han publicado sobre la Segunda Guerra Mundial y sus aledaños junto con “Los demonios de Berlín” de Ignacio del Valle y “El método Cué” de Javier Menéndez Llamazares. Sington se confirma con esta novela como una de los novelistas ingleses que debemos seguir con atención y que deben seguir siendo traducidos. Pasen y entren en la mente de uno de los genios del siglo XX. Su humanidad, su vida, le sorprenderán y la prosa de Sington les cautivará.

30 enero, 2011

Un acto de amor (Reseñas)

¿Quién expondría a su mujer a que otros la amasen y disfrutara de ello? Diríamos que se trata de un ser abyecto, ruin, depravado. No diríamos que se trata del agradable y correcto Félix Quinn, hombre de buen vivir, culto y agradable. Quinn es lo que podemos llamar técnicamente un masoquista.
Esta truculenta historia es la que nos plantea Howard Jacobson (Manchester, 1942) en su espléndida “Un acto de amor” publicado por la editorial Miscelánea, un nuevo acierto de este sello que no deja de darnos alegrías a los lectores.
Construida con erudición lectora, con complejidad psicológica, con la destreza del urdidor de paisajes y atmósferas, "Un acto de amor" es una novela que se inscribe perfectamente en la disciplina de las grandes novelas psicológicas, las grandes novelas con grandes y reseñables personajes tipo “Lolita” de Nabokov o de “Crimen y castigo” de Dostoievski. Y es que el personaje y la psicología de Felix Quinn son un acierto literario que revela la brillantez en el oficio que posee Jacobson.
Joyce, Cervantes, Shakespeare, los mitos, Flaubert y tantos otros se pasean delante de nosotros para cargar de razón la obsesión aberrante de nuestro protagonista. Es un gran lector, un excelente bibliófilo y un gran conmovedor del alma humana urde planes para que su mujer le sea infiel. A partir de una visón sugerente durante la luna de miel Félix Quinn recibe el desencadénate para su obsesión, la cual era ya contemplado por sus rancios antepasados de forma sólo teórica pero que él se atreve a llevar a cabo.
Una novela de personajes donde los detalles de las circunstancias sólo obedecen a un objetivo: dibujar personajes redondos que al actuar no nos sorprendan pero que sí nos conmuevan o lleven a la rabia y a la indignación.
El trabajo técnico de Jacobson, el de ir cargando al personaje, el de ir llevándonos de su mano, el ir mostrándonos poco a poco sus flaquezas y solvencias nos pone en una disyuntiva como lectores: ¿es lícito que le comprendamos o es una aberración? Si son valientes lean y comprueben hasta qué punto el autor es capaz de crearnos lazos afectivos hacia Quimm.
Pero no solo la construcción de Félix es extraordinaria sino también la de Marisa su mujer y la del perfecto amante, Marius, las cuales nos dejan ver lo complejo del universo de esta novela y cómo estos dos “actores” son necesarios para sustentar el universo masoquista de Quinn que descubre, en una escena patética que es, técnicamente y de facto, un masoquista de libro. Psicólogos y psiquiatras o simplemente amantes de las ciencias mentales disfrutaran con la precisa delineación de unos perfiles complejos.
Una novela completa con un final que no dejará indiferente a ninguno y que necesariamente nos hará pedir más de este autor que tiene una extensa obra en inglés que tiene que ser vertida al español y si lo hace miscelánea con una traducción tan buena como la de Santiago del Rey entonces nos veremos obligados a esperar con ansias más de Jacobson que sin duda se convertirá en nuestra lengua en un escritor de culto.

29 enero, 2011

La novia de papá (Reseña)

Que las familias han cambiado eso no cabe duda. Que el concepto de familia ha variado es también una realidad incontestable al igual que el hecho de que como institución se ve cada vez más resentida. Lo cierto es que las familias dan mucho juego literario y hoy día más. Desde que Tolstoi escribiese el célebre arranque de Ana Karenina “Todas las familias felices se parecen; pero las infelices lo son cada una a su manera”, la historia no he hecho más que darle le razón al ruso.
En ese sentido nos llega una divertida novela firmada por Paloma Bravo, periodista madrileña, cuyo título “La novia de papá” (Plaza y Janés, 2010) ya es toda una declaración de intenciones. Construida sobre evidentes experiencias propias la autora nos ofrece un muy bien trabado anecdotario sobre los nuevos lazos que surgen dentro de las parejas cuando aportan hijos de relaciones anteriores. Esa nueva construcción familiar hace que se dispare lo mejor y lo peor de los protagonistas lo que convierte la convivencia, mediado el tiempo, en una interesante experiencia.
Sol, treinta y tantos, independiente, moderna y de vuelta de muchas cosas, se enamora de Pablo que tiene dos hijas pre adolecentes. Pasado un tiempo, Pablo cree que ha llegado el momento de conocer a “las niñas”. A partir de allí, sonrisas y lágrimas, navidades, cumpleaños, fines de semana en los que se comparten las niñas, una ex que se mete de más y una “madrastra” en apuros hacen que nos riamos de situaciones tensas, llenas de pura vida y de ternura. Nos vamos adentrando en el terreno de los afectos que van trenzando lo que podemos llamar, sin complejos, una familia.
Las niñas como personajes no tienen desperdicio, muy bien trazadas, se nota que hay un fondo de carne y hueso, que traen por sí mismas sin restarle a la autora su mérito, su propio bagaje vital.
Los diálogos, divertidísimos y con una carga de ironía que desdramatiza unas situaciones que en sí mismas son complejas, nos hacen pasar un buen rato siendo cómplices de esta familia en apuros digna de una serie de televisión. Al final Sol, la protagonista de esta historia termina convirtiéndose en un ser distinto que también transforma la vida de las niñas y del padre de estas.
La novela se lee bastante rápido, está escrita en un lenguaje coloquial que desdramatizado todo, posiblemente más de lo necesaria sin que esto implique un juicio negativo pero todo hay que decirlo. La novela quiere ver el lado amable de las circunstancias pero la verdad es que en muchas situaciones es la cara oscura del asunto la que predomina.
Sol se las ve y se las desea para ganarse a esas niñas de cuyas vidas termina formando parte muy importante aunque las relaciones de esta nueva familia dan un giro que harán bien en descubrir por ustedes mismos. Paloma Bravo acierta al convertir en literatura su experiencia y esperamos verla pronto resolviendo otros retos literarios que saquen de ella su mejor escritura.

25 enero, 2011

La ciudad del trueno (Reseña)

Madrid no era una fiesta por esas fechas. La artillería alemana castigaba con dureza a una ciudad que se resistía ante la andanada de los nacionales. La Guerra Civil había estallado y el preludio de lo que sería uno de los sucesos más terribles y sangrantes de nuestra historia, iba tomando los tintes de tragedia nacional. Es ese Madrid confuso de ideologías y de hombres de gatillo fácil transcurre esta recomendable novela.
"La ciudad del trueno" (Plaza y Janés, 2010) de Miguel Fortea (Burgos, 1965) arranca con el secuestro de Sonia Araujo, hija de un importante industrial. El caso llega a manos del policía José Dalmau, personaje principal de la novela, que no ceja en su empeño de resolver el caso a pesar de la deriva en la que estaba inmersa su comisaría y el país entero.
Fortea nos lleva con prosa atractiva hasta el Madrid del 36 haciéndonos recorrer sus calles y bares en busca de la chica desaparecida y de un extraño personaje: el Elefante Blanco, pieza central de una trama de traidores y conspiradores.
No es esta una novela ambientada en la Guerra Civil al uso: Fortea se centra en su historia, desarrolla sus personajes, mantiene la intriga y todo ello sobre el fondo de los primeros compases de la guerra civil española y capta muy bien la sensación confusa de aquellos días. No se enarbolan ideologías: la acción nos lleva por un bando y otro dejándonos ver pistas del sentir ciudadano de esos momentos terriblemente caóticos.
Un Cameo de excepción se puede ver en la novela de Miguel Fortea: el mismísimo Ernest Hemingway se codea con el policía Dalmau con el que bebe, comparte juerga e información, un Hemingway valiente y chulo, testigo privilegiado de lo que pasaba en aquel Madrid del 36.
Dalmau es un hombre gris, irónico, con sus heridas personales sin cicatrizar, rudo, eficaz en su trabajo y leal a sus responsabilidades. Es el clásico detective de las novelas negras pero no se interprete esto como que Dalmau es típico y sin vida, nada más lejos de la realidad: el personaje de Fortea da para una saga y lo mismo se está planteando el autor sacarle de la ciudad del trueno para llevarle por otros derroteros.
Un segundario de lujo se cruza con Dalmau, es Alfred Litzberger, alemán del Tercer Reich que busca también “algo” y que tiene que ver directamente con el Elefante Blanco. Un ser brutal y psicopático, construido con tensión dinámica y precisión. En esta línea de segundarios, Araujo no se queda atrás. Pragmático, hecho a sí mismo y con olfato para los negocios de todo tipo, merece nuestra atención como pieza clave en esta trama.
“La ciudad del trueno” galopa sobre los hechos, atrae, mide muy bien la intriga y despliega sus armas con una inteligencia que la convierte en un texto no sólo lúdico sino también en un texto que permite sentir aquellos días sin aplastarnos con datos e ideologías. Disfrutarán sin duda los amantes del género.
Nos sumamos a los deseos del autor en su dedicatoria: esperemos que los que vienen detrás de nosotros nunca conozcan de primera mano, la ciudad del trueno.

23 enero, 2011

Tocumen y el otro 9 de enero

Ayer me llegó la noticia. El pasado 9 de enero un grupo de jóvenes amotinados en el Centro de Cumplimiento de Menores de Tocumen fueron quemados vivos por miembros de la Policía Nacional que para sofocarlo tiraron una bomba lacrimógena que terminó prendiendo la celda y los policías allí presentes impidieron que los bomberos hicieran su trabajo. Todo esto es lo que se ve en las imágenes que la televisión grabó en el lugar de los hechos.
Se abre un debate. Por un lado, nada de demagogias: menores, sí, pero delincuentes, peligrosos y muy capaces de arrebatarle la vida si hace falta a cualquiera. Merecen estar donde está pero no en las condiciones en las que están. Todo esto es fruto de su propia decisión y responsabilidad porque me consta que muchos jóvenes, en sus mismas circunstancias, han optado por un camino mejor, lejos de la delincuencia.
Por otro lado, las instituciones policiales están plagadas de gente o rebotada de la dictadura, con su filosofía del tolete y la patada, y de los que no tienen nada más que hacer que meterse a Guardias porque nadie más quiere serlo. Tipos que se ven con poder y con la precariedad de un trabajo que les puede costar la vida. Además está la falta de infraestructuras apropiadas para la reclusión de estos delincuentes. He leído que donde deberían estar 70 reclusos había 145. No hay cama para tanta gente, lo que propicia motines y desórdenes que ponen en alerta extrema a cualquier policía.
Ahora bien, dicho lo anterior, nos quedan dos reflexiones: que los delincuentes paguen, que reciban todo el rigor de la ley y la repulsa de la sociedad que sufre sus tropelías. Que en su confinamiento reflexionen y cambien y sino otra vez para dentro. Pero esto no ha de ser acosta de los derechos humanos básicos. La sociedad debe ser modelo de aplicación de esos derechos, se merecen lo peor los delincuentes, pero vivimos en un estado de derecho. Comprendo a los que han sufrido a manos de los delincuentes y no reciben justicia: muchos desean tomársela por su propia mano y les comprendo.
La otra reflexión es que las dictaduras vividas desde el 1968 para acá han dejado una huella profunda en la sociedad civil. Hay en muchos comentarios en foros en Internet, un tufillo militarote que me hace plantearme seriamente que hay que cerrar en firme un pasado que no es nada glorioso. Hay que hacer un ejercicio de justicia desde el pasado para que el presente se nos ofrezca liviano de maldades no resueltas que hieren a las víctimas y hacen dudar del sistema democrático a muchos. Parece que si a cualquier crimen cometido le das tiempo y silencio se olvida y los criminales pueden volver a escribir en los periódicos, ser ministros o colaborar con la Policía. Esas tropelías están detrás de este crimen de Tocumen cuya tragedia pone en duda una vez más la viabilidad de nuestra democracia y sus instituciones.
Panamá, que quiere ser un país moderno y lo es en su paisaje, necesita que la sociedad civil se levante en contra de las grandes injusticias del pasado. Necesitamos hacerle frente a estos atropellos con firmeza, sin miedo a un sistema represor como antes. La cultura del mínimo esfuerzo, del “yo me arranco y lo que pasa en Panamá es problema de otros”, debe acabarse y son la Cultura y la Educación las que nos van a ayudar a salir de nuestro error. Necesitamos valores, recuperar el respeto perdido los unos a los otros para poder convivir en paz. No nos pase como en el cuento de Julio Cortázar, “Casa tomada”, que por no enfrentarse a lo que pasaba en las habitaciones los protagonistas se quedaron fuera de la casa. Que nadie nos saque de nuestros derechos: lo que ha pasado en Tocumen tiene que ser investigado y juzgado, si los que tienen la responsabilidad de velar por la seguridad hacen estas cosas estamos perdidos.

El cebo (Reseña)

La trayectoria ascendente de Jose Carlos Somoza (Cuba, 1959) es siempre motivo de expectación cuando saca una novela: es de esos escritores que se desafían a sí mismos, que son capaces de embarcarse en una verdadera aventura en cada nuevo proyecto y no se dejan anquilosar por los éxitos más o menos vistosos del pasado. El autor de “Clara y la penumbra” y “Dafne desvanecida” nos ofrece otra de esas novelas que dará para hablar y debatir durante mucho tiempo.
Resulta que es esta una novela que desdibuja los límites de los géneros, los confunde para servir al lector un suculento plato de intriga aderezado con personajes sustanciosos y como postre una excelente historia que subyuga los sentidos. “El cebo” (Plaza y Janés 2010), ha sido concebida para confrontar al lector con una realidad que no está muy lejos en el tiempo. Esta novela, claramente futurista, es el reto con el que se atreve Somoza y del cual sale reforzado como escritor.
La trama se sitúa en un futuro no muy lejano. La maldad del ser humano es la misma, sólo que más sofisticada, al punto de tener que intervenir la obra de Shakespeare para aclara ciertos recovecos del perfil del que es uno de los asesinos en serie más prolíficos de todos los tiempos: el Espectador. Un ser sádico, incapaz de sentir y del que la policía conoce sus preferencias. La criminología ha avanzado (así es el futuro) y la policía desarrolla un método muy fiable para la detención de este tipo de monstruos: los cebos.
Diana Blanco es una de esas agentes de policía entrenadas según el perfil del asesino de tal modo que este no pueda resistirse. Algo parecido se hace en la actualidad en los departamentos de policía expertos en conducta criminal pero no al nivel de esta novela Se basa en lo que en la novela se llama psinómica, que es una ciencia que estudia el porqué deseamos lo que deseamos. Se trata de profundizar en la mente, en los deseos, para poner delante el cebo correcto que atraiga al monstruo.
Pero la cosa se complica cuando Diana se entera de que es su hermana el siguiente objetivo del el Espectador la trama se complica y se acelera, es entonces cuando la novela alcanza sus grandes momentos de thriller, de novela negra con personaje atormentado.
Para los que les interesan las teorías sobre el ser humano y sus pasiones más oscuras esta es una novela que expone con brillante sensatez la teoría de los deseos, como dominarlos y como atraer a los malos hasta el cebo. Mucho para discutir y disfrutar con el teatro siempre profundo y revelador del alma humana como es el de William Shakespeare, por el cual nuestro autor siente gran admiración.
De una prosa ágil y con un ritmo que no te permite descuidarte, “El cebo” de José Carlos Somoza da a luz a un personaje del cual podríamos esperar más entregas. Una excelente Diana Blanco que se constituye en un ser contradictorio y profundo al que se le queda pequeña esta novela y que se merece otra oportunidad. Una excelente ocasión para viajar al fondo de la literatura de un gran escritor que conoce, como pocos, el lado oscuro del ser humano.

