El despacho de la Primera Dama, como muchas de las costumbres «sociopolíticas» que tenemos en nuestro país, son heredadas de los Estados Unidos. Es ridículo, como una monarquía, tener a la esposa del presidente ocupada en menesteres sociales que ya el propio estado debe atender. Es nepotismo barnizado de quehacer institucional, una forma elegante de corrupción.
Las hijas del presidente, por muy profesionales que sean, no deben figurar en ningún área gubernamental, tampoco el hermano del presidente, embajador en Portugal. Por mucho que usted tenga amigos, vecinos o familiares preparados para un puesto, no los nombre, eso es nepotismo, botellerismo, robarle al estado: no solo hay que ser transparente, hay que parecer transparente.
Esa moda de políticos diciendo en redes que los viajes institucionales o desplazamientos a ferias y desfiles folclóricos «me lo pago de mi bolsillo», solo revela lo poco transparentes que son. El estado tiene que correr con esos gastos, que están reglados y sujetos a fiscalización porque, aunque usted se lo pague, va a representar a una institución o a nuestro país y, si usted lo paga, no representa a nada más que a sus propios intereses.
No, las hijas del presidente no deben aparecer dando opiniones sobre ningún área del estado, ese es el fondo del asunto. Se votó por su padre, aquí no hay «pack familiar», esa es una herencia que no nos corresponde. Es hora de ir caminando hacia una sociedad madura, que haga las cosas como deben hacerse y no impuestas por viejos amos que ya están aquí para reclamar lo suyo.
Artículo publicado en el diario La Prensa, el martes 14 de octubre de 2025.