La reacción rofiona y pueril del Gobierno, el pataleo soberanista, el cacareo de dignidad, la euforia tricolor, no son argumentos ante una posible acción de la administración Trump. Vamos a necesitar mucho más que conceptos caducos que nadie más que nosotros se cree. El panameño medio vive en la fantasía de pertenecer a un país bendecido, olvidando que se maneja en dólares estadounidenses, consume sus deportes, viste sus pijamas verdirrojos y asiste a desfiles navideños muy de allá.
Ahora, teniendo el «contraste Trump», podemos explorar cómo estamos enfermos de criterio, faltos de estadistas, amaestrados por el clientelismo, y que somos incapaces de entender que nuestra realidad es un cuento de cifras macroeconómicas que no representa nuestra verdad cotidiana, pero vamos gritando por redes historias de lucha y ofrendas de vida que no vamos a dar nunca.
Necesitamos estar preparados legalmente y empezar a hacer pedagogía para que todos estemos bien informados de cuáles son nuestros derechos, quiénes son nuestros aliados y cuáles van a ser las verdaderas consecuencias en términos económicos y sociales si se da un litigio de la magnitud que se nos plantea.
La metáfora perfecta de esta situación es el Puente de las Américas. Somos ese puente sin mantenimiento, pero coronado por decreto por cuatro banderas, como si eso no fuese más que un adorno. La patria sin criterio y conciencia no es más que ficción, y eso es lo que nos revela el contraste dentro del sistema: necesitamos una reforma profunda de nuestra sociedad. El puente amenaza con venirse abajo, y dirán que la culpa es de los mismos: suya y mía.
Artículo publicado el martes 31 de diciembre de 2024 en el diario La Prensa.
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