25 diciembre, 2024

Milagro de Navidad

Ojalá nos pasara a los panameños como a Ebenezer Scrooge en Cuento de Navidad: que se le aparezcan los fantasmas de las navidades pasadas, presentes y futuras para que algo de dentro nos mueva hacia una verdadera transformación y nos convierta en un milagro navideño, aunque tengo la sensación de que para nosotros no hay mucho margen de mejora, ni siquiera en un cuento, así lo escribiera el mismísimo Dickens.

Nuestras navidades pasadas y presentes se parecen mucho, apenas se notan cambios en los fantasmas. Dan el mismo miedo, cuestan igual, y ya les hemos perdido el respeto y ni siquiera tienen la capacidad de hacernos reflexionar: el hartazgo es tan grande que ya no tememos ni pensamos, total, parece que vivimos en el mismo subdesarrollo, solo que ahora nos oprimen de civil y antes de uniforme verde oliva.

El panorama de las navidades futuras se parece mucho a estas. Nos veremos con los mismos titulares, con los mismos problemas, los mismos empobrecidos, los mismos corruptos. Llevamos en la misma Navidad depauperada años, y nos seguimos comiendo el mismo cuento navideño sin final feliz ni milagro, con la banda sonora de Asalto navideño, con Héctor y Willy cantándonos La Murga, o el Gran Combo diciéndonos, clarividentes, «Tíralos pa’bajo que son un peligro arriba», pero no escuchamos a los profetas de la salsa.

Ojalá esta sea la Navidad en la que de verdad tomemos conciencia de quienes somos y hacia dónde vamos. Deseo que bajo el árbol nos dejen el regalo de un mejor criterio, de más honestidad y menos cinismo. Que el Cristo que nace nos traiga paz y una verdadera transformación como sociedad. Necesitamos más que nunca de un milagro de Navidad.

¡Feliz Navidad! Que la única luz que de verdad puede iluminarnos el camino, nos guíe a la única salida posible de nuestra circunstancia: una renovación de nuestro carácter nacional que deje atrás y para siempre la corrupción y el juega vivo.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 24 de diciembre de 2024.

20 diciembre, 2024

Seguir recordando


Hay quienes no creen en la necesidad de contar con un día de duelo nacional por un asunto práctico: detener la economía. El problema no es decretar que el 20 de diciembre sea de reflexión o duelo, el problema está en la poca pedagogía que hacemos de la memoria histórica reciente. Hemos perdido, hace tiempo, la capacidad de seguir recordando.

Hemos de evitar perder la memoria por cansancio y por dejadez pautada por los pragmáticos, que lo que desean es que vivamos desmemoriados, como si aquí no nos hubiera pasado nada, como si lo único importante fuese la recuperación de la democracia, y los muertos sean solo un daño colateral. Aquello que nos hicieron no fue justo, y muchos seguimos discutiendo si era necesario. Lo cierto a fecha de hoy es que fue, y ahora toca no olvidarlo.

Tzvetan Todorov, nos enseña en Los abusos de la memoria que «la memoria ejemplar es potencialmente liberadora», es decir, no usamos el recuerdo para exacerbar nuestras instancias más primitivas, no, pero recurrimos al recuerdo de lo pasado «con vistas al presente, aprovechando las lecciones de las injusticias sufridas para luchar contra las que se producen hoy día, y separarse del yo para ir hacia el otro».

Han pasado 35 años. Un cielo moteado de ardientes fulgores de muerte se precipitó sobre distintos puntos de este país. Volvimos a sufrir aquella madrugada, pero a gran escala, lo que vivimos el 9 de enero de 1964, el abuso del supuesto «vecino amable», que pudiendo hacerlo de otra forma, optó por una crueldad mortal innecesaria. Y aquí estamos, de aquellos polvos estos lodos.

Sigamos recordando, sigamos contando qué fue lo que pasó en novelas, poemas, cuentos, en obras de teatro. Hablemos todos, escuchemos, dejemos registros de una «memoria ejemplar» que persigue no caer en la vieja posibilidad de repetir los mismos errores. No seamos necios: si nos olvidamos, ya lo hemos dicho, otros vendrán a recordarnos como nunca fuimos.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 17 de diciembre de 2024.

03 diciembre, 2024

El alcalde disruptivo

La revista Forbes Centroamérica publica en portada una foto en blanco y negro de los alcaldes de San José y de Panamá. Los llama «disruptivos». Ambos tienen aspecto de estar encantados de conocerse. Solo hablaré del panameño, que no termina de romper con nada, sino que comprueba la deriva política que sufre nuestro país por mano propia: tenemos lo que hemos votado.

Cuando digo que el alcalde es el «Chikilicuatre» de la política panameña no es burla, es un paradigma. En 2008, un personaje de ficción representó a España en Eurovisión. El público, harto de los malos resultados, optó por un voto disparatado y mandó a Rodolfo Chikilicuatre al certamen. No quedó en mala posición, y ha superado a muchos de sus sucesores pero, al poco tiempo, desapareció: el actor que lo encarnaba no se dejó tragar por el personaje.

Mayer Mizrachi se cree su personaje, confunde su vida y su persona con la Alcaldía, taquilla, trata el cargo para el que fue elegido como si fuese de su propiedad; desaparece biencuidaos y buhoneros y no dice dónde los recoloca, y ahora les da permisos hasta el 6 de enero para vender, pero no una solución continua a su realidad. Y eso que lleva poco más de cinco meses. ¿Que le demos chance como al presidente? Sí, claro, pero que quede dicho que a ambos se los ha tragado hace tiempo su personaje, y que no hay nada más peligroso en política que un funcionario que se cree su propio delirio.

Lo único disruptivo del «Chacalde» (casi Chikilicuatre) es su afán de ser quien no es. Por lo demás, es exactamente igual que sus antecesores: sordo a los consejos, con poco conocimiento, y con un afán de protagonismo peligroso, que lo lleva a ponerse delante de todos para brillar tomando a los ciudadanos por tontos. Ojalá que se le pase pronto el personaje, y también al presidente de la república, y se pongan a hacer su trabajo.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 3 de diciembre de 2024.

06 noviembre, 2024

Llanto por Panamá


En menos de doscientos días hemos visto cómo el gatopardismo panameño se ha puesto en marcha de manera acelerada: «cambiemos todo para que nada cambie». Un presidente que rofea, decreta y manda, y su cohorte de cómplices necesarios para el desastre, han dejado ver sus dotes para superar cualquier previsión de corrupción institucionalizada. La señal, el nepotismo.

En la Asamblea, hasta los «radicales honestos» pierden las formas ante un compacto bloque de corruptos de todos los partidos, entre los que se encuentran los hijos de los grandes bribones del patio, perpetuando la saga de caraduras con la complicidad de los que han vuelto a las instituciones después de lo de la Mina, y que desde Las Garzas amagan con abrir para volverla a cerrar, pero quien sabe.

La ministra de Educación, firma un acuerdo con una empresa millonaria que va a convertir a los jóvenes panameños en mano de obra barata; el alcalde de la capital se gasta la plata en luces sin dar respuesta a la situación financiera de la ciudad, pero les aplauden, a los dos, demostrando los ciudadanos que la corrupción y el juega vivo es el santo y seña de la mayoría.

