No estoy de acuerdo con eso que se dicen los críticos de que se trata del sucesor de Ismail Kadaré: se llevan pocos años, son contemporáneos y diría yo que son complementarios. Por fin tenemos una visión, digámoslo así, más individual, de la realidad albanesa sometida a un terrible régimen comunista. Kadaré es más político, más del conjunto, mientras que Kongoli apunta constantemente al personaje solitario, al ser humano solo ante su circunstancia con un concierto de terribles expectativas políticas y sociales como fondo macabro mientras el régimen estaba instaurado.
La vida en una caja de cerillas (Siruela, 2010), alude desde el título a la visión que di arriba. Se trata de la historia de un hombre al cual el dolor por la ruptura con su pareja le deja sumido en las sombras. En el apartamento en el que ahora vive, aparece una chica gitana a la que quiere llevar a la cama a la fuerza y, por esas cosas de la vida, la chica termina muerta. Decide esconder el cadáver en su piso hasta que se le ocurra un plan. A partir de ese instante la historia de este hombre comienza a desarrollarse ante nuestros ojos.
Kongoli utiliza dos registros para narrarnos la vida de Bledi Terziu, periodista de sucesos: un narrador omnisciente que perfila escenarios, emociones y hechos y la narración por medio de unas notas del propio Terziu que nos acercan al hombre y su soledad y desatino vital. De estas dos fuentes mana con pausada decisión la vita turbulenta de este hombre obsesivo, bebedor y solitario.
Resulta admirable notar como la historia va construyendo cuadros precisos de la reciente historia albanesa sin forzar ni la historia ni la política. En el fondo de la lectura observamos cómo se va estructurando el edificio social de la historia. Cuando terminamos de leer tenemos una idea precisa de cómo fueron las cosas entonces.
Vamos a destacar el capítulo 9, el capitulo donde Kongoli introduce un término fascinante. Los minidramas. Así cuenta y considera Terziu los pasajes familiares de su vida, una sucesión de ellos que en su pequeñez y simpleza esconden la fuerza necesaria para cambiar vidas y que, como el propio protagonista reconoce y quiere hacernos sentir también, le producen una “auténtica satisfacción estética”.
Definitivamente esta novela, que se lee a buen ritmo y posee la parsimonia de los días que describe con su grisura, (vertida al castellano por el traductor del mismo Kadaré, Ramón Sánchez Lizarralde), es un descubrimiento para el lector y va a situar a Fatos Kongoli al lado de su ilustre paisano en el universo de las letras.
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