Este regusto a pasado extravagante es una de las muchas maravillas de las que podemos disfrutar con la lectura de Correspondencia, que agrupa las cartas cruzadas entre Julio Cortázar, Carol Dunlop y Silvia Monrós- Stojakovic durante el periodo comprendido entre 1980-1983 y que publica con gran acierto la editorial Alpha Decay.
Para los que siguen a Cortázar y quieren saber más del genial escritor argentino esta es una gran ocasión de mirar al fondo de los sentimientos que tuvo el escritor cuando Carol Dunlop, la Osita, fallece dejándole sumido en una gran tristeza, “estoy tan solo y deshabitado” dice en una de las cartas a Silvia.
Este asomo a estas vidas escritas nos permite conocer la situación de los Balcanes durante la época, la ajetreada agenda de Cortázar, su amor por Nicaragua y como estaban tan metidos en el proyecto de “Los autonautas de la cosmopista”, con un entusiasmo inocente y juvenil. Es un acierto editorial no corregir el español de Carol Dunlop, así se conserva la fuerza de lo auténtico y deja ver el esfuerzo que hace por hablar y escribir nuestra lengua.
Pero es esta correspondencia una historia de amor: a la amistad, amor entre un hombre y una mujer y amor a los libros y a la literatura. Se vive cuando se lee un entusiasmo vital apasionante y unas ganas locas de vivir. Es también la crónica de una enfermedad que se llevo a Carol Dunlop y a Cortázar y que le toca vivir a Silvia que se queda sola si la amistad de esta pareja excepcional y que sume en un triste silencio su experiencia.
De prosa ágil, divertida y confidente, se antoja sin quererlo una historia, una novela epistolar que va revelando a cada carta, a cada palabra una nueva emoción que se convierte en el camino hacia lo inevitable.
De todas las cartas, la que más sabe a tristeza es la fechada el 13 de marzo de 1983en la que Cortázar cuenta a Silvia que una de sus cartas se desvío por circunstancias ajenas a ellos y Carol Dunlop no pudo leerla. Cortázar lo lamenta, le supone un sufrimiento más sobre la pérdida de la Osita y reconoce con profunda tristeza no puede llevársela con la alegría que siempre le entregaba su correo.
Al final reconoce Cortázar que está enfermo y de ánimo bien dentro del vacío y de la tristeza. Meses después Cortázar moriría de leucemia, incapaz como dice en esa última carta de escribir largo. La larga espera de aquella larga carta tiene que haber sido difícil y lo dramático del fin tiene que haber sido también muy duro. Pero eso ya pertenece al terreno de la especulación.
Lo que es cierto es que esta Correspondencia glosa perfectamente aquel viejo proverbio de la Biblia que dice que “las buenas noticias fortalecen los huesos”. Y de estas cartas se tras luce la buena sintonía y la alegría que se derivaba de cada carta recibida. Lástima que las cosas terminaran así, que la muerte nos halla privado de más de esta amistad. La verdad es que una de las cosas que la tecnología no se llevará jamás con las cartas es la amistad que se fragua por medio de ellas, sean electrónicas o extravagantemente escritas a mano y enviadas por correo. La amistad está por encima de cualquier formato.
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