Queda llorar por lo que nos sucede. Sigan celebrando las «dianas» del «Chacalde» (el Chikilicuatre panameño) u opinando en redes sobre la «representante» panameña en un concurso anacrónico que no sabe expresarse bien por escrito (pero nos hemos salido de las pruebas PISA), o gastando plata en quepis y batuteras para celebrar una patria que no existe más que para lucrarse de ella. Dejemos de ser ingenuos de una vez.

Nada que celebrar. Panamá es su gente, no sus símbolos. No hay valientes para dejar las calles vacías de este país como protesta contra el gobierno por lo que están haciendo en la Asamblea con el presupuesto. No somos un país valiente, somos esclavos de unas tradiciones absurdas que nos siguen dejando al margen del progreso que necesitamos.

Créditos: La caricatura que "escribe" con precisión meridiana nuestra circunstancia es del maestro Hilde.

29 octubre, 2024

Mulino, por el mismo camiNito

Ya tiene el presidente un hermano embajador. Y dice que no es nepotismo porque su hermano está preparado, pero las acepciones de las palabras son precisas contra los hechos: si desde un cargo se designa a un familiar para un puesto, es nepotismo, que suele ser un síntoma de corrupción. Pero al que se le ocurra oponerse al nuevo embajador, le cae su rofeo presidencial.

¿Y la estrella estrellada del gobierno pasado? Sigue en su declive con una ministra empeñada en gastarse el dinero en lo que no resuelve el problema, o en alquileres de locales mientras las escuelas siguen su ruina igual que la Educación. Pero no hay rofeo desde Las Garzas para Lucy, que se convertirá en la más peligrosa ministra de educación de la historia panameña.

Cada día da más la sensación de que seguimos por el camiNito, quizás por la inercia, pero hay pocas luces en este gobierno, por muchas ruedas de prensa o viajes al exterior que se hagan para exigir que nos saquen de las listas opacas, pero se nombra embajador al hermano del presidente, como si en el extranjero no supieran que eso huele a nepotismo y a poca transparencia.

Nos tocará ver en pocos días a un montón de defensores patrios, presidiendo desfiles o de abanderados, que serían capaces de vender el país al primero que le ofrezca lo suficiente, todos ellos convencidos de que son los que están salvando la patria, mientras el resto se echa a las calles a gastar lo poco que tienen en quepis y uniformes para desfilar, como si eso fuese la única manera de celebrar esta tierra.

Nos conviene un plantón ciudadano a las instituciones, para que se deje de gastar en fiestas patrias y navidades lo que no nos podemos permitir. Mientras no seamos capaces de levantar la voz para que se tomen en serio esta situación, seguiremos en las mismas, creyendo en la fantasía de que estos van a cambiarlo todo.

Artículo publicado el martes 29 de octubre en el diario La Prensa.

01 octubre, 2024

Las «luces» del alcalde

El alcalde ilustrado dijo que las luces navideñas costarían 1.5 millones de dólares, que las anteriores habían costado seis, y que el ahorro, pues eso, saquen ustedes cuentas. De licitación no hablemos, para qué, huele a Navidad y las urgencias Santa Claus apremian; el pueblo quiere luces, desfile «tradicional» de Navidad y demás moderneces de gringos istmeños.

Lo que no dice —que es tener pocas luces y hasta tramposo— es de dónde sacó 1.5 millones cuando las arcas tienen menos 140 millones, lo que los llevó a suspender y luego volver a convocar por presiones un premio literario. ¿Dónde encontró la plata? Y eventos como la «Convención de Gaming» que organizó, ¿cuánta plata trajo a las arcas del municipio? El que pregunta no ofende.

El ahorro no existe, no coman cuento: nos gastamos 6 millones y ahora nos vamos a gastar 1.5, pero es gasto, no es ahorro, porque la diferencia no nos la va a ingresar nadie. Uno no «ahorra», uno lo que hace es no gastar y esa es la única contabilidad que sirve en una casa, en un municipio o en un país: no hay plata y punto.

Pero el iluminado, con sus pocas luces —el taquillero mayor de la ciudad—quiere hacernos creer que necesitamos este desfile como los demás alcaldes del pasado: nos han «metido» una yuca buena en forma de «tradición» navideña, que nunca hemos tenido ni falta que nos hace.

 Lo ciudadano sería no ir al desfile. Necesitamos infraestructuras, limpieza integral y sostenida, plata para obras de calado en nuestra ciudad, necesitamos un par de años de oscuridad navideña invirtiendo bien los recursos: nos haría mucho más bien que los runchos carros alegóricos de todos los años. Pero el alcalde es como la flamante ministra de Educación, que gastará la plata en laptops pata llevarlas a colegios sin luz ni agua. Estos dos iluminados amenazan con sumirnos en la más absurda de las tinieblas de nuestra historia reciente.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 1 de octubre de 2024.

24 septiembre, 2024

Los rofiones

El perfil del rofión es básico: mucha testosterona, poca neurona. La evidencia de lo antedicho le salta a la boca, porque suelta palabras y argumentos de calibre grueso que suelen traicionar su «carita de yo no fui», su falso dominio propio, pero, ¡zas!, un lapsus linguae y te sueltan, por ejemplo, que «saben dar golpes de Estado» o que «si hace falta ser un dictador lo serán, con tal de arreglar los problemas de la gente». Luego reculan, matizan, pero ya se les vio el cobre y queda en evidencia el verdadero talante.

El rofión, asambleario, municipal o presidencial (hay una variante que se dedica a la payasada y a repartir caramelos), cree que los problemas se resuelven parándose firme y lanzando exabruptos contra las listas grises en las que estamos metidos, contra los corruptos o contra los que no piensan como ellos: la testosterona le nubla las neuronas que deben aplicar a la pedagogía democrática que no conocen ni les interesa, porque saben que ese «tumbao» le gusta a la gente que cree, como ellos, que las cosas cambian porque uno «reprende» o «declara» (no olviden los golpes de mesa del alcalde ilustrado).

Esos que rofean son en política tipos peligrosos, matones de esquina que se aprovechan de la «nostalgia del dictador» que permea cada vez más hondo en la mente de muchos ciudadanos al ver que nadie resuelve nada, y serían felices comprando la «paz» de las dictaduras con la libertad de una democracia imperfecta como la nuestra, como todas. Ningún tiempo pasado fue necesariamente mejor: es nostalgia, un espejismo del alma.

No está bien que un presidente invoque la figura de un dictador para enfatizar sus deseos de resolver los grandes problemas: o no sabe que ya hemos vivido bajo una dictadura, o lo sabe, y tantea para ver qué tal le sienta eso a la gente. O quizás, como buen rofión, le sobra testosterona y le falta un pocotón de neuronas.

17 septiembre, 2024

Enfermos de un poder efímero

Tenemos «taquilla» para rato. El alcalde ilustrado viste de oficina con una cortadora de césped y después le vemos compareciendo, en un gemido triste, dando golpes de víctima sobre la mesa, invocando tiempos más corruptos que el suyo. Días más tarde lo vemos birriando videojuegos en un encuentro de gamers que no sabemos cuánto costó montar ni cuánto va a dejar en las arcas públicas. Pero dice que brillaremos, claro, con un par de millones en luces de Navidad, como si fuese lo más apremiante.

Pocas las luces de Lucy, la ministra que quiere comprar portátiles para niños y profesores que no tienen una escuela en condiciones o caminos para ira a ella, que tienen que tirarse a un río para ir a enseñar o a aprender, profesiones de riesgo que esta mujer quiere aliviar poniendo en sus manos un aparato carísimo que no hay donde enchufar y no se come, porque muchos de los que estudian tienen hambre. Otra iluminada que terminará de enterrar este país.

Y el presidente de la república, que convoca a todos a dar ideas sobre la CSS, la enésima mesa de no sé qué para aportar soluciones de no sé cuál, y que cuestan un platal que nadie sabe de dónde va a salir para pagarla. Mientras, el tiempo se pasa y la Asamblea sigue en lo mismo, y ya entramos en la dinámica del país portátil, digno de listas grises y de desconfianzas de las que no nos van a librar ni los rofeos de El inquilino de las Garzas: mucha testosterona y poca neurona.

Están enfermos, los tres, de un poder efímero, de una excitación súbita, pagados de su imagen ejecutiva en los medios de todos los colores, conscientes de que no cambiarán nada, pero qué bien sienta ser alcalde, ministra o presidente, narcisistas peligrosos que nos van a arrastrar al peor de los escenarios: el estallido social ante la incompetencia de los que venían a cambiarlo todo.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 17 de septiembre de 2024

10 septiembre, 2024

Paternalismo y democracia

«Estos chiquillos que no habían nacido, que me salgan con estos argumentos, se ven que se están copiando del de al lado, tan sencillo como eso, no hay de otra. Y lo lamento, ah, lo lamento mucho. Porque una bancada de 20 tiene cómo hacerse sentir más allá de votar “no” contra todo, pero bueno, cada quién busca en qué soga se ahorca».

En 1993, Mulino, el chiquillo «solidario», con 34 añitos, fundó un partido que en Panamá se tomó en serio. Con 47 primaveras, en 2006, formó otro, que también se tomó en serio, y que inició su «unión patriótica» con el designado corrupto, lo que le convirtió en Ministro de Seguridad, quedando para la historia patria el chorizo y los perdigones. Seguro que en la intimidad él también afirma que «a mí no me hicieron con leche condensada», convirtiéndose en un rofión que recuerda a tiranos y autócratas por los que muchos suspiran. Y no es falta de respeto, es repasar la hemeroteca.

Por otro lado, la política de «corazones rotos» de Eduardo Gaitán, demuestra que hace falta «taquillar» menos y ser más firmes. Estamos haciendo una política en Panamá muy mediática, todo mundo en redes exhibiendo lo que hace, comparecencias semanales estilo Todo por la patria: buscando ser transparentes se hacen omnipresentes (miren al alcalde ilustrado) y eso les resta tiempo para hacer lo que deben. Al final el público se aburre y pide circo, lo que siempre es útil para los corruptos.

Vamos camino de una legislatura donde todo el mundo descubre que se perdió la plata y nadie denuncia: tenemos el Ministerio Público más débil en décadas, y un gobierneli que se acuesta con viejas ratas de vejiga suelta, exponiendo a El sabio de las Garzas (que no había nacido cuando se inventó la democracia) a que el viejo y conocido refrán se le revuelva y termine ahorcado en esa soga: «el que con vieja rata se acuesta, amanece meao».

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 10 de septiembre de 2024.

03 septiembre, 2024

Rod Carew y el cainismo panameño

En 1985, la voz de René Rizcalla narraba en Canal 4 cómo Rod Carew conectaba su hit número 3.000 en California. En 19 temporadas, acumuló 3,053 hits, jugó 18 partidos de las Estrellas, ganó siete títulos de bateo y el MVP de la Liga Americana en 1977. Entró al Salón de la Fama del Béisbol en 1991. Todo esto siendo panameño.

Hace unos días, con 78 años y habiendo dejado el nombre de este país en alto, se convirtió en ciudadano estadounidense. Algunos medios amarillistas contaron que había afirmado que era «su sueño» y, aunque no lo dijo, el cainismo panameño montó en cólera, sentenciando que no es «buen panameño», y que al estadio nacional había que quitarle su nombre. Humberto Eco tenía razón cuando dijo que «las redes sociales han dado el derecho de hablar a legiones de idiotas».

Choca la falta de comprensión lectora y del cumplimiento del deber ciudadano de informarse antes de hablar. Una búsqueda en otros medios pondría en perspectiva el asunto, pero no, es mejor erigirse en juez. Alguien decía, mínima luz en medio de tanta sandez, que: «Denigramos, descalificamos y criticamos a los nuestros con una facilidad que espanta».

Pero los panameños del terruño, de cédula y pasaporte azul, sí que se merecen un estadio a pesar de robarnos y enyucarnos con cronicidad precisa. Si vives aquí tienes derecho a ratear y votar por los mismos, porque es mejor un Benicio o un Bolota que un Carew, que después de una vida de glorias deportivas tendrá acceso a una vejez mejor.

Ojalá, Dios los marcara en la frente para reconocer a los cainitas tricolor, a los que no les bastan hits ni salones de la fama: si dices lo que piensas te linchan en el patio limoso de sus redes. Me alegro por Rod, que le vaya bien, y a los panameños destacados, sigan adelante con tesón: una legión de idiotas no detendrá nunca el trabajo bien hecho.

Artículo publicado en el diario panameño La Prensa, martes 3 de septiembre de 2024

28 agosto, 2024

¿Quién nos lee?

Se habla mucho de periodismo cultural en Panamá, pero apenas se practica y mucho menos se lee. Hemos dejado los suplementos culturales, en papel o digital, para sustituirlos por un pringuintín de voces que claman en el desierto de la cultura patria, a los que se tiene por locos o esnobs. Todo esto sin hablar del pocotón de «expertos» diletantes que llegan con «fórmulas» que prometen la gloria literaria con un mínimo esfuerzo: comprar el libro que contiene la receta.

Pero, de verdad, ¿quién nos lee? Extraña siempre que a muy buenos artículos culturales se les dé poca difusión o réplica, y que las instituciones gubernamentales o privadas, sus responsables, tengan un nulo conocimiento de quienes en este país escriben sobre cultura. Y sé que nadie los lee porque a la hora de convocar mesas de trabajo para proponer soluciones, no se llama a los que llevan años observando los derroteros de la cultura del país.

«…Hay un culto a la ignorancia, y siempre lo ha habido. El antiintelectualismo ha sido esa constante que ha ido permeando nuestra vida política y cultural, amparado por la falsa premisa de que democracia quiere decir que “mi ignorancia vale tanto como tu saber”», escribía el liso y esnob de Isaac Asimov en 1980, y ya escucho a los que dicen «ni tú ni ninguno de los que escriben es Asimov», lo sé, contesto, pero lo más seguro es que esos sean de los que hacen valer su ignorancia como un derecho democrático.

El síntoma es la falta de lectura, empezando por la «prensa especializada», que vista la falta de espacios, es una suerte de cuota en los medios para parecer interesados en lo cultural, lo que inmediatamente es detectado por el público como algo prescindible, reproducible en un blog o cuenta de red social. Un mal cultural que erosiona la pedagogía lectora tan necesaria, y que construye sentidos críticos superficiales que tienen como única medida el propio gusto.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 27 de agosto de 2024.

20 agosto, 2024

La Feria, la mina y la lectura

Hay cifras que no representan más que eso, y eslóganes que no son más que trampas mentales para hacernos creer lo que no existe (algunos lo llaman con acierto mitificación), y hay aprovechados y populistas (los vamos a llamar populeros para diferenciarlos de lo político) que se dedican a sentirse ofendidísimos, cambiando la necesaria pedagogía por demagogia.

La Cámara Panameña del Libro se equivocó vendiéndole un estand a la «mina». Algunos dijeron que esta «patrocinaba» la Feria, demostrando ignorancia o maldad, socavando la reputación de un evento que no pertenece a quienes ahora presiden la Cámara y la organizan. Personas preparadas y preocupadas por el país renunciando a ser pedagogos para ser demagogos, constatando que Panamá, por mucho que nos empeñemos, no lee.

Y entre la mina y la feria, la lectura y la literatura descendiendo a sus cotas más bajas. Otra vez, miles de personas (cantidad) comprando libros de dudosa entidad literaria, con galas para premios nacionales brevísimas, encapsuladas, y otras deficiencias de fondo que presagian que hemos llegado a un fin de ciclo cultural en nuestro país. Necesitamos con urgencia una renovación, y prueba de ello es la «rectificación» del «alcalde ilustrado» sobre los premios literarios, sin dar la cara o de cara a la galería, para quitarse presión.

Se calla por miedo a no salir en la foto, pero el deterioro de las instituciones culturales hace peligrar esa foto. Estamos siendo un destino, un escenario, y no un país al que se toma en serio en materia cultural: 50.000 dólares y un ascenso por boxear (Atheyna Bylon, eres un gran ejemplo) demuestra que en este país, del presidente para abajo, se desconoce el enorme esfuerzo que ha llevado a escritores, cineastas y artistas a destacar a nivel internacional. Pero un populero ve el bonche de gente y monta un fiestón o regala chenchén, porque no lee y se aprovecha, porque lo fácil son las cifras: lo difícil es leer, ser cultos.

Artículo publicado el martes 20 de agosto de 2024 en el diario La Prensa.

08 agosto, 2024

Para Mayer Mizrachi, Alcalde de Panamá

Vamos a ceñirnos al comunicado, yendo a lo importante: Los premios León A. Soto y Changmarín, que organiza la Alcaldía de Panamá desde hace tiempo, han sido «pospuestos» por falta de recursos económicos hasta el año que viene (en principio). El nuevo alcalde y su equipo acaban de asumir el cargo hace un mes y no conocían la situación, la magnitud de la tragedia municipal. Y eso se puede entender hasta cierto punto.

El alcalde hace semanas presentó “the rebrand”, una manipulación del escudo del Municipio de Panamá, que, como sabrán ustedes, no es una marca (esta mentalidad tan provinciana de nombrar las cosas en inglés —como si la mera pronunciación pudiese conceder brillo a las ideas vacías—, como si no hubiese palabras en español, es sonrojante), no sabemos cuanto costó, porque cada cosa que se hace, cuesta, como el viaje a El Salvador, para alucinar como un niño por primera vez en un parque temático, para «buscar ideas», como si en Panamá no tuviéramos personas viajadas, instruidas y muy talentosas para poner en marcha proyectos de cualquier índole, pero no, es mejor ir a ver las ideas de primera mano. En fin. El «re-marcado» municipal, en un azul que no consultó con nadie con criterio heráldico —lo mismo no tiene por qué hacerlo—, ¿cuánto costó? Igual fue gratis, lo mismo que el viaje.

Olmedo Rodríguez, tesorero municipal, advertía en un programa de radio (el 10 de julio) que estaban en proceso de revisión de las cuentas y que iban a recortar gastos. Y lo han hecho, como suele hacerse siempre, en Cultura, total, nadie lee y ni falta que hace, ya está aquí la tecnología para cambiarlo todo, incluso nuestros malos hábitos ciudadanos. El alcalde, y los que con él hablan de estos temas, se equivocan al creer que no organizar estos premios es un ahorro. El cortoplacismo, mentalidad que empuja a muchos votantes a creer que todo empieza después de elegir a los menos malos cada cinco años, está instalada en los que deben gestionar los recursos de todos, en este caso, la Alcaldía de Panamá. Lo que hace el alcalde es lo que haría cualquiera que no tiene una conexión real con la cultura.

Hay una ingenuidad en la visión que tienen algunos de lo que la Alcaldía de Panamá ha hecho con los premio León A. Soto y Changmarín: «han dado un golpe a la literatura, a la cultura»: no es cierto. La mediocridad y el pedigüeñismo son dos de los estados más comunes de nuestra gestión cultural. «Desmantelar la cultura es una enorme bandera roja. Con la excusa del deterioro administrativo municipal, se destruye la literatura panameña, de por sí ya en el abandono. En las ciudades que crecen culturalmente sus municipios hacen lo contrario: apoyan la creación literaria», afirma Richard Morales con muy buen tino, pero, en lo único que coincido (para los fines de este escrito) es en «la literatura panameña, de por sí ya en el abandono». Sumen síntomas y tendrán una cultura enferma: poco espacio «cultural» en ferias y convocatorias culturales (se promocionan «productos culturales», no cultura), abandono estatal de una institución como la Biblioteca Nacional, espacios cada vez más reducidos para bibliotecas municipales (cada vez cierran más), incumplimiento en la promoción y distribución de la literatura, en particular, a nivel nacional y, en general, de cualquier manifestación cultural.

Y no es por falta de grandísimos profesionales, que se esfuerzan por la excelencia y hacen lo que pueden para repartir migajas culturales por todo el país, que es lo que en su mayoría albergan los suntuosos edificios de la gestión cultural en Panamá. Nos encanta aparentar, pero no pasamos de poner en marcha, desde hace años, encuentros para vender productos culturales sin reflexión ninguna. Ponemos tenderetes para vender, pero no espacios para pensar nuestro arte. No, no sean ingenuos: la decisión municipal es una consecuencia, no un medio de desmantelamiento de la literatura nacional. Tenemos un puñado de buenos escritores, que siguen y van más allá de premios (que son fundamentales, en su acepción más natural), y que lo que requieren es mejor distribución de sus obras, una presencia más eficiente de su trabajo (no un año después de un fallo, eso resta vida a cualquier obra) a todos los niveles de la sociedad. No debe extrañarnos lo que ha hecho el alcalde, es lo que sigue al deterioro de una cultura literaria que necesita una renovación urgente, vistos los síntomas del deterioro en estos últimos diez años.

Dice el comunicado que se «pospone» (en el sentido de la segunda acepción del DRAE), menos mal, pero el motivo es lo que alarma: «las actuales dificultades económicas». ¿Y si la cosa sigue igual el próximo año? Tendrán que ser coherentes, seguir manteniéndolo en suspenso hasta «nueva plata», que es lo que realmente importa, y es verdad, pero la gestión de los recursos es más importante, y es allí donde tenemos un problema en Panamá: la gestión cultural no ha conseguido que la sociedad vea las manifestaciones culturales como una necesidad y un derecho, y como elemento aportador al PIB regional o nacional. Por eso suspenden recursos de cultura y los destinan a basura, que es prioritario, porque siempre se gestionó mal ese tema que, puesto al lado de cultura, resulta más acuciante.

Dicen que en el futuro trabajarán de la mano de la empresa privada para seguir convocando estos premios. La cultura es un derecho, un derecho que debe garantizar el estado. Para cualquier empresa privada cooperar es una opción. Esta mala costumbre de querer mezclar las cosas solo beneficia la opacidad y deteriora los correctos argumentos que sostienen al estado de derecho. La empresa privada no tiene porqué cooperar en nada, este es un concurso municipal, que impulsa la creación literaria, y debe ser organizado y llevado hacia adelante con los recursos de la Alcaldía, que velará, si hay intervención de la empresa privada, porque el premio no se convierta en «propiedad» del patrocinador. La cooperación entre ambos sectores ha sido crucial siempre, pero no pueden ser una excusa para no organizarlo, argumentando falta de recursos.

Al final, la disculpa a los participantes es de las tristes: se devolverán los correos sin mirar las plicas para garantizar que se puedan usar las obras en otros premios, o en este el próximo año. Cómo se nota que quienes ha tomado esa decisión no preguntaron a ningún escritor. Meses de trabajo para muchos, años, preparando este premio. Pero en fin, como viene ocurriendo desde hace tiempo (diez años para acá, más o menos), muchos panameños creen que cualquier cosa es literatura, que cualquiera escribe, y «voy a mandar esta vaina pa’vé si le pego al premio». La proliferación de vendedores de libros, que nacen en el fértil terreno de las redes, aupados por mesas para la venta, grupos de unidad «escritural», de «bombo en bonche», de facilitadores de métodos para escribir rápido y sin leer, han hecho que la toma de decisiones como esta sea más fácil: «es un pasatiempo muy caro para patrocinar» (eso piensan los que han decidido que no hay plata).

Hablar o callar en este tema es una elección libre, que garantiza el estado de derecho. De lo que no nos salva ni la democracia es de leer un montón de opiniones mal escritas, con poco conocimiento, invocando en sus perfiles dioses, carreras, doctorados, aficiones y afinidades que no garantizan un análisis mínimo de la situación. Queda claro, leídas las opiniones (que son como los fundillos, todo mundo tiene una) vertidas por muchas personas sobre este tema, que la comprensión lectora no es su fuerte, y que su defensa de la literatura panameña está basada en un romanticismo poco formado: ahora resulta que a todo el mundo «le duele Panamá», pero ni leen ni consumen literatura ni cultura panameña. Queda muy bien protestar, pero es más recomendable un silencio bien informado que nos recuerda que, aunque opinar es un derecho, informarse bien es un deber ciudadano. Hacer pedagogía es lo que necesitamos, y no sesgos, opiniones mal elaboradas y disparates que solo nos llevan al encono y nos desvían de lo importante.

¿Y lo de las bibliotecas? ¡Cuánto entusiasmo, señor alcalde! Muy bonito todo, ¿verdad? Pregunte por el número de bibliotecas que han cerrado en el municipio, pregunte cuántas necesitamos, pregunte cuánto ganan los bibliotecarios, pregunte qué libros necesitamos en cada biblioteca necesaria, pregunte cuánto cuesta abrir esas bibliotecas y cuánto cuestan los terrenos para ello. Es más barato poner maquinitas para jugar en cada esquina del municipio que poner bibliotecas: para fiscalizar si un niño leyó o no para darle media hora de video juegos no hace falta ninguna formación, para levantar una biblioteca, sí. Y eso es lo que usted no sabe, como quizás no sepa tantas cosas de cultura, o sí, pero le da igual: usted cree que la mejor opción es permitir que una institución pierda credibilidad suspendiendo un día antes del cierre de la convocatoria, un premio al que se había comprometido. Usted no es el municipio de Panamá, es solo su alcalde, su gestor, su administrador por un periodo de tiempo. Mire los años que lleva celebrándose el premio León A. Soto: no es un capricho, es un compromiso sostenido durante más años de los que usted tiene.

PD: Pásese usted y su equipo, y sus amigos de otras instituciones, por la página de Quetzaltenango, ciudad que organiza los Juegos Florales Hispanoamericanos. Pásese por allí navegando por la red, no hace falta que vaya hasta allí invirtiendo los dineros del municipio: mire cómo se gestionan unos premios literarios de dimensiones internacionales y aprendan el secreto: compromiso y amor por la cultura.


Pedro Crenes Castro.
Escritor.

07 agosto, 2024

Venezuela

Cuando de un país se ausentan más de siete millones de sus ciudadanos, no es una democracia, es una dictadura. Cuando entre un 18 y un 22% de personas se quieren ir de su país si vuelven a ganar los mismos, eso no es una democracia, es una dictadura. Cuando un tipo que escucha pajaritos quiere preparar cárceles para reeducar a los que se oponen, eso no es una democracia, es una dictadura.

Las democracias, como los chistes, si las tienes que explicar, no son graciosas, son terribles dictaduras en las que el que se ríe lo hace por miedo o complicidad, como la que muestran muchos ideólogos de salón, que con su tibieza (a la que tienen derecho) pretenden explicarnos —mejor que los que hacen malabarismos para comer cada día, para seguir estudiando o para poder seguir creyendo en el género humano— cómo funciona la incomprendida «democracia» en Venezuela.

Llegó el momento de situarse, no del lado correcto de la Historia, ¡qué arrogancia!, sino del lado de los venezolanos, de los de carne y hueso, de los que están siendo asesinados, arrestados y privados de sus derechos hasta ver pisoteada su dignidad por esta aberración caudillista llamada «chavismo», que se apoderó de Venezuela y de América como una renovación del mito de Cuba, olvidando por pura maldad o absoluta ignorancia (escojan, no hay más opciones) que Venezuela y Cuba no son un experimento para ideólogos de salón: son personas que necesitan ahora mismo de nuestro apoyo.

Mientras llega la política seamos solidarios. Apoyemos la lucha del pueblo venezolano no cediendo una vez más a la mueca bufa que nos pone el chavismo; no le riamos el chiste macabro a los que nos quieren explicar que es una democracia, pero no la entendemos. Y no nos olvidemos de sus caras paniaguadas, ni de los de dentro ni de los de afuera, para afeárselo cuando esto haya pasado. Porque pasará, y alcanzaremos por fin la victoria.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 6 de agosto de 2024.


31 julio, 2024

Memoria olímpica

Cien años después, los franceses vuelven a organizar unos juegos olímpicos, pero antes los pusieron en marcha en 1896 (la historia de Pierre de Coubertin es interesante), planteándole al mundo la idea de que más deporte y educación, mezclada con valores de paz, respeto y concordia beneficiarían al mundo. París es una fiesta deportiva a pesar de una aburridísima ceremonia de apertura, con momentos brillantes y otros para olvidar.

Lo que hay que recordar de estos juegos olímpicos es que ocho deportistas panameños están compitiendo, y que lo hacen básicamente por su propio tesón y disciplina, y no por el esfuerzo del gobierno por dotar al país de las infraestructuras necesarias para poder crecer como «nación deportiva» que, como la «nación cultural», mueve el PIB por más que no se quiera reconocer. Aunque es cierto que tenemos otras prioridades como país, necesitamos tomarnos en serio la cultura y el deporte.

Queda en nuestra memoria olímpica la intervención de Hillary Heron en estos Juegos de París. La elegancia, la técnica y el esfuerzo; la mirada orgullosa de sus padres; los nervios de su familia y sus admiradores; la complicidad con sus entrenadores; la camaradería con las demás deportistas; lo bien que quedó su leotardo azul (diseñado por ella) y que le gustó a la mismísima Simone Biles; la épica al verla ejecutar el «Biles» y hacer historia. Otra vez el talento panameño haciendo lo imposible a pesar de todo: esa es la memoria que no debemos perder.

El tricolor panameño recorriendo el río Sena que vio morir a Javert en Los Miserables, es ya memoria deportiva de nuestro país, un recuerdo de todo lo que debemos ser y de todo lo que nos toca por hacer. Y si le sumamos el lema olímpico de Pierre de Coubertin ya tenemos tarea para el nuevo gobierno de RM en materia cultural y deportiva: «Más rápido, más alto, más fuerte, juntos». Ojalá que no se duerman en los laureles.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 30 de julio de 2024.

24 julio, 2024

Radicales honestos

Es cierto: no todo lo que brilla es oro. Pero hay que reconocerle a nuestro «Macho» Camacho (el de la guaracha, busquen la novela) que es capaz de cierta brillantez cuando quiere descalificar. Mucho grito, mucho indignarse hasta la vergüenza ajena para dar con el mejor calificativo, no solo para los diputados de Vamos, sino para cualquier ciudadano de bien en este país: «Radicales honestos», una maravilla.

La neofobia produce en el afectado una reacción de desprecio contra aquello que amenaza con desestabilizar su «zona de corrupción», y no olvidemos que esta tiene muchas facetas y no siempre se trata de ser botella o ladrón. Las más de las veces, la corrupción se demuestra mirando para otro lado ante el acto corrupto o propiciando el escenario y los medios para que se produzca. El neófobo es experto en gruñirle a lo que es nuevo porque lo fuerza al cambio, y eso no conviene a su estatus quo, por eso el radicalismo honesto le produce sarpullido.

El «Macho» no quiere ser radical, quiere dar forma a su necedad cepillona el grado de «política» o de «valores políticos», quiere hacerla pasar por preocupación nacional, por «el pueblo», cuando no es más que gritadera y pataleo servilista, porque la radicalidad en materia de honestidad requiere de decisiones y actitudes que son totalmente opuestas a lo que él y sus siglas representan: ¡claro que no todo lo que brilla es oro!

Como dice la guaracha del Macho Camacho, La vida es una cosa fenomenal, ¡claro que sí!, y más cuando como ciudadano, en ejercicio o no de la política, pretenden insultar llamándote «radical honesto». Haremos camisetas, lo escribiremos por las calles, haremos pancartas, sí, somos del movimiento de los «Radicales honestos», los que iremos a trabajar todos los días, los que no meteremos la mano en el dinero de todos, los que no gritamos ni rofeamos: somos los que nos mantenemos radicalmente honestos pase lo que pase.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 23 de julio de 2024

10 julio, 2024

Juan Carlos Méndez Guédez: «Roman de la isla Bararida»

«—¿Vos queréis que os cuente una historia de amor y muerte?». Así empieza la última ¿novela? del escritor venezolano Juan Carlos Méndez Guédez (Barquisimeto, Venezuela, 1967) que se atreve a preguntar a lector si quiere, si se atreve, si se queda a escuchar, porque lo siguiente es «En aquellos días lejanos…», y ya no puedes salirte de la senda del relato, ya estás atrapado en una historia de amor y guerra, de vida y muerte, situada en una isla, la Isla de Bararida, que es también el mundo.

Wari y Najamutu son los protagonistas de esta historia. Adversarios de guerra primero y después amantes de una sensualidad contagiosa, la novela es en su capa más externa una escritura de la propia historia: una sucesión de fragmentos e intentos de contar los encuentros y desencuentros de estos amantes y guerreros (también traidores) que están cumpliendo una misión mucho más alta de la que son capaces de suponer. Esa dimensión reflexiva de que formamos parte de una historia mucho mayor ya sea en el campo de batalla o batallando en el intercambio amatorio, nos contagia de esta oración que encontramos en la página 84: «oración: Bendita seas. Y en vos mis ojos, que no te ven y te miran, cierta en la noche, íngrima y vos. Tan cerca de mi abrazo. Wari. O mi sangre».

La novela aspira a todo. Una vez más asistimos al milagro de la técnica narrativa, que nos sitúa en una suerte de Edad Media tropical/caribe, salpicada de temas y leyendas indígenas que nos llevan a lomos de una isla que no está fija en el mar, que se estremece, que viaja mientras los dioses y los humanos entretejen sus traiciones y amores por el tiempo que va y viene, jalonándonos hacia lo que pasó para volver a contarlo desde otra perspectiva, con otro lenguaje, con otra estructura narrativa, de tal modo que el lector tiene la sensación de haber viajado mundos y sombras lejanísimas en apenas 133 páginas de una belleza que arrolla en un susurro.

Roman de la isla Bararida (Firmamento, 2024), tiene por momentos en su atmósfera y escenarios algo que recuerda a Olvidado Rey Gudú, de Ana María Matute, esa sensación de entrar y salir de distintas y parecidas historias que nos llevan en volandas hacia un final que se antoja, quizás, apocalíptico, con tintes de gran revelación, con la esperada llegada de la Reina María Lionza para que el ciclo, si gusta el lector (yo estoy dispuesto) todo vuelva a empezar, por el mero placer de tropezar otra vez con la belleza que hay detrás de cada frase.

Méndez Guédez despliega toda su inteligencia narrativa, todo su oficio, construyendo como una larga letanía, como una gran oración narrativa, un poema fundacional, una historia de amor y su revés, la muerte, en la que con distintas formas literarias que van desde los cuentos medievales, los bestiarios, la poesía pastoril, los proverbios y sentencias, pequeñas secuencias teatrales, leyendas consigue que la emoción desborde en cada página para deleite y asombro del lector.

Esta novela es también la celebración de nuestra lengua, es la invocación de las grandes formas literarias que componen la historia de nuestra literatura. Santos, brujas, caballeros y guerreras, el autor de Arena negra y Los maletines homenajea al español usándolo con una libertad y belleza poética que lo sitúa entre los mejores escritores hispanoamericanos, cuya obra merece toda nuestra atención. Juan Carlos Méndez Guédez ha vuelto con una gran novela de fragmentos totales (muy quijotesca, lean y hablemos) que se convertirá en la gran metáfora de todo un continente.

Reseña publicada en el diario La Prensa, el 7 de julio de 2024.

Leer aquí la reseña en el periódico.

09 julio, 2024

Una sorpresa poselectoral

Ahora resulta que nadie sabía de la existencia de un subsidio poselectoral, ni siquiera los mismos favorecidos (legal y democráticamente) por el mismo, dando una imagen de poco conocimiento del funcionamiento del Estado y cayendo en el «populismo adolescente» que hay que evitar a toda costa, sobre todo por los recién llegados, a los que los viejos corruptos quieren colgarles tachas morales que no son ciertas: todos ellos, como corresponde por ley, han recibido el mismo subsidio en el pasado.

Pero no se podrá donar al Oncológico. El artículo 217 del Código Electoral dice que «si algún funcionario electo declina recibir el financiamiento público poselectoral…se destinará para el uso exclusivo de investigación científica en la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación». Por desconocimiento se hacen promesas que no se pueden cumplir, que suenan bien, pero que la ley no permite.

Necesitamos pedagogía sobre el funcionamiento del Estado, lo que nos daban en Educación Cívica y que ahora no conviene, porque la información es poder y se le verían las costuras corruptas al sistema. Mejor es mantenernos en la ignorancia para que ahora, después de muchos millones en subsidios poselectorales, nos llevemos la sorpresa. Siempre lo hubo, pero no nos importa cómo funciona este sistema de leyes de autocongueo.

Esta situación ha puesto de manifiesto la maldad política de algunos que, sabiendo que siempre ha existido el subsidio, se han lanzado a acusar de neoratas a los de diputados de Vamos, y detrás de ellos las hordas de desinformados manipulables que pretenden linchar a los que, por el solo hecho de estar en la Asamblea, son el contraste que deja ver la impunidad que seguimos votando.

Pelen ojo a los «populistas adolescentes» para evitar otras sorpresas poselectorales: nada es gratis, el obrero es digno de su salario. Los que ahora vengan con la idea de trabajar y no cobrar son peligrosos: tarde o temprano, más o menos, todo hay que pagarlo, y eso es lo justo.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 9 de julio de 2024.

Leer el artículo en el periódico aquí.

03 julio, 2024

Sergio del Molino: "Los alemanes"

Con Los alemanes, Premio Alfaguara 2024, Sergio del Molino (Madrid, 1979) ha escrito la que para muchos es su mejor novela, que parte de un hecho poco conocido, y al que el autor de La Piel y La España vacía había dedicado un pequeño ensayo: En 1916, un grupo de alemanes provenientes de Camerún se entrega en la frontera de Guinea a las autoridades coloniales, por ser España un país neutral. Un grupo de ellos se instala en Zaragoza, formando allí una comunidad que no regresaría a Alemania, aunque no escapó al auge y caída del Tercer Reich. Muchos años después, los últimos de aquella saga, los Schuster, Eva, Fede y el padre de estos, ven cómo el pasado vuelve para convertir el presente en una interesante reflexión sobre la construcción de la memoria y la responsabilidad o no sobre lo que pasó o creemos que pasó.

La novela, escrita en primera persona, reparte la palabra a todos los personajes para que podamos los lectores sacar nuestras conclusiones, dibujando la biografía de una memoria, la que construye este grupo de alemanes que, si bien nunca volvió a Alemania y se mantuvo físicamente alejada de los hechos de la Segunda Guerra Mundial y el nazismo, elaboró y guardó una idea romántica de todo aquello, idealizando no solo el pasado colonial camerunés, sino toda la gloria de un imperio que se transformó en la más terrible de las ignominias contemporáneas de la humanidad.

Con una muy inteligente habilidad para la construcción de sus personajes, no distinta a la que ha utilizado en sus anteriores novelas, Sergio del Molino nos introduce en la conciencia de ellos, trazando escenarios y atmósferas que nos revelan lo que de verdad esconden detrás de sus posiciones. Son personajes ricos, que guardan tras sus elaboraciones morales un conocimiento del imaginario sentimental de la familia, que contradice lo establecido o lo que desearía ser, poniéndolos en el compromiso de retratarse sobre sus afectos hacia aquella parte de sus vidas, vinculados a la ternura de sus infancias, a la búsqueda durante su juventud de una identidad alemana dentro de una sociedad española, una suerte de exilio heredado, diferido de sus ancestros, de tal modo que parece que han estado siempre intentando apartarse de aquello que, más allá de ser una ideología, forma parte de su educación sentimental.

El pasado vuelve cuando unos israelíes, que son propietarios del equipo de fútbol de la ciudad, amenazan con sacar a la luz el secreto familiar de Fede y Eva, lo que podría provocar un vuelco en el presente por un pasado remoto que, de solo invocarlo, agrieta las relaciones, las tensa y amenaza la carrera de ambos, sobre todo la de Eva, con un cargo político, y que tiene que sopesar muy bien el impacto mediático de un pasado del que no es responsable (y aquí está la gran reflexión, lucha y discusión del lector con los personajes) más que de su gestión moral y sentimental. El autor, con una cadencia musical, con una capacidad armónica en los diálogos y conversaciones de los personajes, nos mantiene al borde de cada línea.

Para mí, el gran pasaje de la novela está en el sueño que tiene Eva, una tarde revisando un libro que habla de aquella época camerunesa. En un momento se pregunta: «¿Cómo podía algo tan escueto marcar la vida de tantas familias durante tanto tiempo? ¿Cómo podía definirme algo que debería haber sido un cuento de juventud del abuelo de mi padre?» (p.135) Es en este brillante capítulo donde mejor queda dibujado el pasado, los vínculos con él y su memoria.

Una novela estimulante, culta, llena de musicalidad y de una grandísima capacidad para narrar. Sergio del Molino da el gran salto para consolidar la presencia de su obra en América, y abrir nuevos espacios de lectura de sus anteriores libros. No dejen de leer esta emocionante lección del arte de contar historias y de reflexión critica sobre los afectos, las memorias nacionales y los secretos familiares. Y sobre el pasado, que no se cansa de volver para cuestionarlo todo.

Reseña aparecida en el diario La Prensa, jueves 13 de junio de 2024

RM: día uno

Pasados los fastos de la toma de posesión (rey de España incluido), amanece el día uno de la «Era RM», que mantiene la ambigüedad de sus siglas, detrás de las cuales no se puede uno aventurar a trazar una línea que divida a RM de RM, más allá de aquella frase célebre: «mi amistad llega donde empieza el cumplimiento de la ley». Veremos, amanecido este nuevo gobierno, hasta dónde nos llevan los RM.

Asistimos como país a las mismas liturgias políticas: los buenos deseos después de las elecciones (gobierna alguien con un 34%), el baile de nombres de los mismos de siempre, la rofiadera del presidente entrante a los corruptos y las prevenciones a los periodistas que opinen con terquedad contra la nueva administración, como si a alguien le conviniera que las cosas vayan mal solo para tener razón. En pocas palabras, la misma cosa cada cinco años. Pero hay optimismo, optimismo crítico.

La ingenuidad democrática es lo opuesto al optimismo crítico. Situarnos en las esquinas de la patria a soñar que las cosas van a mejorar porque el gobierno es nuevo es una irresponsabilidad ciudadana que no nos ha convenido nunca, y cada vez que amanece una nueva era política, volvemos al silencio de las circunstancias, al poco importa y al juega vivo. Los más radicales se rasgan las vestiduras tricolor porque hay que hablar siempre bien de la patria, olvidando lo que nos enseñó Demetrio: «paisano mío, panameño, tu siempre respondes “sí”», y esa es una malamaña que hay que cortar.

Mantendremos el optimismo crítico, pero cuidado, que nadie confunda crítica con irrespeto o falta de lealtad, no, esa es la estrategia del mediocre y el corrupto cuando se señala su desacierto o abierta maldad: convertir lo dicho en ataque o insulto, cuando lo que se señala es la necia desnudez de aquel rey del viejo cuento de Andersen. Si le pasa a RM, se lo diremos: que nos vaya bien, depende de todos.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 2 de julio de 2024.


08 mayo, 2024

¡Bravo, Panamá!

Dicen que lo importante es participar, y es cierto cuando se es pequeño, pero la verdad es que uno lo que quiere es ganar. Y eso es lo que ha ocurrido este pasado domingo 5 de mayo: las largas filas hasta el último momento para ejercer el derecho y el deber de votar han sido una lección de civismo y un termómetro de la seriedad urgente del momento que vivimos como país, y eso es una victoria democrática.

Participar en democracia no es solo votar, requiere de una resistencia ciudadana que ejerza una constante vigilancia crítica sobre los que administran el destino de nuestro país. Democracia no es olvidarse después de votar, es mantenerse al borde de la actualidad y reclamar alto y claro cuando las cosas no están funcionando.

Pero la democracia, sin ser un sistema perfecto, adolece de lo de siempre: de buenos políticos. Hay un puñado de ellos en unas pocas alianzas, pero no nos derrotemos, lo peor que podemos hacer es dejarnos conquistar por la desafección, abandonando nuestro deber y responsabilidad de asumir una postura participativa y exigente con el gobierno que sale de las urnas.

Hemos estado a la altura de una ciudadanía responsable y cívica, y aunque esa no es garantía de un buen gobierno, sí es un alivio democrático: respetar las normas y aceptar los resultados sin aspavientos son buenos síntomas, aunque el resultado venga de elegir entre los menos malos. Ojalá, dentro de cinco años, la oferta mejore tanto que podamos escoger al mejor de los buenos.

A pesar de todo, ¡bravo, Panamá!, hemos ejercido nuestra parte de la responsabilidad con nuestro país, ahora toca que el nuevo gobierno se instale y se comprometa con una transformación real de nuestras instituciones, comenzando con el desmontaje del sistema clientelar, que será la verdadera seña de identidad de un verdadero cambio. Cualquier cosa menos que esa será evidencia de que las cosas seguirán exactamente igual cinco años más.

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 7 de mayo de 2024

20 marzo, 2024

Publicar o no. "En agosto nos vemos"

¿Se debe publicar o no a un autor después de muerto? El titular que ha trascendido más que ningún otro ante la aparición hace algunos días atrás de En agosto nos vemos, de Gabriel García Márquez, es que el propio autor dijo, «Este libro no funciona, hay que destruirlo», pero sus hijos, sus herederos, han decidido, después de una segunda lectura y de varios años en que los manuscritos estuvieron guardados en la Universidad de Texas en Austin, publicarlo.

Pudimos escuchar en directo, en la rueda de prensa que se hizo el pasado 5 de marzo de 2024 a propósito del lanzamiento mundial de esta novela, a los hijos del Nobel colombiano, Rodrigo y Gonzalo García Barcha, y su editora, Pilar Reyes, en las instalaciones del Instituto Cervantes de Madrid, los motivos y por menores de esta decisión, que nos pone otra vez en la discusión sobre lo pertinente o no de publicar obras póstumas sin la autorización expresa de los autores.

Los argumentos que planteaban son, por un lado, que esta es una obra de la que se tienen cinco versiones y que había sido comentada en profundidad con ellos antes de que el deterioro de García Márquez fuese evidente. Que el autor de Cien años de soledad, en el momento de afirmar que la novela no era buena, ya estaba mermado en su criterio sobre la obra. Precisamente, por el hecho de ser una obra trabajada a fondo, antes de perder su juicio estético, es un privilegio, se dijo, poder publicarla como una victoria sobre el olvido. Otra de las cosas que se aclararon es que el editor, Cristóbal Pera, no escribió el final de En agosto nos vemos. La novela estaba trabajada, no tan pulida como otras, pero allí estaba todo. Un buen puñado de razones que de alguna forma avalan la decisión de publicarla.

Después de la muerte de García Márquez, su archivo completo se trasladó a la Universidad de Texas en Austin, donde algunos lectores expertos que pudieron leerla sugirieron que sería oportuno publicarla. Así que, al releerla, a los hijos del colombiano les pareció mejor de lo que recordaban y decidieron hacerlo, también por una razón práctica. Dijeron que en algún momento los derechos de los herederos caducarían y terminaría por publicarse, así que “mejor que todo tenga un ISBN”.

Grosso modo, los argumentos son válidos, y en la práctica, los herederos ponen a disposición de los lectores de García Márquez toda su obra, y se despeja la duda siempre acuciante en estos casos: no hay más manuscritos secretos: todo «García Márquez» está publicado para beneficio, disfrute y discusión de sus lectores. Es interesante observar, como se apuntó en la rueda de prensa (lo decía Pilar Reyes), que el manuscrito de García Márquez ya estaba en ese viaje del idioma hacia un territorio de la lengua al que tenía por costumbre llevarnos, es decir, estaba en la fase en la que el escritor lucha con la belleza y precisión del idioma. En agosto nos vemos es un texto en el que reconoceremos a Gabriel García Márquez.

Hay quienes les afean el gesto a sus hijos, que bromeaban diciendo que su padre les dijo que, cuando él no estuviera, hicieran lo que les diera la gana, y eso hacen, sin faltar, vistos los argumentos, a la memoria literaria de su padre. Y ya sé que esta afirmación es personal y arbitraria, como todas las que se hacen al hablar de este hecho que, sin duda, es el acontecimiento literario del año, diez años después de la muerte del colombiano.

Habrá quien discuta las razones «morales» de esta publicación, pero lo que toca es leer la novela y juzgarla dentro de la producción literaria del Nobel y teniendo en cuenta las tan peculiares circunstancias de esta. Algunos la juzgan ya como una obra muy menor, otros dicen que está a la altura de las últimas, que es una suerte de cierre del ciclo formado por Del amor y otros demonios y Memoria de mis putas tristes, aunque éstas, para muchos, no tienen la frondosidad ni la profundidad de sus clásicos, pero, como bien sabemos, no todos los días se puede escribir Cien años de soledad, ni muchísimo menos.

Publicado en el diario La Prensa, el viernes 15 de marzo de 2024.

12 marzo, 2024

Pedro Altamiranda

En casa, primero fue un pequeño disco de 45 rpm (que me corrijan los expertos) que tenía, en la Cara A, El buhonero, que me hacía reír porque también en la grabación en directo la gente se reía (entendía poco de los enredos políticos y sociales), y en la cara B, el «controversial» La mujer biónica, del que entendí todo, años después, con más vocabulario y «calle», como dicen ahora. Era el año 1980 y yo tenía ocho años. En 1981, aparece el LP Homenaje a mi pueblo, un disco fundamental en mi escritura.

Cuando me preguntan por lo que más me ha influido para escribir, siempre digo que mi abuela y mi mamá, grandes narradoras, y también la presencia tutelar (sin saberlo) de dos discos: Homenaje a mi pueblo y Buscando América: ambos en mi casa, y escuchados un sin fin de veces. A mí me ocurrió, antes no lo había pensado, Pedro Altamiranda: su ritmo, su amor a las letras, su mirada sobre la panameñidad.

Se nos ha ido, como decía Rubén Blades («puerta de la salsa y de la libertad», en verso feliz de Pedro en Homenaje a mi pueblo, antes de Buscando América) un «Gran Panameño», así en mayúsculas, que consiguió reunirnos a todos ante el espejo de sus letras y nos puso en la mente grandes espacios de reflexión, perspectivas y miradas para orientar nuestro criterio. No se nos ha ido el «Rey de los carnavales», se nos ha ido una parte muy importante de nuestra conciencia.

Se apaga la voz, pero se enciende la memoria, y la consigna es recordarlo a través de sus letras, las más importantes, esas que nos dicen, aunque no nos gusta, las cosas que de verdad somos, las que han dibujado, con la pericia del amante de las letras, quiénes fuimos y en quiénes nos podemos convertir si no tomamos precauciones.

Gracias, Pedro, por tanto, por todo, por retratarnos tan bien. ¡Hasta siempre, maestro!

Artículo publicado en el diario La Prensa, martes 12 de marzo de 2024.