Aquí escribo |
El espacio en el que se escribe, su geografía de libros, sus cimas de cine y sus simas de ensayo, ambas enclaustradas en blancas estanterías suecas. Allí se cruzan, en el punto exacto entre la silla y la mesa de trabajo, en la mente del que escribe, mujeres apesadumbradas, territorios inaugurados, dictadores que son fantasmas del ayer. Pueblan el refugio las ficciones de amigos, los poemas de otros, las novelas de la infancia.
El sol se asoma por una ventana que no devuelve nada más que luz, que no traiciona a la vista porque, al querer mirar por ella, solo se ve un estor tan blanco como la pantalla donde las letras se van soldando a las palabras que se van convirtiendo en una novela.
Un refugio que las niñas invaden con sus preguntas, con sus juegos, con sus reclamos de un abrazo y un beso, con dibujos para enseñar, con ganas de ayudar a papá a escribir otro cuento.
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