28 agosto, 2024

¿Quién nos lee?

Se habla mucho de periodismo cultural en Panamá, pero apenas se practica y mucho menos se lee. Hemos dejado los suplementos culturales, en papel o digital, para sustituirlos por un pringuintín de voces que claman en el desierto de la cultura patria, a los que se tiene por locos o esnobs. Todo esto sin hablar del pocotón de «expertos» diletantes que llegan con «fórmulas» que prometen la gloria literaria con un mínimo esfuerzo: comprar el libro que contiene la receta.

Pero, de verdad, ¿quién nos lee? Extraña siempre que a muy buenos artículos culturales se les dé poca difusión o réplica, y que las instituciones gubernamentales o privadas, sus responsables, tengan un nulo conocimiento de quienes en este país escriben sobre cultura. Y sé que nadie los lee porque a la hora de convocar mesas de trabajo para proponer soluciones, no se llama a los que llevan años observando los derroteros de la cultura del país.

«…Hay un culto a la ignorancia, y siempre lo ha habido. El antiintelectualismo ha sido esa constante que ha ido permeando nuestra vida política y cultural, amparado por la falsa premisa de que democracia quiere decir que “mi ignorancia vale tanto como tu saber”», escribía el liso y esnob de Isaac Asimov en 1980, y ya escucho a los que dicen «ni tú ni ninguno de los que escriben es Asimov», lo sé, contesto, pero lo más seguro es que esos sean de los que hacen valer su ignorancia como un derecho democrático.

El síntoma es la falta de lectura, empezando por la «prensa especializada», que vista la falta de espacios, es una suerte de cuota en los medios para parecer interesados en lo cultural, lo que inmediatamente es detectado por el público como algo prescindible, reproducible en un blog o cuenta de red social. Un mal cultural que erosiona la pedagogía lectora tan necesaria, y que construye sentidos críticos superficiales que tienen como única medida el propio gusto.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 27 de agosto de 2024.

20 agosto, 2024

La Feria, la mina y la lectura

Hay cifras que no representan más que eso, y eslóganes que no son más que trampas mentales para hacernos creer lo que no existe (algunos lo llaman con acierto mitificación), y hay aprovechados y populistas (los vamos a llamar populeros para diferenciarlos de lo político) que se dedican a sentirse ofendidísimos, cambiando la necesaria pedagogía por demagogia.

La Cámara Panameña del Libro se equivocó vendiéndole un estand a la «mina». Algunos dijeron que esta «patrocinaba» la Feria, demostrando ignorancia o maldad, socavando la reputación de un evento que no pertenece a quienes ahora presiden la Cámara y la organizan. Personas preparadas y preocupadas por el país renunciando a ser pedagogos para ser demagogos, constatando que Panamá, por mucho que nos empeñemos, no lee.

Y entre la mina y la feria, la lectura y la literatura descendiendo a sus cotas más bajas. Otra vez, miles de personas (cantidad) comprando libros de dudosa entidad literaria, con galas para premios nacionales brevísimas, encapsuladas, y otras deficiencias de fondo que presagian que hemos llegado a un fin de ciclo cultural en nuestro país. Necesitamos con urgencia una renovación, y prueba de ello es la «rectificación» del «alcalde ilustrado» sobre los premios literarios, sin dar la cara o de cara a la galería, para quitarse presión.

Se calla por miedo a no salir en la foto, pero el deterioro de las instituciones culturales hace peligrar esa foto. Estamos siendo un destino, un escenario, y no un país al que se toma en serio en materia cultural: 50.000 dólares y un ascenso por boxear (Atheyna Bylon, eres un gran ejemplo) demuestra que en este país, del presidente para abajo, se desconoce el enorme esfuerzo que ha llevado a escritores, cineastas y artistas a destacar a nivel internacional. Pero un populero ve el bonche de gente y monta un fiestón o regala chenchén, porque no lee y se aprovecha, porque lo fácil son las cifras: lo difícil es leer, ser cultos.

