Callarse no es nunca una salida. Es mejor morir diciendo lo que se siente, lo que se padece, que vivir en un silencio desquiciante y torturador. A veces, y ya me contradigo, el silencio es balsámico, necesario pero sólo para la necesaria reflexión que termine precisamente por romperlo. No puedo callarme, necesito decir, necesito manifestar por escrito o por la conversación o por la vía de la discusión, aquello que habita mis sombras y mis dudas. Quien se calla sufre, quien no dice termina por ser esclavo de sus frustraciones y debilidades.
Debemos pensar lo que decimos, es cierto, pero debemos decirlo. No me fío de los que se callan siempre, desconfío de aquellos que, por no herir, por no conmover, por ser políticamente correctos, se callan. Pero tampoco me fío de aquellos que hablan, que dicen lo políticamente correcto, que manifiestan el pensamiento único y ocultan (silencian) la verdad de las cosas y nos sumergen en una alharaca de palabras mentirosas y complacientes que son una forma aun más cruel del silencio.