22 enero, 2011

La diosa ciega (Reseña)

Anne Holt (Noruega, 1958) es una de esas escritoras del género negro que en la actualidad no necesitan de una excesiva presentación ni tampoco defensa para su solvencia literaria. Tenemos otras novelas suyas que dan cumplida cuenta de que estamos ante una gran autora que tiene la ventaja de conocer muy bien el terreno que habilita para sus ficciones, no en vano trabajó como asesora de la policía y abogada. Para más señas, fue Ministra de Justicia en su Noruega natal.
Pero esta novela, “La diosa ciega” (Roca Editorial, 2009), es posiblemente un paso más en la carrera de Anne Holt. Esta es la primera de una serie de por lo menos ocho títulos que ponen en escena la vida de la subinspectora Hanne Wilhelmsen, un personaje complejo, contradictorio, lleno de los matices necesarios para convertirse en uno de esos detectives memorables del universo de la novela negra.
Dos asesinatos son la clave criminal de la obra, dos asesinatos dispares, raros que no tienen mucho que ver entre sí pero que destapan una red de corrupción destinada a subvencionar los servicios secretos. Y hasta aquí podemos leer más o menos. Lo que sigue (y constituye el grueso de esta novela y la serie que quiere plantearnos) es el desarrollo de unos personajes que quieren acompañarnos durante mucho tiempo. La propia Hanne Wilhelmsen es un descubrimiento como personaje. Sin ser estridente, feminista en exceso ni parodia de la mujer detective, nos regala su autora una de esas heroínas de las que pueden hacer historia.
No olvidemos al leer esta obra que es una de las primeras de Holt (publicada originalmente en 1993) y que en ella se nota la falta de temple de sus novelas más famosas. En lo que se refiere a la estructura, a la trama y al desarrollo de la historia es impecable. Es posible que le falte más pegada pero no deja de ser una muy interesante novela que presagia una serie que dará de que hablar.
En otro orden de cosas, parece que Hanne Wilhelmsen es (seguramente o seguramente no, ya saben ustedes como son los escritores con estas cosas) una suerte de alter ego en el que la autora consigue poner en claro ciertas cosas que le atañen. A pesar del impecable currículum de Wilhelmsen esta teme que se sepa lo suyo con Cecilie, su pareja de siempre. Teme que esto ponga fin a su carrera. Teniendo en cuenta la biografía de la autora esta apreciación toma más fuerza.
Sea como sea Anne Holt merece que le leamos el resto de la saga (se comenta que serán diez) y seguro que no nos defraudará. Ya ha demostrado sobradamente que es capaz de estar a la altura de los grandes del género más allá de modas literarias. “La diosa ciega” y su autora pasarán a la historia de la literatura de género como un valor sólido cosa que no le ocurrirá a muchos de sus compatriotas que se han apuntado al carro de la novela negra nórdica olvidando que el tiempo en literatura pone todo en su lugar.

21 enero, 2011

Haití: el terremoto que no cesa

Desde que estudiaba en la escuela primaria Don Bosco, mi libro de lo que se llamaba allá en Panamá, Estudios Sociales, colocaba siempre a Haití como uno de los últimos países del mundo. Un país pobre, crecí escuchando de Haití, y de vez en cuando, como si se tratase de un sueño remoto, escuchaba el apellido Duvalier, padre e hijo y yo pensaba que eran una familia feliz en un país de pobres.
Ya pasó más de un año desde que Haití se convulsionó desde las entrañas de su suelo escupiendo sin duda toda la rabia contenida de años de pobreza impuesta e impunidad gubernamental. Por esas fechas el mundo se volcó en solidaridad con el país pobre y devastado. Todo recogieron dinero, todos llamaron a la cooperación y la gente, mala por naturaleza, tuvo su brillo de bondad ante una catástrofe de magnitudes dramáticas.
Hoy los haitianos se quejan de los cacos azules, de que la ayuda recogida por medio mundo les llega cuentagotas. Pero tranquilos, Haití lleva destruida años, desde que tengo uso de razón, están acostumbrados a la pobreza, a la indiferencia y al olvido. Un terremoto que no cesa, que sigue devastando por dentro el ánimo de los haitianos que deambulan por las calles destruidas durante el día y que hoy mismo, un año después, duermen en tiendas de campaña por la noche y se exponen al cólera.
La comunidad internacional, pasados los temblores, se ha centrado en otras cosa, en su crisis provocada por los de arriba, en sus guerras de siempre, en el paro que no para, en su persecución del futuro. Haití, que siempre ha estado en crisis espera, otra vez que aquellos que vieron su sangre entre las entrañas de la tierra no vuela a perderles de vista.


