17 septiembre, 2024

Enfermos de un poder efímero

Tenemos «taquilla» para rato. El alcalde ilustrado viste de oficina con una cortadora de césped y después le vemos compareciendo, en un gemido triste, dando golpes de víctima sobre la mesa, invocando tiempos más corruptos que el suyo. Días más tarde lo vemos birriando videojuegos en un encuentro de gamers que no sabemos cuánto costó montar ni cuánto va a dejar en las arcas públicas. Pero dice que brillaremos, claro, con un par de millones en luces de Navidad, como si fuese lo más apremiante.

Pocas las luces de Lucy, la ministra que quiere comprar portátiles para niños y profesores que no tienen una escuela en condiciones o caminos para ira a ella, que tienen que tirarse a un río para ir a enseñar o a aprender, profesiones de riesgo que esta mujer quiere aliviar poniendo en sus manos un aparato carísimo que no hay donde enchufar y no se come, porque muchos de los que estudian tienen hambre. Otra iluminada que terminará de enterrar este país.

Y el presidente de la república, que convoca a todos a dar ideas sobre la CSS, la enésima mesa de no sé qué para aportar soluciones de no sé cuál, y que cuestan un platal que nadie sabe de dónde va a salir para pagarla. Mientras, el tiempo se pasa y la Asamblea sigue en lo mismo, y ya entramos en la dinámica del país portátil, digno de listas grises y de desconfianzas de las que no nos van a librar ni los rofeos de El inquilino de las Garzas: mucha testosterona y poca neurona.

Están enfermos, los tres, de un poder efímero, de una excitación súbita, pagados de su imagen ejecutiva en los medios de todos los colores, conscientes de que no cambiarán nada, pero qué bien sienta ser alcalde, ministra o presidente, narcisistas peligrosos que nos van a arrastrar al peor de los escenarios: el estallido social ante la incompetencia de los que venían a cambiarlo todo.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 17 de septiembre de 2024

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