Marcos Giralt Torrente nos recibió en la editorial Páginas de Espuma días antes de la presentación de "El final del amor" en el marco de la pasada Feria del Libro de Madrid. Una conversación profunda, inteligente y divertida. Marcos nos habló de su nuevo libro, del proceso de escritura del mismo y reflexionó con nosotros sobre el amor.
¿Cómo nace “El final del amor”?
Pues la verdad es que es algo verdaderamente extraño en mi carrera. No soy un escritor al que las ideas se le ocurran muy fácilmente, tengo que buscarlas. Y aunque la literatura me habite incluso cuando no escribo, necesito de una férrea voluntad para obligarme a escribir. Ello hace que mis libros nazcan sobre todo de la voluntad. Pero con “El final del amor” fue diferente, nace de una manera más espontánea sin que ello implique que técnicamente este menos trabajado, sino que el impulso de escribirlo no fue premeditado. Nace más bien del cansancio del mi libro anterior.
“Tiempo de vida” es un libro de no ficción en el que hablaba con mi voz y de mi experiencia con mi padre. Fue un libro que me procuró muchas satisfacciones en lo personal y en lo literario pero que me obligó a escribir pensando mucho en mí mismo y en mis cosas y a exponerlas a la visión publica. Esa exposición de mi interior y ese hablar y pensar en mí que duró todo el tiempo de la promoción me hizo terminar bastante cansado de mí mismo y, de una manera muy natural, como si mi cuerpo me hubiese pedido descomprimirme de esa dosis excesiva de realidad y auto realidad que fue “Tiempo de vida”, me volqué en la escritura de estos cuentos sin saber ni siquiera que terminarían siendo un libro. De pronto me vi escribiendo un cuento o necesitando escribir un cuento, buscando el argumento y tomando las decisiones adecuadas para hacerlo pero sin pensar que estaba escribiendo el primero de una serie que terminarían convertidos en “El final del amor”. Fue cuando tuve los dos primeros que pensé que podría tener un libro.
Dice San Pablo en la Primera Carta a los Corintios, capítulo 13, que “el amor nunca deja de ser” lo que contrasta con el título de tu libro “El final del amor” ¿Qué piensa de esto?
Creo que tienen mucho que ver. Al contrario de lo que puede parecer, “El final del amor” no está compuesto por historias que necesariamente tengan que ver con el final del amor ni están centradas en el final de las relaciones amorosas ni mucho menos. Elegí ese título porque me parece que la idea del final del amor resume el amor mismo en el sentido de que, así como no es posible pensar en la vida sin la muerte, no es posible pensar en el amor sin su final. Hasta en la relación amorosa más feliz y prolongada en el tiempo, existe la idea del final del amor aunque solo sea como amenaza. Los amantes siempre piensan en el final del amor, a veces con miedo, generalmente, y a veces hasta con ganas.
En “Nos rodeaban palmeras” y “Cautivos”. Veo un nexo común que es la distancia. Tanta distancia cercana en “Nos rodeaban palmeras” que se alejan los protagonistas y en “Cautivos” la distancia física es lo que precisamente les vincula.
No se me había ocurrido verlo de ese modo y queda muy bien expresado así. Todos los cuentos están narrados en primera persona y en el caso de “Nos rodeaban palmeras” el narrador es protagonista del drama que cuenta mientras que en “Cautivos” el narrador es testigo del drama. “Nos rodeaban palmeras” intenta ser una instantánea de ese momento de lejanía que se produce en las parejas a veces en unos minutos, en unos días o en semanas. Pensé, si quiero dar cuenta de esa lejanía que se produce en el seno de una pareja, me interesa potenciar esa sensación de aislamiento, de aislarlos lo más posible. De allí que la acción trascurra en una isla pequeña. Estas decisiones técnicas tienen que ver con el tema de la distancia.
En “Cautivos”, por el contrario, lo que quería potenciar era la paradoja de dos personas que lo tienen todo para ser felices, que no se han perdido el amor el uno por el otro pero sin embargo la cosa no funciona. Ese tenerlo todo para ser felices me llevó a buscar a dos personajes sin dificultades económicas, con vidas privilegiadas, con casa en varios lugares, cosmopolitas en una palabra. La distancia es fundamental por todos los lugares que recorren, que pueden recorrer, pero eso no los une, no les capacita para vivir una relación por decirlo así, “normal”.
Guillermo le reprocha a Alicia en un momento del cuento no haberle dejado por ser ella más responsable que él, lo cual me lleva la siguiente pregunta ¿hay que tener valor para poner fin al amor o por lo menos a las relaciones?
Indudablemente. Creo que es uno de los actos más valerosos con los que un hombre o una mujer se pueden topar en su vida. Hay quien no es capaz nunca de hacer eso, que actúa con cobardía. Muchos finales agónicos de parejas ocurren precisamente porque quien provoca ese agónico final no se atreve a darlo de una sentada, se dedica a torturar al otro para que sea él quien le abandone por agotamiento.
En el caso de Guillermo no sabemos lo que esconde y es muy probable que esto le convierta, al parecer, en responsable del fracaso pero al final ambos terminan siendo víctimas y verdugos el uno del otro. Lo que me interesaba a mí era que eso no acabara con el amor sino que hasta cierto punto los vinculara. Creo que el relato más de amor del libro es precisamente este. Efectivamente hay un fracaso amoroso en estos personajes que no se desean ni pueden compartir lecho y estas circunstancias les incapacitan incluso para compartir la cotidianidad de un modo “normal” pero no pueden perderse de vista porque en el fondo se quieren. Lo que yo estoy reivindicando en el libro, que ni es un tratado sobre el amor ni pretende agotar el tema, es una idea del amor más rica y compleja que la convencional, que es posible quererse de esa extrañísima manera en la que lo hacen Alicia y Guillermo.
Los otros dos cuentos “Joanna” y Última gota fría” se detienen de alguna forma en la relación con los hijos o cómo “el final del amor” del que hemos hablado les afecta ¿Crees que la relación entre padres e hijos sufre de ciertas mutaciones?
Mi papel de padre no lo tengo aun muy claro puesto que soy un padre muy reciente, tengo un hijo de apenas dos años. Lo único que sé es que por mucho que imaginaras lo que es ser padre antes de serlo, por mucho que te lo hayas imaginado, por mucho que hubieses leído sobre el tema, verdaderamente no te haces cuenta del amor inmenso que produce un hijo. Es algo verdaderamente inconcebible. Al mismo tiempo sientes una tremenda responsabilidad, tanta que da miedo. Todos los padres nos sabemos imperfectos y nos sentimos un poco impostores. Si eres un impostor sin hijos no hay víctimas de tu impostura, pero si los tienes es peor porque ya tienes víctimas o posibles víctimas de tu impostura.
Supongo que lo que cambia cuando un hijo crece es que esa generosidad absoluta del amor del padre es una generosidad destinada al desengaño amoroso en el sentido de que lo deseable, lo que un padre debe anhelar, es darle todo a su hijo para que madure y llegue un momento en el que le abandone. Y eso es lo deseable, porque significará que has criado a un ser autónomo que sepa y pueda emanciparse de los padres. Luego, es alimentar un amor para que se produzca el desengaño amoroso por parte del padre. “Joanna” es el cuento que escribí más fluidamente, fue en el que me tropecé menos, el más espontáneo. Más que el amor que se describe en el cuento lo que me interesaba era la familia y más concretamente una de las paradojas más grandes que me inspira: la familia que debiendo ser eficaz para ayudar, preparar y proteger a los más pequeños el mayor tiempo posible para que al exponerse al mundo y sus peligros sepa cómo defenderse, termina convirtiéndose, sin quererlo, en todo lo contrario, en un conjunto de seres envilecidos, con atmósferas enrarecidas que se convierten en sofocantes y que lo que hacen es hundir a sus miembros. Y Joanna es víctima de una de estas familias. El tema final que se revela es lo de menos, lo que me interesaba era ese ambiente enrarecido que pide a la persona levantarse y abrir una ventana.
En “Última gota fría”, la mirada de un chico joven nos relata el ir y venir del unos padres que están separados y que parece que podrían volver a unirse…
En este cuento me interesaba una paradoja parecida a la de “Cautivos”. Objetivamente los padres de este chico se quieren y en un momento del relato ellos entienden que no sentirán tanto amor por sus nuevas parejas como el que se tienen el uno al otro, pero es imposible que estén juntos. Visto por los ojos de un adolescente, quiero resumir ese momento epifánico de los relatos de aprendizaje. Hay un momento en la vida cuando somos jóvenes en el que todas las verdades que conforman nuestra visión del mundo son heredadas de nuestros padres pero llega un momento también en la vida en que eso no basta. Hay personas para las que ese momento epifánico es conflictivo y se rebelan contra sus padres y para otras es simplemente una necesidad, la de ver las cosas por sus propios ojos, la de hacerse una visión del mundo más propia y es en ese momento en los que se centran los relatos de aprendizaje.
“Última gota fría” es de este tipo de relatos. Este chico como todo hijo de padres separados coquetea en un momento con la idea de que sus padres vuelvan a estar juntos. Salvo los casos extremos en los que el padre era un verdadero tirano que machacaba a la familia, lo normal es que ese deseo se manifieste. Ese momento de crecimiento de este muchacho esta ejemplificado en ese paso en el que él se da cuenta que posiblemente no es lo más deseable ni lo mejor que les podría suceder a él y a su madre.
Has dicho en algún momento que “escribir no es terapéutico” ¿matizarías esta afirmación?
Hay muchos tópicos literarios que me soliviantan. Tópicos manidos como “es que necesitaba escribir esta historia”, o “los personajes se me han impuesto” o “yo escribo para poder vivir” o “la escritura es mi psicoanálisis”… Creo que en la vida hay muy pocas cosas necesarias a parte de comer, beber, descansar… me siento muy escritor y vivo, pienso y miro literariamente pero cuando no escribo no me pasa nada. A lo largo de muchos meses de mi vida no escribo pero cuando lo hago necesito vivir dentro de ese relato, de esa novela, necesito una intensidad en la escritura que me obliga a trabajar muchas horas al día. Me aleono y me convierto en un ser asilvestrado y me olvido de cosas básicas pero pueden pasar perfectamente varios meses sin escribir y esto no hace que me descentre ni soy víctima de paranoias. Esa frase a la que aludes, que dije dentro de una conversación y en un contexto y que fue elevada a titular, parece una gran reflexión pero yo no pretendía decir nada más que la literatura es lo que es, pero que nadie se la tome como otra cosa.
¿Cómo es el día a día de trabajo literario de Marcos Giralt Torrente?
Depende de si estoy escribiendo o no y cuando hablo de “escribir” hablo más bien de escribir lo propio. La vida de un escritor está siempre contaminada de escritura y aunque no esté escribiendo un libro mío estoy escribiendo artículos o con encargos de alguna conferencia. Como ya te he dicho, pueden pasar meses sin que escriba pero cuando lo hago, lo hago con muchísima intensidad y necesito la mayor parte del tiempo. Soy incapaz de leer y procuro rechazar todos los encargos que me hacen porque me contamina. Me es muy difícil recuperar la tensión si interrumpo la escritura para elaborar un artículo o irme a una conferencia. Cuando escribo me convierto (y ahora que soy padre me es más difícil porque tengo que respetar unos horarios y unas tareas ineludibles) en un ser de las cavernas, incapaz de salir de casa y termino comiendo cualquier cosa. Ahora ya no es tan fácil, pero trato de conseguir esa tensión que necesito a la hora de escribir.
¿Trabajas con esquemas?
No creo que haya recetas para esto. Hay escritores que encaran su trabajo de muy distinta manera y eso no tiene la más mínima relevancia pues su obra puede ser buena o mala por otras razones. Yo soy muy anárquico en la distribución de mi tiempo. Hay escritores que se levantan a las nueve a escribir hasta las dos todos los días de su vida pero yo no: puedo pasar meses sin escribir o me siento y escribo y no me levanto hasta que me vence el sueño.
Sí, suelo partir de un esquema muy detallado pero luego en el proceso de escritura modifico ese esquema con entera libertad, acepto los encuentros azarosos que me asaltan por el camino. Cualquier texto, cualquier obra es producto del azar y de la voluntad. Hay cosas no previstas con las que te encuentras por el camino y luego hay cosas que aunque quieras hacer no sabes hacerlas o al revés, cosas que no pensabas que podías hacer y que metido en faena las sacas adelante. Habrá casos excepcionales, pero me cuesta creer que existan obras que se correspondan exactamente a lo que su autor había planificado.
Recomiéndanos dos libros de cuentos.
Alice Munro es básica. Si tuviese que mencionar cinco autores vivos, mundiales e imprescindibles, mencionaría a Alice Munro sin duda. No se la tiene tanto en cuenta porque desgraciadamente es mujer y desgraciadamente escribe cuentos. Si fuese varón y novelista estaría en boca de todos. Sin duda la mejor cuentista contemporánea.
Por salir del género cuento diría “Missing” de Alberto Fuguet y que curiosamente está emparentado con “Tiempo de vida”, me parece soberbio. Luego también está “Norte” de Edmundo Paz Soldán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario