24 septiembre, 2024

Los rofiones

El perfil del rofión es básico: mucha testosterona, poca neurona. La evidencia de lo antedicho le salta a la boca, porque suelta palabras y argumentos de calibre grueso que suelen traicionar su «carita de yo no fui», su falso dominio propio, pero, ¡zas!, un lapsus linguae y te sueltan, por ejemplo, que «saben dar golpes de Estado» o que «si hace falta ser un dictador lo serán, con tal de arreglar los problemas de la gente». Luego reculan, matizan, pero ya se les vio el cobre y queda en evidencia el verdadero talante.

El rofión, asambleario, municipal o presidencial (hay una variante que se dedica a la payasada y a repartir caramelos), cree que los problemas se resuelven parándose firme y lanzando exabruptos contra las listas grises en las que estamos metidos, contra los corruptos o contra los que no piensan como ellos: la testosterona le nubla las neuronas que deben aplicar a la pedagogía democrática que no conocen ni les interesa, porque saben que ese «tumbao» le gusta a la gente que cree, como ellos, que las cosas cambian porque uno «reprende» o «declara» (no olviden los golpes de mesa del alcalde ilustrado).

Esos que rofean son en política tipos peligrosos, matones de esquina que se aprovechan de la «nostalgia del dictador» que permea cada vez más hondo en la mente de muchos ciudadanos al ver que nadie resuelve nada, y serían felices comprando la «paz» de las dictaduras con la libertad de una democracia imperfecta como la nuestra, como todas. Ningún tiempo pasado fue necesariamente mejor: es nostalgia, un espejismo del alma.

No está bien que un presidente invoque la figura de un dictador para enfatizar sus deseos de resolver los grandes problemas: o no sabe que ya hemos vivido bajo una dictadura, o lo sabe, y tantea para ver qué tal le sienta eso a la gente. O quizás, como buen rofión, le sobra testosterona y le falta un pocotón de neuronas.

17 septiembre, 2024

Enfermos de un poder efímero

Tenemos «taquilla» para rato. El alcalde ilustrado viste de oficina con una cortadora de césped y después le vemos compareciendo, en un gemido triste, dando golpes de víctima sobre la mesa, invocando tiempos más corruptos que el suyo. Días más tarde lo vemos birriando videojuegos en un encuentro de gamers que no sabemos cuánto costó montar ni cuánto va a dejar en las arcas públicas. Pero dice que brillaremos, claro, con un par de millones en luces de Navidad, como si fuese lo más apremiante.

Pocas las luces de Lucy, la ministra que quiere comprar portátiles para niños y profesores que no tienen una escuela en condiciones o caminos para ira a ella, que tienen que tirarse a un río para ir a enseñar o a aprender, profesiones de riesgo que esta mujer quiere aliviar poniendo en sus manos un aparato carísimo que no hay donde enchufar y no se come, porque muchos de los que estudian tienen hambre. Otra iluminada que terminará de enterrar este país.

Y el presidente de la república, que convoca a todos a dar ideas sobre la CSS, la enésima mesa de no sé qué para aportar soluciones de no sé cuál, y que cuestan un platal que nadie sabe de dónde va a salir para pagarla. Mientras, el tiempo se pasa y la Asamblea sigue en lo mismo, y ya entramos en la dinámica del país portátil, digno de listas grises y de desconfianzas de las que no nos van a librar ni los rofeos de El inquilino de las Garzas: mucha testosterona y poca neurona.

Están enfermos, los tres, de un poder efímero, de una excitación súbita, pagados de su imagen ejecutiva en los medios de todos los colores, conscientes de que no cambiarán nada, pero qué bien sienta ser alcalde, ministra o presidente, narcisistas peligrosos que nos van a arrastrar al peor de los escenarios: el estallido social ante la incompetencia de los que venían a cambiarlo todo.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 17 de septiembre de 2024

10 septiembre, 2024

Paternalismo y democracia

«Estos chiquillos que no habían nacido, que me salgan con estos argumentos, se ven que se están copiando del de al lado, tan sencillo como eso, no hay de otra. Y lo lamento, ah, lo lamento mucho. Porque una bancada de 20 tiene cómo hacerse sentir más allá de votar “no” contra todo, pero bueno, cada quién busca en qué soga se ahorca».

En 1993, Mulino, el chiquillo «solidario», con 34 añitos, fundó un partido que en Panamá se tomó en serio. Con 47 primaveras, en 2006, formó otro, que también se tomó en serio, y que inició su «unión patriótica» con el designado corrupto, lo que le convirtió en Ministro de Seguridad, quedando para la historia patria el chorizo y los perdigones. Seguro que en la intimidad él también afirma que «a mí no me hicieron con leche condensada», convirtiéndose en un rofión que recuerda a tiranos y autócratas por los que muchos suspiran. Y no es falta de respeto, es repasar la hemeroteca.

Por otro lado, la política de «corazones rotos» de Eduardo Gaitán, demuestra que hace falta «taquillar» menos y ser más firmes. Estamos haciendo una política en Panamá muy mediática, todo mundo en redes exhibiendo lo que hace, comparecencias semanales estilo Todo por la patria: buscando ser transparentes se hacen omnipresentes (miren al alcalde ilustrado) y eso les resta tiempo para hacer lo que deben. Al final el público se aburre y pide circo, lo que siempre es útil para los corruptos.

Vamos camino de una legislatura donde todo el mundo descubre que se perdió la plata y nadie denuncia: tenemos el Ministerio Público más débil en décadas, y un gobierneli que se acuesta con viejas ratas de vejiga suelta, exponiendo a El sabio de las Garzas (que no había nacido cuando se inventó la democracia) a que el viejo y conocido refrán se le revuelva y termine ahorcado en esa soga: «el que con vieja rata se acuesta, amanece meao».

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 10 de septiembre de 2024.

03 septiembre, 2024

Rod Carew y el cainismo panameño

En 1985, la voz de René Rizcalla narraba en Canal 4 cómo Rod Carew conectaba su hit número 3.000 en California. En 19 temporadas, acumuló 3,053 hits, jugó 18 partidos de las Estrellas, ganó siete títulos de bateo y el MVP de la Liga Americana en 1977. Entró al Salón de la Fama del Béisbol en 1991. Todo esto siendo panameño.

Hace unos días, con 78 años y habiendo dejado el nombre de este país en alto, se convirtió en ciudadano estadounidense. Algunos medios amarillistas contaron que había afirmado que era «su sueño» y, aunque no lo dijo, el cainismo panameño montó en cólera, sentenciando que no es «buen panameño», y que al estadio nacional había que quitarle su nombre. Humberto Eco tenía razón cuando dijo que «las redes sociales han dado el derecho de hablar a legiones de idiotas».

Choca la falta de comprensión lectora y del cumplimiento del deber ciudadano de informarse antes de hablar. Una búsqueda en otros medios pondría en perspectiva el asunto, pero no, es mejor erigirse en juez. Alguien decía, mínima luz en medio de tanta sandez, que: «Denigramos, descalificamos y criticamos a los nuestros con una facilidad que espanta».

Pero los panameños del terruño, de cédula y pasaporte azul, sí que se merecen un estadio a pesar de robarnos y enyucarnos con cronicidad precisa. Si vives aquí tienes derecho a ratear y votar por los mismos, porque es mejor un Benicio o un Bolota que un Carew, que después de una vida de glorias deportivas tendrá acceso a una vejez mejor.

Ojalá, Dios los marcara en la frente para reconocer a los cainitas tricolor, a los que no les bastan hits ni salones de la fama: si dices lo que piensas te linchan en el patio limoso de sus redes. Me alegro por Rod, que le vaya bien, y a los panameños destacados, sigan adelante con tesón: una legión de idiotas no detendrá nunca el trabajo bien hecho.

Artículo publicado en el diario panameño La Prensa, martes 3 de septiembre de 2024