Para que las cosas tiemblen más unas elecciones sospechosas y la llegada al país del dictador Duvalier que supe después en mi juventud que no eran una familia feliz, ni pobre, que eran los portadores de la muerte y el expolio y que se fueron a París con las aletas llenas a disfrutar del botín durante estos últimos veinticinco años. Pero ahora vuelve la sombra del pasado y nadie sabe que va a pasar de verdad con este siniestro personaje.
Haití tiembla y por lo menos se escuchan voces que dicen que le van a procesar, que le van a hacer pagar de una manera u otra por lo que hizo. Un buena noticia por lo menos.
Mientras, en las calles de Puerto Príncipe, los haitianos caminan sus traumas, lloran sus muertos y pasean sus esperanzas. En medio del terremoto que no cesa los niños juegan y lucen en sus caras lindas sonrisas blancas que alumbran su negritud de esperanza. En Puerto Príncipe también se juega, en medio de escombros y ruinas, pero se juega a que mañana será mejor aunque en los libros siga figurando su país en los últimos puestos.

20 enero, 2011

La caída de los cuerpos (Reseña)

Maurice Druon continúa una saga de las que ya han hecho historia. Como dijimos al reseñar “Las grandes familias” (Libros del Asteroide 2009) estamos ante una novela de personajes. Las ideas son encarnadas por ellos, son llevadas a cabo con un tejido de realidad que difícilmente tiene correlato en otras sagas. Druon crea personajes, levanta vidas, colma existencias por las cuales no siente compasión: los ajusticiados lo son con una demoledora fuerza, por un autor consciente de lo que tiene en sus manos.
El tiempo de la novela, su ritmo construido al galope de los acontecimientos de la primera parte del siglo XX. Vemos como la vieja guardia de la sociedad francesa de va extinguiendo. Noël Schoudler se hunde, hace crack en un capitulo número tres espléndido y su fortuna y su estilo de vida van tocando a su fin, poniendo punto y final a las grandes fortunas amasadas durante el XIX. Los giros de la vida ajustan cuentas pero no se engañen, otros siniestros trepas ocuparán su lugar dando paso a los nuevos monstruos de la sociedad francesa.
La caída de los cuerpos” (Libros del Asteroide 2010) es la segunda entrega de la saga “Las grandes familias” que Maurice Druon escribiera para dejarnos constancia de la “intrahistoria” de aquellos años de entreguerras, cracks económicos, de cambios ideológicos y políticos. Porque una de las grandes virtudes de estas novelas es precisamente su capacidad de narrar como las ideologías y las búsquedas de poder esconden seres de carne y hueso.
Trepas como el capitán De Voos, surgen con fuerza, van tomando posiciones, deja a una para irse con otra que le conviene más aunque ya me dirán ustedes hasta que punto. Simon Lachaume asciende pisoteando las desgracias de otros y se ve proyectado aprovechándose de que sus mentores están vendidos al fracaso y él no hará nada más que aprovechar su momento.
“La caída de los cuerpos” arranca con una cacería entretenimiento de las rancias aristocracias y que tiene en el castillo de Mauglaives su gran símbolo de su posición. Es en ese mismo escenario donde Druon cierra el ciclo, donde se cierran las puertas de todo ese mundo que está a punto de cambiar vertiginosamente para siempre. Termina con un silencio, un silencio que presagia una cita en el infierno, un ambiente en el cual, los personajes de esta brillante saga tendrán que enfrentarse a un más que incierto futuro.
Druon es implacable con los personajes, resuelve sus vidas en frases contundentes, maneja las atmósferas con sigilo, situando a cada quien allí donde mejor queda para que el efecto surja y capte al lector. Un verdadero artista, de los de raza y verbo, de los que están entre los grandes por mérito propio.
Con una espléndida traducción de Amparo Albajar y una hermosa edición, “Libros del Asteroide” ya tiene a sus lectores a la espera de la tercera entrega de la saga para ver como un artista de las letras de la talla de Maurice Druon remata una saga que, ya les digo, harán bien en buscar.

18 enero, 2011

Fumar

En el bar de debajo de mi casa la gente discute. Somos españoles. La otra noche dos mujeres, sus voces en off como en una de esas viejas películas, se gritaban quien era más guarra y golfa que la otra. “¡Otra vez!” nos dijimos Marga y yo y de pronto otra voz en off, la de un hombre interviene y zanja en asunto: “En mi bar no quiero estos dramas, además recordad que aquí se me deben dos consumiciones”. Fin del acto.
Pero con la ley anti-tabaco la cosa ha degenerado. Ahora, en la puerta del bar de debajo de mi casa, se discute: “los inmigrantes deberían volverse a su país”, dice un hombre, voz en off (se escucha claramente en el salón), “y si vuelven, con sus papeles” dice una mujer que luego tose a punto de echar la vida y los higadillos. “Nos vamos a morir de una pulmonía”, tercia otra y luego se hace un silencio. Vuelven a entrar al bar. Se morirán de una pulmonía o de cáncer, que más les da. La cosa es morirse de algo.

10 enero, 2011

Máscaras


La gente que lleva máscaras no es de fiar, sean superhéroes o villanos. Si son villanos ya me preocupa más. Nadie que viene a dar buenas noticias se esconde detrás de una máscara. Si encima la máscara no va a confesarse como la de Mishima, peor.
Hoy un señor encapuchado, con una vocecita sospechosa de lo peor, proclama un cese “permanente y verificable” de la violencia, pero no definitivo. Los de la máscara, que asusta al más pintado y esconde siempre a un cobarde, pretenden dar lecciones de cómo negociar, de cómo lograr metas democráticas. Se creen que acabamos de caernos de un guindo.
A los de la máscara tenemos que decirles una cosa: cuando anuncien la entrega de las armas, cuando digan que se entregan, cuando desaparezcan por completo, entonces verificaremos y nos creeremos que la cosa va en serio. Mientras no paguen lo que nos han hecho durante todos estos años no nos creeremos nada. Lo demás es puro teatro.

09 enero, 2011

Mentes cortas, largos olvidos

Hoy es 9 de enero ¿se acuerdan? Es muy probable que muchos ya no recuerden qué pasó hace exactamente cuarentaisiete años. Un grupo de estudiantes panameños del Instituto Nacional, por culpa de la falta de criterio y rotundidad en el cumplimiento de la ley, se vieron obligados por amor a la tierra que les vio nacer a plantar cara a los mismísimos Estados Unidos de América. La cosa degeneró y muchos murieron por las balas de la policía estadounidense. Luego estas muertes las utilizó la dictadura de Torrijos como arma de exaltación del nacionalismo para su propia propaganda y beneficio. Mentes cortas.
Jóvenes que expusieron su vida por un Panamá mejor, dentro de una democracia votada por el pueblo panameño, y la firmeza del Presidente Chiari, merecen que un día como este no sea tratado como un simple día feriado, como un pretexto para arrancarse a la playa o al interior. Largos olvidos. Debería ser un momento para pensar en nuestra Historia sin los filtros de las dictaduras y tomar ejemplo. Las cosas no suceden, las hacemos suceder, hemos de ponernos manos a la obra y resistir la adversidad. Sólo así los mártires de enero consiguieron ser el detonante de la entrega del Canal a Panamá.
Leo en un artículo tendencioso y manipulado que "el 9 de enero sólo se puede entender si eres panameño". Mentes cortas. Un embajador colombiano dijo por aquellas fechas que en Panamá se había instalado un muro de Berlín y la comunidad internacional fue consciente de lo que pasaba en nuestro país. Gentes de sitios tan dispares del mundo entendieron a la perfección lo que pasaba. Cuando algo que sentimos sólo es comprensible por nosotros únicamente mal va la cosa. Si no somos capaces de comunicar lo que nos duele o exalta en realidad significa que no existimos.
Leo con atención el correo que acompaña la Heurística de mi querido David Robinson y su homenaje a su tío Estanislao Orobio, nombre de personaje de novela, muerto en los sucesos de hace 47 años, que esconde una excelente costumbre para no olvidar lo que nos pasó para que no nos vuelva a pasar: visitar a nuestros muertos, no los laureados y cacareados, sino los muertos que desde el anonimato pusieron por delante su vida para que sobre su compromiso que les llevó a la muerte nosotros podamos caminar por una realidad más amble.
Crecí cruzando a diario por un parquecito que protagoniza muchos episodios de mi vida. El parquecito de la Cuchilla de Calidonia se llama (o se llamaba), para los que no se acuerdan, Ascanio Arosemena. De pequeño no sabía quién era. Luego la dictadura le convirtió en héroe de plástico. Después la historia me lo devolvió en su grandeza, en su sencillez de joven desprovisto de su vida por el absurdo de unos señores que se creían dueños de todo. Ahora Ascanio viaja por mis recuerdos con la armonía con que lo recuerda su familia, como un ser humano que jamás debió padecer aquello pero que hoy debemos volver a agradecérselo.
Mentes cortas de aquellos que insisten en hacer pasar la Historia por el arco falso de unas gestas que no corresponden. Olvidos largos y premeditados para que nuestra juventud crea que todo siempre fue así como es hoy, como si su libertad y estrecheces no le hubieron costado la vida a más de uno. Párense un poquito antes de arrancar y recuerden de donde venimos para no volver allí nunca más.

El último verano (Reseña)

¿Cuán preparados estamos para los cambios vitales? ¿Cómo asumiríamos la noticia de que tenemos una enfermedad degenerativa que va a terminar por quitarnos la vida? Definitivamente, en el trance de enfrentar una enfermedad con desenlace inevitablemente fatal unas buenas dosis de humor e ironía suelen ayudar más de lo que pensamos.
Ese es el caso de Cesarina Vighy (1937-2010) bibliotecaria de profesión y a la que se le diagnostica ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica), que decide poner por escrito su testimonio vital como forma de catarsis, como homenaje a aquello que ocupó la mayor parte de su vida: la Literatura aunque jamás se había planteado escribir.
En “El último verano” (Roca Editorial, 2010) una voz que se llama Z va narrando su vida. Se van repasando los momentos más importantes de la vida, se contextualizan históricamente y poco a poco se va juntando la memoria de una mujer apasionada por la vida. Sus coqueteos con el psicoanálisis me llaman poderosamente la atención. Su infancia, su feminismo, el trauma del aborto, el amor. Una experiencia contada con agilidad, con la cercanía de las anécdotas protagonizadas, con una mirada de despedida sin aspavientos ni lloreras: pura serenidad e ironía.
Pero el verdadero centro de este testimonio, lo que recorre cada uno de los capítulos de esta evocación vital, es la sombra de una enfermedad repentina, paralizante, que priva a su protagonista de las ganas de vivir y que le sobreviene como uno de esos aguaceros tropicales. La merma paulatina de sus capacidades, la imposibilidad de dar marcha atrás, son elementos de esta despedida que es a la vez un canto a la vida, al deseo de seguir adelante pese a todo.
El diagnóstico, el peregrinar por el laberinto de la sanidad, los siete neurólogos que conoce y que diagnostican, que le cuentan de su enfermedad, de lo que vendrá. Ella se va levantando con humor y con ironía de cada una de esas noticias sobre sí misma y su futuro. Un momento difícil que activa los resortes de la creatividad y la memoria.
Si algo ha de quedar de esta reflexión testimonial es definitivamente lo que yo llamo su “Decálogo en trece puntos” sobre cómo encarar esta enfermedad. Vighy se ríe de sí misma, desdramatiza, quiere dejar algo en este planeta que ayude a otros a caminar por el desierto de esta durísima enfermedad.
Está bien que de vez en cuando nos llegue a las manos un libro como este, valiente divertido y que aborda un tema tan natural y vital como la muerte. Los que tengan alergia al tema les diré que este es un libro que no asusta, que no es para llorar (aunque se llore), que es para reconciliarnos con las ganas de vivir y que, créanme, nos va a llevar a una conclusión vital que es fundamental: hay que estar agradecidos por cada día del que disponemos, debemos vivir con alegría lo mucho o lo poco que tengamos. Cesarina Vighy nos deja su canta a la vida y nos dice adiós con una prosa suelta, envolvente y que apunta al corazón, haciéndolo latir al ritmo de la alegría.

03 enero, 2011

Indigno de ser humano (Reseña)

Podríamos describir “Indigno de ser humano” (Sajalín Editores, 2010) como la crónica de un descenso a los infiernos, como la historia de la deshumanización de un hombre hasta el suicidio. Un texto que todos debemos leer, que los psicólogos deberían estudiar en la facultad y que todos debemos disfrutar. Estamos ante una de las mejores exposiciones y desarrollo del lado más oscuro del ser humano.
La prosa limpia y transparente de Osamu Dazai (Japón, 1909-1948) va flotando en nuestra mente con movimientos estudiados como los de una geisha, con la sencillez de un veneno. Se va trepando por las esquinas de nuestro cerebro y va subyugándonos a la vez que nos espanta. Yozo, el protagonista de estos cuadernos, va desgranando su paulatino alejamiento de la humanidad. Desde la infancia ha convivido con sentimientos de vergüenza social, rabia contra sus semejantes y desarrolla un severo trastorno de la personalidad, se convierte en un marginado vital. Su fuerte tristeza y su persistente rechazo a la sociedad le transforman en un ser herido de muerte, indigno de ser humano.
Las claves vitales de esta novela que es un clásico de las letras japonesas, las pone de su propia vida el autor. Fue repudiado por su familia, fue adicto al alcohol y a la morfina y se intentó suicidar en cuatro ocasiones. En 1948, antes de los cuarenta años, muere junto a su amante ahogado en el río Tama.
Los cuarenta años se mencionan varias veces en la novela, y, conocida la historia del autor, esa constante reiteración de la cifra era un presagio en toda regla y que nadie pudo evitar. Un hombre que parecía tenerlo todo y que decide salir de este mundo por medio del suicidio. El fraseo de Dazai es constante sin ser monótono, como un terremoto contenido. Va revelando los sentimientos de Yozo, partiendo de las fotos con las que comienza la novela hasta el epílogo que resulta revelador. Poner en claro los sentimientos no es tarea fácil, construir la vida de un solo personaje es un ejercicio agotador y más cuando se trata de alguien tan complejo no por lo que hace sino por lo que siente y por como traza estructura de valores vitales sólo sujetos a su distorsionada manera de ver a sus semejantes.
Acompañan esta peripecia vital Horiki y Yoshiko, personajes que dan una dimensión si cabe mucho más humana a Yozo porque nos permite verle interactuar de manera íntima con su amigo y con una de sus amantes, relaciones que se convierten en un mar de zozobras por la visión que Yozo tiene con el género humano.
Esta excelente novela que Sajalín Editores demuestra una vez más la voluntad de este sello. Ofrecer calidad literaria, recuperar textos necesarios para los lectores. La traducción del japonés de Montse Watkins, me han dicho, es muy buena y hace honor al texto de uno de los grandes de la literatura nipona.
Osamu Dazai, que habrá que seguir leyendo y traduciendo pertenece a ese universo atormentado de los personajes de Dostoievski. Él y su obra. Sin duda esta novela cautivará a los que no la han leído y a los que ya lo han hecho les provocará leerla una vez más.

02 enero, 2011

El río de la vida (Reseña)

Esta novela corta, suena. Tiene la virtud de despertar sensaciones, de hacernos escuchar la naturaleza y arrebatarnos hasta la orilla del río, no sólo el físico, el Big Blackfoot sino hasta el río de la propia existencia donde el tiempo inexorable paseante de la corriente nos muestras sus diversas caras.
Ficción autobiográfica “El río de la vida” (Libros del Asteroide, 2010) encierra todo lo que su autor Norman Maclean (Estados Unidos, 1902-1990) llama su universo. Novela de culto en Estados Unidos y que lleva más de un millón de copias vendidas, para España, quien sino, la recupera Libros del Asteroide con una excelente (eso me han dicho) traducción de Luis Murillo Fort y un prólogo acertado y revelador de Gabriel Insausti. Un libro en el que todo son virtudes: desde la técnica del autor hasta la extensión, que juega a favor de la historia.
Paul y Norman son hermanos, iniciados por su padre en la religión, la literatura y sobre todo, en el noble arte de la pesca con mosca. Pastor presbiteriano, el padre de estos chicos les enseña que la fe y la pesca son sagradas y que ambas han de ser tratadas con la necesaria reverencia y ejercerse con osadía. Los chicos crecen y el amor por la pesca lo hace por encima de todas las cosas transformando sus vidas tanto como la fe inculcada por el padre.
Norman recuerda y narra aquellos años de pesca, los días con el padre y el hermano teniendo tantas cosas en común, buscando el rostro aprobatorio del padre, mimando el arte de la pesca con mosca del cual este libro de Maclean es todo un manual de referencia obligada según los entendidos. “El río de la vida”, es un historia cargada con la experiencia vital de un hombre que ha vivido y que además es un profundo conocedor de la literatura.

No se inquiete quien piense que esta novela está llena de tecnicismos de pesca que hay que ir retirando para llegar a la historia en sí, para nada: no hace falta ser experto pescador con mosca para asomarse a esta novela: la técnica de Maclean, u tratamiento de la trama, el movimiento de sus personajes, hace que mientras leemos sintamos que en nuestras manos tenemos una caña de pescar, que Paul es nuestro hermano y que empecemos a querer a ese padre pastor-pescador, que nos sintamos en medio del río Big Blackfoot pescando truchas.
“El río de la vida” es también una necesidad de poner en orden la memoria. Maclean hurga en sus recuerdos para dibujarse y dibujarnos como fueron las cosas en el pasado, como fueron las relaciones con su padre y con su hermano, que pasó con este último y termina convirtiendo ese ejercicio en literatura, sencilla y rotunda construyendo un texto que se quedará para siempre con nosotros.
Esta edición se completa con otras dos historias: “leñadores, proxenetas y ‘Tu camarada Jim’” y “Servicio forestal de Estados Unidos, 1919” que complementan esta edición de “El río de la vida” y muestran la maestría de Norman Maclean complementando el ambiente y los escenarios de esta.
Como dijimos, el prologo de Gabriel Insausti revela claves de la vida de Maclean y nos pone en perspectiva los textos, permitiéndonos tener más luz en tanto que conocemos mejor el contexto vital de las obras. Un conocimiento que nos ayuda a abrazar mejor estos textos que sin duda nos acercará como dice el propio Insausti, a la gran paradoja del ser humano: “trágico, sí, y también verdadero”.

01 enero, 2011

Textos (Reseñas)

Arranca el 2011 y hoy más que nunca es necesario que nos paremos a pensar. No está de moda, es un gesto que relega convierte al pensante en un ser absurdo. En tiempos de “vivir la vida loca”, “no pensárselo dos veces” o “dar el salto”, es bueno que busquemos asideros que nos permitan tener un buen enfoque de los hechos vitales en medio de las coces que cantan el momento pero desprecian la totalidad de la vida.
Sin recetas mágicas pero con una profunda carga de responsabilidad intelectual el colombiano Nicolás Gómez Dávila (1913-1994) plantea en “Textos” (Atalanta, 2010) una visión profunda del ser humano y su circunstancia con un matiz regional que no le resta nada en absoluto a su vocación de pensador universal.
Gómez Dávila toca los grandes temas del ser humano: identidad, Historia, Dios, vida, muerte, democracia y lo hace con un estilo limpio y elegante, con la conciencia de cada palabra. No es un torrente filosófico es un constructo intelectual que se basa en la experiencia y en el apego a las palabras. El fraseo no es baladí, no es inconsciente nos permite cabalgar sobre los conceptos.
Esa búsqueda de precisión y de enfoque le convierte muchas veces en el texto en una suerte de visionario profético ya que estos textos son del 59 del siglo pasado, textos que no pierden su vigencia ni su verdor y que se erigen como puntos de apoyo e inflexión filosófica para los que a pesar de todo deciden pensar.
Muchas cosas son destacables de este texto. Su brillante discusión del tema capitalismo- comunismo, las democracias burguesas frente a las populares o la discusión sobre la libertad son textos para revisitar y encender debates. Gómez Dávila no baja el nivel intelectual quiere que elevemos el nuestro, no parece avergonzarse por su calidad filosófica y literaria. Esta lectura es un ejercicio del pensamiento que no debemos eludir.
Incendiario y enardecedor es el texto que habla de El reaccionario auténtico”. Su firme apuesta por la libertad, su rotunda fe en el hombre y sus posibilidades (sin ataque teológicos), nos insta a todos a movernos, a no dejarnos llevar por la inacción, nos empuja a tomar posesión de nuevas realidades que mejoren nuestra condición.
Como texto profundo, sorprende que sólo hablemos de 158 páginas. La maravilla del estilo de Nicolás Gómez Dávila es que al escoger con precisión las palabras, las imágenes conceptuales que nos ofrece se fijan con profundidad en el intelecto y en el pensamiento. Este excelente ejercicio de concreción que no sacrifica la precisión ha de ser paradigma para muchos autores de libros de Filosofía que esconde tras la torrencial repetición de conceptos rimbombantes una falta de capacidad de comunicarse por medio de la escritura.
La nota del editor de Jacobo Siruela nos pone en la pista de este autor y de los textos, pistas que nos iluminan el texto. Confirma esta nota que, como siempre, la difusión y el interés por los buenos libros, someten a los lectores a ciertas ausencias editoriales que no deberían darse. Gran acierto de Atalanta y su editor al poner en nuestras manos un texto de calidad que invita a moverse y a despertar del letargo castrante de los entusiastas de la ignorancia.