“Aire de Dylan” (Seix Barral, 2012) es el regreso siempre esperado de Enrique Vila-Matas con una novela que hunde sus más profundas raíces en la relación entre un padre y su hijo puesta en escena como si de una obra de teatro se tratase, como si “Hamlet” se postmodernizara hasta su transformación en pura y leve vitalidad.
Cierto que es que Vilnius, el protagonista narrado por sí mismo, por su padre y por el escritor escogido y sin nombre encargado de reescribir o inventar las memorias transversales de Juan Lancastre, anda a la caza y captura de sí mismo, anda buscando quién es en relación con su padre y cada vez que se narra a sí mismo (o le narran) o a su padre lo hace en medio de una muy cuidada puesta en escena que no es más que la constatación literaria y ficcional de lo que ya sabemos en la “realidad”: la vida es teatro (comedia o drama) y cada acción una escena de esta obra a la que llamamos vida.
Pero Vila-Matas no renuncia a su firma como si se tratase de un incorregible asesino en serie. Están las referencias a la realidad que se convierte en literatura, las citas de otros y las inventadas (este es unos de los leit-motive de la novela), las teorías que no se pierden nunca en la literatura vilamatiana (aunque una novela suya diga lo contrario en el título), abismos con personajes que los bordean, películas y personajes que son una categoría en sí mismos como Oblomov de la novela de Iván A. Goncharov.
Juan Lancaster, novelista de éxito y último de los de su generación, muere produciendo en Vilnius su hijo (muy parecido a Dylan cuando joven) una desazón que le trastorna por completo. Lancaster se mete, según el propio Vilnius, en su mente y le da órdenes, le enuncia teorías, le evoca recuerdos a los que el hijo se resiste en busca de ser original en contra de las máscaras que exhibió siempre su progenitor.
La relación padre e hijo pasa por todos sus estadios posibles: admiración, rechazo, odio, influencia no aceptada, búsqueda de la memoria del padre, deseo de destrucción de su figura. Vilnius se convierte poco a apoco en muchos momentos en quien más detesta del mundo: su propio padre. Con una madre opresiva y destructora, la relación de familia se hace insostenible hasta el punto de que esta desprecia abiertamente a su hijo y le confiesa que ha sido ella quien ha matado al padre, un bicho malo de los buenos.
Vilnius cambia, se trastorna su búsqueda de identidad, le obsesiona tanto su padre que comienza a ser peligrosamente él.
Vila-Matas narra a Vilnius a través de los ojos de sus puestas en escena, de sus teatros y de la escritura de las memorias de su padre a petición de este y su ex novia, Débora que termina liándose con el propio Vilnius y fundando una sociedad infraleve que opta por la inacción: la sociedad Aire de Dylan.
Personajes al borde del abismo, muy al filo de la navaja como diría Fitzgerald (que pulula por esta novela en muchos rincones) y sobre todo la búsqueda y planteamiento de teorías literarias y vitales que se van desgranando a lo largo de la obra. De fondo Barcelona, los cafés, las librerías, los cines… una atmósferas escenográfica que deleita la lectura y que empuja al peregrinaje hacia los escenarios (vayan a la Librería Bernat y pregúntenle a Montse por Vilnius a ver qué os dice).
Vila-Matas regresa y nos deleita con otra profunda novela con el sello de casa, con la originalidad de siempre. Como dice el anónimo narrador y escritor de estas memorias de Juan Lancastre, “escribimos para mejorar” y Vila-Matas lo hace con solvencia y dando un giro a su búsqueda estética que nos promete muchas más grandes ficciones.
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