Si, como dice la canción, veinte años no son nada, los cuarenta que cumplo son nada y menos. Eso, que tranquilo, que el tiempo se regresa por donde se fue. También dicen que la vida empieza después de los cuarenta. Ahí es nada. Tengo el cuenta kilómetros a cero. Mejor, siempre y cuando lo que dicen sea verdad. Sea como sea estoy en el año de mis cuarenta años un año que está siendo intenso, de muchos cambios y de muchas decisiones. A ver cómo termina.
Una de las grandes bendiciones (o maldiciones, ya me diréis) con las que cuento (a parte de mi familia y mis amigos) es la de poder leer. Mi casa está llena de libros, recibo libros para reseñar, me regalan libros mis hijas y mi esposa y mis amigos ya resignados a este delirio de papel impreso, converso sobre ellos, los discuto, los disfruto.
En este año de mis cuarenta años la memoria que tengo es de tantas historias leídas, de tantos personajes odiados y amados, de tantas técnicas, versiones y revisiones de clásicos modernos, de los de ahora, de los de antes, de tantas intuiciones de libros futuros, de locuras quijotescas y certezas en versos o en haikus. No me puedo quejar.
Quiero dar las gracias desde estos senderos a todos los amigos escritores, lectores, editores, libreros, periodistas pero sobre todo, todos ellos, grandes personas, que desde el lado de allá y del de acá me han ido dejando parte de ellos como muestra de afecto, no verosímil, sino verdadero.
En estos cuarenta años doy gracias a Dios por la herencia de allá, de Panamá, que me ha hecho lo que soy y que impregna con su tamborito de recuerdos y su alma de conflictos y aventuras aun por contar, lo que hago a diario como escritor y como lector. De allá vienen las primeras lecturas, la educación sentimental y la nostalgia.
Del lado de acá, de España, tengo los años de la primera adultez, las primeras grandes decisiones conscientes, los grandes fracasos, las aun más grandes amistades y el amor verdadero. Las letras se encarnan acá donde el oficio arranca, donde los escritores nos hemos acercado y donde la lectura se convirtió ya del todo en una obsesión sana, si es que hay alguna.
Pido cuarenta años más, por lo menos, para poder seguir leyendo y escribiendo, para poder ver crecer a mis hijas y seguir enamorándome más de mi mujer, Marga Collazo, que tantas cosas buenas me ha traído como si fuese de esas musas que muchos esperamos a que lleguen y nos pillen trabajando. Mi musa me trajo más de lo que esperaba y aun sigo descubriendo el tesoro.
Cuarenta años más para conseguir los sueños emprendidos y para que vosotros que seguís allí los veáis y para que los podamos compartir. Seremos, Dios mediante, unos viejos afortunados y reídos de la vida, satisfechos y listos para irnos cuando el de Allá lo disponga.
Por todos, gracias a Dios y, a todos, mil gracias por tanto derroche de cariño a pesar de recibir de vuelta muchas veces más bien poco. Aquí sigo para lo que haga falta otros cuarenta años más.
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