Siempre fueron mujeres. La primera que entró en mi vida fue
la maestra Carmen que me enseñó las vocales. Un día me hizo repasar los
paraguas, que no conseguía dibujar bien. Luego de su tesón e interés todo
cambió: los paraguas me salen, aun hoy, muy bien. En aquellos años de la
maestra Carmen yo estaba en Kínder A, mi batita era azul y estaba en la
primaria Don Bosco.
Los años pasaron y otra vez una mujer: Marianela. Me dio
quinto y sexto. Una mujer hermosa, dedicada, y que nos tenía de suspiro en
suspiro. Me retó con las Matemáticas y sacó lo mejor de mí: me eximí del
examen, confió en mi esfuerzo y hasta hoy, las Matemáticas se me resisten pero
ella me hizo tocar el cielo de los números. Hoy miro su foto entregándome (junto
a mí, mamá), el certificado de sexto grado. Cuánto le debo.
La última de esas mujeres se me apareció en primer año, en
el Técnico Don Bosco. Aida, nombre de ópera, mujer de bandera, profesora de Español.
Exigente, amante de las letras, me retó con “El principito” de Saint-Exupéry: “cuando entiendan “El
Principito” serán verdaderamente maduros”. Yo quería serlo, eran los ochenta,
tenía que crecer, tenía que ganar el reto. Hice mi análisis literario después de
reiteradas lecturas. Al momento de repartir las notas, ocurrió lo imprevisto.
Siempre repartía Aida Mock los trabajos de la nota más alta a la más baja y
siempre resultaba que era el mismo compañero el que mejore nota sacaba. Pero
aquel día del análisis literario otro nombre resonó en el aula: el mío. Conseguí
ganar el reto. La madurez no llegó, pero creo que ese año, bajo la constancia
de mi profesora, di un salto irreversible hacia las letras.
Mujeres, siempre mujeres. Las profesoras y maestras de mi
vida me dieron, la mayoría de ellas, lo mejor de sí mismas. Me enseñaron
constancia, tesón, me ofrecieron su cariño y su cuidado. Encarnaron el Himno al
Maestro, seres abnegados que cuidan lo mejor de la patria, los jóvenes, el
futuro, la generación que viene.
No recordaba que hoy es el día del Maestro, del profesor,
del docente. Qué fallo, pero nunca es tarde si el maestro o maestra es bueno.
Las mías (y los míos, fueron pocos) fueron muchas y su parte de luz dejaron en
mi alma, en mi conciencia.
Hoy día, cuando se cuestiona la Educación, cuando se ha
puesto en entredicho la calidad y dedicación de los maestros y profesores, es
bueno que desempolvemos las viejas glorias de la docencia, que los que aquí
estamos hoy, seamos agradecidos con aquellos maestros y profesores que sí creían
en su vocación, que sí creyeron en nosotros.
En mí último viaje a Panamá fui a ver a Aida Mock. Le llevé
a ella y a su hermana Astevia, también gran profesora de Español, mi libro de
cuentos “El boxeador catequista”. Sin perder ni un ápice de la alegría y
desparpajo de siempre, recordamos los días en los que era un jovencito.
Recordamos reídos las viejas batallas y las cosas que me hicieron pensar la
vida. Les di las gracias por esas horas que pasaron conmigo y por lo profundo
de la huella que me dejaron. Me sentí honrado de poder acercarles mis cuentos
que de alguna forma le pertenecen.
Para todas ellas, y ellos, gracias y felicidades en su día.
Que las nuevas generaciones de maestro se fijen en los que les precedieron
porque el listón está muy alto. Que los maestros de hoy hagan bueno el Himno al
Maestro, que sigan esparciendo, allí donde estén dando clase, en kínder o en la
Universidad, “torrentes de luz”.
1 comentario:
Cómo olvidar a esas damas: Aída y Aparecia. Aída mi profesora de español favorita y divertida.
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