Artículo publicado el martes 20 de agosto de 2024 en el diario La Prensa.

08 agosto, 2024

Para Mayer Mizrachi, Alcalde de Panamá

Vamos a ceñirnos al comunicado, yendo a lo importante: Los premios León A. Soto y Changmarín, que organiza la Alcaldía de Panamá desde hace tiempo, han sido «pospuestos» por falta de recursos económicos hasta el año que viene (en principio). El nuevo alcalde y su equipo acaban de asumir el cargo hace un mes y no conocían la situación, la magnitud de la tragedia municipal. Y eso se puede entender hasta cierto punto.

El alcalde hace semanas presentó “the rebrand”, una manipulación del escudo del Municipio de Panamá, que, como sabrán ustedes, no es una marca (esta mentalidad tan provinciana de nombrar las cosas en inglés —como si la mera pronunciación pudiese conceder brillo a las ideas vacías—, como si no hubiese palabras en español, es sonrojante), no sabemos cuanto costó, porque cada cosa que se hace, cuesta, como el viaje a El Salvador, para alucinar como un niño por primera vez en un parque temático, para «buscar ideas», como si en Panamá no tuviéramos personas viajadas, instruidas y muy talentosas para poner en marcha proyectos de cualquier índole, pero no, es mejor ir a ver las ideas de primera mano. En fin. El «re-marcado» municipal, en un azul que no consultó con nadie con criterio heráldico —lo mismo no tiene por qué hacerlo—, ¿cuánto costó? Igual fue gratis, lo mismo que el viaje.

Olmedo Rodríguez, tesorero municipal, advertía en un programa de radio (el 10 de julio) que estaban en proceso de revisión de las cuentas y que iban a recortar gastos. Y lo han hecho, como suele hacerse siempre, en Cultura, total, nadie lee y ni falta que hace, ya está aquí la tecnología para cambiarlo todo, incluso nuestros malos hábitos ciudadanos. El alcalde, y los que con él hablan de estos temas, se equivocan al creer que no organizar estos premios es un ahorro. El cortoplacismo, mentalidad que empuja a muchos votantes a creer que todo empieza después de elegir a los menos malos cada cinco años, está instalada en los que deben gestionar los recursos de todos, en este caso, la Alcaldía de Panamá. Lo que hace el alcalde es lo que haría cualquiera que no tiene una conexión real con la cultura.

Hay una ingenuidad en la visión que tienen algunos de lo que la Alcaldía de Panamá ha hecho con los premio León A. Soto y Changmarín: «han dado un golpe a la literatura, a la cultura»: no es cierto. La mediocridad y el pedigüeñismo son dos de los estados más comunes de nuestra gestión cultural. «Desmantelar la cultura es una enorme bandera roja. Con la excusa del deterioro administrativo municipal, se destruye la literatura panameña, de por sí ya en el abandono. En las ciudades que crecen culturalmente sus municipios hacen lo contrario: apoyan la creación literaria», afirma Richard Morales con muy buen tino, pero, en lo único que coincido (para los fines de este escrito) es en «la literatura panameña, de por sí ya en el abandono». Sumen síntomas y tendrán una cultura enferma: poco espacio «cultural» en ferias y convocatorias culturales (se promocionan «productos culturales», no cultura), abandono estatal de una institución como la Biblioteca Nacional, espacios cada vez más reducidos para bibliotecas municipales (cada vez cierran más), incumplimiento en la promoción y distribución de la literatura, en particular, a nivel nacional y, en general, de cualquier manifestación cultural.

Y no es por falta de grandísimos profesionales, que se esfuerzan por la excelencia y hacen lo que pueden para repartir migajas culturales por todo el país, que es lo que en su mayoría albergan los suntuosos edificios de la gestión cultural en Panamá. Nos encanta aparentar, pero no pasamos de poner en marcha, desde hace años, encuentros para vender productos culturales sin reflexión ninguna. Ponemos tenderetes para vender, pero no espacios para pensar nuestro arte. No, no sean ingenuos: la decisión municipal es una consecuencia, no un medio de desmantelamiento de la literatura nacional. Tenemos un puñado de buenos escritores, que siguen y van más allá de premios (que son fundamentales, en su acepción más natural), y que lo que requieren es mejor distribución de sus obras, una presencia más eficiente de su trabajo (no un año después de un fallo, eso resta vida a cualquier obra) a todos los niveles de la sociedad. No debe extrañarnos lo que ha hecho el alcalde, es lo que sigue al deterioro de una cultura literaria que necesita una renovación urgente, vistos los síntomas del deterioro en estos últimos diez años.

Dice el comunicado que se «pospone» (en el sentido de la segunda acepción del DRAE), menos mal, pero el motivo es lo que alarma: «las actuales dificultades económicas». ¿Y si la cosa sigue igual el próximo año? Tendrán que ser coherentes, seguir manteniéndolo en suspenso hasta «nueva plata», que es lo que realmente importa, y es verdad, pero la gestión de los recursos es más importante, y es allí donde tenemos un problema en Panamá: la gestión cultural no ha conseguido que la sociedad vea las manifestaciones culturales como una necesidad y un derecho, y como elemento aportador al PIB regional o nacional. Por eso suspenden recursos de cultura y los destinan a basura, que es prioritario, porque siempre se gestionó mal ese tema que, puesto al lado de cultura, resulta más acuciante.

Dicen que en el futuro trabajarán de la mano de la empresa privada para seguir convocando estos premios. La cultura es un derecho, un derecho que debe garantizar el estado. Para cualquier empresa privada cooperar es una opción. Esta mala costumbre de querer mezclar las cosas solo beneficia la opacidad y deteriora los correctos argumentos que sostienen al estado de derecho. La empresa privada no tiene porqué cooperar en nada, este es un concurso municipal, que impulsa la creación literaria, y debe ser organizado y llevado hacia adelante con los recursos de la Alcaldía, que velará, si hay intervención de la empresa privada, porque el premio no se convierta en «propiedad» del patrocinador. La cooperación entre ambos sectores ha sido crucial siempre, pero no pueden ser una excusa para no organizarlo, argumentando falta de recursos.

Al final, la disculpa a los participantes es de las tristes: se devolverán los correos sin mirar las plicas para garantizar que se puedan usar las obras en otros premios, o en este el próximo año. Cómo se nota que quienes ha tomado esa decisión no preguntaron a ningún escritor. Meses de trabajo para muchos, años, preparando este premio. Pero en fin, como viene ocurriendo desde hace tiempo (diez años para acá, más o menos), muchos panameños creen que cualquier cosa es literatura, que cualquiera escribe, y «voy a mandar esta vaina pa’vé si le pego al premio». La proliferación de vendedores de libros, que nacen en el fértil terreno de las redes, aupados por mesas para la venta, grupos de unidad «escritural», de «bombo en bonche», de facilitadores de métodos para escribir rápido y sin leer, han hecho que la toma de decisiones como esta sea más fácil: «es un pasatiempo muy caro para patrocinar» (eso piensan los que han decidido que no hay plata).

Hablar o callar en este tema es una elección libre, que garantiza el estado de derecho. De lo que no nos salva ni la democracia es de leer un montón de opiniones mal escritas, con poco conocimiento, invocando en sus perfiles dioses, carreras, doctorados, aficiones y afinidades que no garantizan un análisis mínimo de la situación. Queda claro, leídas las opiniones (que son como los fundillos, todo mundo tiene una) vertidas por muchas personas sobre este tema, que la comprensión lectora no es su fuerte, y que su defensa de la literatura panameña está basada en un romanticismo poco formado: ahora resulta que a todo el mundo «le duele Panamá», pero ni leen ni consumen literatura ni cultura panameña. Queda muy bien protestar, pero es más recomendable un silencio bien informado que nos recuerda que, aunque opinar es un derecho, informarse bien es un deber ciudadano. Hacer pedagogía es lo que necesitamos, y no sesgos, opiniones mal elaboradas y disparates que solo nos llevan al encono y nos desvían de lo importante.

¿Y lo de las bibliotecas? ¡Cuánto entusiasmo, señor alcalde! Muy bonito todo, ¿verdad? Pregunte por el número de bibliotecas que han cerrado en el municipio, pregunte cuántas necesitamos, pregunte cuánto ganan los bibliotecarios, pregunte qué libros necesitamos en cada biblioteca necesaria, pregunte cuánto cuesta abrir esas bibliotecas y cuánto cuestan los terrenos para ello. Es más barato poner maquinitas para jugar en cada esquina del municipio que poner bibliotecas: para fiscalizar si un niño leyó o no para darle media hora de video juegos no hace falta ninguna formación, para levantar una biblioteca, sí. Y eso es lo que usted no sabe, como quizás no sepa tantas cosas de cultura, o sí, pero le da igual: usted cree que la mejor opción es permitir que una institución pierda credibilidad suspendiendo un día antes del cierre de la convocatoria, un premio al que se había comprometido. Usted no es el municipio de Panamá, es solo su alcalde, su gestor, su administrador por un periodo de tiempo. Mire los años que lleva celebrándose el premio León A. Soto: no es un capricho, es un compromiso sostenido durante más años de los que usted tiene.

PD: Pásese usted y su equipo, y sus amigos de otras instituciones, por la página de Quetzaltenango, ciudad que organiza los Juegos Florales Hispanoamericanos. Pásese por allí navegando por la red, no hace falta que vaya hasta allí invirtiendo los dineros del municipio: mire cómo se gestionan unos premios literarios de dimensiones internacionales y aprendan el secreto: compromiso y amor por la cultura.


Pedro Crenes Castro.
Escritor.

07 agosto, 2024

Venezuela

Cuando de un país se ausentan más de siete millones de sus ciudadanos, no es una democracia, es una dictadura. Cuando entre un 18 y un 22% de personas se quieren ir de su país si vuelven a ganar los mismos, eso no es una democracia, es una dictadura. Cuando un tipo que escucha pajaritos quiere preparar cárceles para reeducar a los que se oponen, eso no es una democracia, es una dictadura.

Las democracias, como los chistes, si las tienes que explicar, no son graciosas, son terribles dictaduras en las que el que se ríe lo hace por miedo o complicidad, como la que muestran muchos ideólogos de salón, que con su tibieza (a la que tienen derecho) pretenden explicarnos —mejor que los que hacen malabarismos para comer cada día, para seguir estudiando o para poder seguir creyendo en el género humano— cómo funciona la incomprendida «democracia» en Venezuela.

Llegó el momento de situarse, no del lado correcto de la Historia, ¡qué arrogancia!, sino del lado de los venezolanos, de los de carne y hueso, de los que están siendo asesinados, arrestados y privados de sus derechos hasta ver pisoteada su dignidad por esta aberración caudillista llamada «chavismo», que se apoderó de Venezuela y de América como una renovación del mito de Cuba, olvidando por pura maldad o absoluta ignorancia (escojan, no hay más opciones) que Venezuela y Cuba no son un experimento para ideólogos de salón: son personas que necesitan ahora mismo de nuestro apoyo.

Mientras llega la política seamos solidarios. Apoyemos la lucha del pueblo venezolano no cediendo una vez más a la mueca bufa que nos pone el chavismo; no le riamos el chiste macabro a los que nos quieren explicar que es una democracia, pero no la entendemos. Y no nos olvidemos de sus caras paniaguadas, ni de los de dentro ni de los de afuera, para afeárselo cuando esto haya pasado. Porque pasará, y alcanzaremos por fin la victoria.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 6 de agosto de 2024.