Lo fascinante de “Aguirre, el magnífico” (Alfaguara, 2011) es la capacidad de Manuel Vicent de convertir la vida de Jesús Aguirre en una excusa para echarse a andar por los caminos de la memoria y la literatura porque lejos de homenajes y celebraciones este libro tiene en su fondo la vida del decimoctavo duque de Alba como mera estación de tren para partir a un prodigioso viaje.
Uno de los trayectos es el de la memoria. Vicent recuerda, se ríe y hace reír, tira de nosotros para hacernos testigos de su peripecia vital y en ese echarse por las calles del recuerdo nos hace parar en cada esquina par dejarnos piezas sabrosas de vida que deberán incluir sus biógrafos en el tocho que puede ser la biografía del escritor valenciano.
El otro trayecto de este viaje es la visión que de España se nota al fondo. La crónica de nuestro presente cercano deleita a los que les gusta recordar de súbito dónde estábamos cuando paso tal cosa. Léanse, entre tantas cosa en este libro, el relato del hallazgo del copón de oro lleno de hostias bajo la cama del hijo de Torrente Ballester: magistral. Claro, fueron a llamar, para solventar el asunto al “padre” Aguirre. Todo esto ocurría mientras por los aires hacían volar a Carrero Blanco: pura literatura.
Pero queda una tercera vía de viaje: la propia vida, pasión y muerte de Jesús Aguirre. Su ambición, su llegada a donde quería en la vida, el relato de su muerte en soledad con un llanto de sirena de ambulancia como única banda sonora y compañía. No es una biografía al uso, vaya por delante eso, pero el personaje se construye por la cercanía del autor a la persona del retratado y también, claro está, por los dimes y diretes que todo el mundo se sabe del duque. Aquí se consigna la consideración de “locura” que se le dio a la idea de matrimonio entre Aguirre y la duquesa de Alba, la secularización del ex sacerdote, su etapa como tal y su experiencia teológica, el día de la boda… una exaltación literaria que hace pasar por mentira una existencia que nos consta que se dio, que parece anular al ser humano para transformarlo en ser de ficción. Manuel Vicent hace que asistamos con una sonrisilla maliciosa y satisfecha a las escenas de una vida interesante como poco y que da para mucho más siempre y cuando, sea Vicent el que cuente la historia.
Un libro muy bueno, lleno de ironía y que retrata a Jesús Aguirre con colores grises claro, queriendo ser coloridos pero sin atreverse a serlo. Manuel Vicent cumple así, según dice él, la labor que delante del Rey de España le encomendó Aguirre: escribir su biografía. ¿Ficción o realidad? A mí me da lo mismo: al final terminas satisfecho por haber leído un relato que perfectamente podría ser una novela o que quizás lo es pero Manuel Vicent se ha empeñado en hacer pasar por crónica, retrato literario o amago de biografía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario