La tecnología es esclavizante. Si bien es cierto que libera, evoca, transforma y solivianta tampoco es menos cierto que muchas veces cabrea hasta niveles que rozan el paroxismo, vamos, lo que viene siendo subirse por la paredes de toda la vida.
Y es que he sufrido por un largo periodo de tiempo el castigo de estar sin acceso a Internet y todas sus bondades y desgracias. Mi anterior operador, ese del macro ERE, se olvidó de mis traslado de línea y cuando lo hizo me dijo que me olvidara de mi acceso al ADSL, malditas siglas, y que pidiera otra vez el servicio. Veinte días sumados a la tardanza (quince días), para cambiarme la línea de domicilio. Una locura y más cundo te dicen, casi te juran, que en tres días lo tienes, el acceso digo, a Internet. Mentira y gorda.
El único castigo contra el gigante azul, irte con la competencia que te consuela, te promete el oro y el moro y pone a parir junto a tu corazón desolado a los “malos” que te hicieron daño en tu “ser tecnológico. Claro está que la competencia tardó los veinte días o más de rigor pero al final llega la carta esperada: "pronto te conectaremos a Internet, espera nuestras instrucciones": se me iluminó el rostro y con mentón casi batiente se lo dije a mi mujer Marga Collazo: viene la conexión. Diez días después.
Diez días después porque llamé a preguntar, “oiga ¿y mi acceso a Internet y a mi mundo virtual?” “Perdone, se nos olvidó decirle que ya puede instalar el “router” (que es la pera melonera según un anuncio) que le mandamos”. “¿A dónde?” “A su domicilio”. “¡Mentira!” “¡Qué sí caballero!”… Lo mandaron tres días después, probando al máximo lo poco que de Job y su proverbial paciencia me quedaban en este tema. Pero llegó el día.
Me decidí a instalarlo yo mismo y, como ya es de todos conocido, lo mío con la tecnología es un asunto perdido pero, lo conseguí hace un par de días y aquí estoy de vuelta, con menos megas (la competencia es una birria comparado con los del ERE) pero con posibilidades de seguir en la brecha virtual. Con los meses de permeancia que me veo obligado a guardar creo que no me descolgaré de estos senderos a menos que la vida decida otra cosa. Seguimos pues, anaranjados pero seguimos.
1 comentario:
¡qué lucha! Dios mío, ¡llévame pronto!
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