Por fin todos, por fin juntos. Sentados en un restaurante que dilata el tiempo de espera como una agonía, vemos los cuatro la línea de la playa iluminada. Las gentes van y vienen, piden daikiris de maracuyá en la mesa de al lado. Nuestro reencuentro pasa inadvertido, les es ajeno, ni lo imaginan. Las distancias son buenas, según de qué te quieras distanciar. Pero de los hijos, distanciarse es una sucesión de nostalgias que solo puede paliarse a medias con el recuerdo. Juntos, por fin, en esta primera jornada asturiana.
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