Descubrí a Rafael Chirbes por casualidad, paseando el deseo de una nueva novela por una librería. Me acerqué a los libros de bolsillo y buscando no sé qué me encontré con un autor creo necesaria en las letras españolas. Este valenciano traza con finísima economía literaria una trama que nos envuelve desde el principio, introduciéndonos al cuestionamiento último y moral de un hombre ante su muerte inminente.
Los disparos del cazador (Anagrama, 1994)es una novela de fin de vida, una confesión en blanco y negro, de un hombre que pertenece a una generación de españoles que vivieron una época gris en la cual las cosas se hacían de otra manera. Fresco de una época, retrato del la España de la que venimos, esta novela corta (apenas 136 páginas) nos pone delante los avatares de un hombre que parece no estar satisfecho con todo aquello que logró, que en un tiempo parecía todo, pero que ante la muerte no significa nada.
Todo se va insinuando, todo va quedando sostenido, y en cada página asistimos a un necesario ejercicio de escucha del silencio de la escritura pues en esta novela lo que no se dice, lo que se intuye, es necesario para la comprensión de la trama.
El protagonista enumera sus recuerdos, cómo empezó en el Madrid de los cincuenta, cómo fue escalando posiciones, cómo su mujer consigue poco a poco situarles en una órbita de personas y contactos y cómo poco a poco los secretos guardados, las traiciones, conocidas o intuidas por años, ahora pesan como una losa sobre sus hijos y en su nieto. Las tensas relaciones con la familia en el pueblo, el desencanto a pesar de tenerlo todo, la búsqueda de una salida a la tristeza dentro del matrimonio son algunos temas que la novela repasa con delicadeza de pintor. La figura enigmática de Ramón puebla la novela como una pared donde rebotan los recuerdos, donde se sostiene la realidad de los últimos días de este hombre que no tiene más que sus recuerdos y sus culpas.
Chirbes traza una novela corta que se sirve de precisas metáforas, que maneja bien los tiempos y que usa con maestría la tensión y el dato oculto como herramientas para sostener nuestra atención hasta el final. Su técnica es limpia y directa, renunciando al experimentalismo que muchas veces no es más que eso y se encierra en una técnica más convencional, que permite al texto contar su historia sin distraer al lector de la trama que sigue. Esta renuncia al experimentalismo no debe tomarse como una cobardía del autor, sino como su sello personal, como un rasgo de su carácter como escritor.
Los disparos del cazador (Anagrama, 1994)es una novela de fin de vida, una confesión en blanco y negro, de un hombre que pertenece a una generación de españoles que vivieron una época gris en la cual las cosas se hacían de otra manera. Fresco de una época, retrato del la España de la que venimos, esta novela corta (apenas 136 páginas) nos pone delante los avatares de un hombre que parece no estar satisfecho con todo aquello que logró, que en un tiempo parecía todo, pero que ante la muerte no significa nada.
Todo se va insinuando, todo va quedando sostenido, y en cada página asistimos a un necesario ejercicio de escucha del silencio de la escritura pues en esta novela lo que no se dice, lo que se intuye, es necesario para la comprensión de la trama.
El protagonista enumera sus recuerdos, cómo empezó en el Madrid de los cincuenta, cómo fue escalando posiciones, cómo su mujer consigue poco a poco situarles en una órbita de personas y contactos y cómo poco a poco los secretos guardados, las traiciones, conocidas o intuidas por años, ahora pesan como una losa sobre sus hijos y en su nieto. Las tensas relaciones con la familia en el pueblo, el desencanto a pesar de tenerlo todo, la búsqueda de una salida a la tristeza dentro del matrimonio son algunos temas que la novela repasa con delicadeza de pintor. La figura enigmática de Ramón puebla la novela como una pared donde rebotan los recuerdos, donde se sostiene la realidad de los últimos días de este hombre que no tiene más que sus recuerdos y sus culpas.
Chirbes traza una novela corta que se sirve de precisas metáforas, que maneja bien los tiempos y que usa con maestría la tensión y el dato oculto como herramientas para sostener nuestra atención hasta el final. Su técnica es limpia y directa, renunciando al experimentalismo que muchas veces no es más que eso y se encierra en una técnica más convencional, que permite al texto contar su historia sin distraer al lector de la trama que sigue. Esta renuncia al experimentalismo no debe tomarse como una cobardía del autor, sino como su sello personal, como un rasgo de su carácter como escritor.
Estamos ante un escritor que se ha convertido en inprescindible, dueño de su oficio y al que haremos bien en seguir y leer lo que ha escrito hasta ahora. Su ensayo "El novelista perplejo", promete. Ya hablaremos de él en otro momento.