Han pasado 18 años desde la última vez que estuve cerca de mamá el día de las madres y la ausencia este día me pesa cada vez más y se me hace más honda la pena. Los que vivimos lejos de la patria tenemos que convivir con una doble tristeza anual: que se celebre en distinta fecha el día de las madres (en España, donde vivo, en mayo, por ejemplo) y que cuando lo celebra Panamá no estamos allí. En mayo siempre echo de menos a mamá y a veces la he llamado, “por hablar”, pretexto, pero en realidad quiero escuchar su voz cuando todos a mi alrededor homenajean a la suya. Pero llega el inevitable diciembre, que por cotidiano y repetido no deja de ser menos triste, y llega el día de la madre. Ando nervioso los tres o cuatro días antes y lamento que otra vez la vida, la economía, la realidad, no me hayan permitido, un año más, estar cerca de mi viejita, de la mujer que me dio la vida hace ya tantos años. Entonces levanto el teléfono y con un nudo en la garganta que disimulo más o menos bien pregunto, al escuchar su voz tan conocida, tan mía, ¿cómo está la mamá más bonita del mundo? Ella se alegra como si no se lo esperara aunque sé que está al lado del teléfono esperando esa llamada para escuchar del hijo que vive lejos: feliz día mamá. Y ése es el regalo.
Ni flores, ni regalitos, ni tarjetitas (no encontraría en todo Madrid una para las madres en diciembre): mamá quiere escuchar la voz de su hijo, de su primer hijo, de aquel que inauguró la ilusión y que se completó con la llegada de mi hermano. Entonces, esa negrita buena, ese tesoro que uno tanto echa de menos en tantos momentos difíciles, completa su alegría, completa su gozo al calor del cariño de los nietos y del hijo que tiene cerca en Panamá. Una llamada, la voz del hijo, el amor que se rinde una vez más a la evidencia de que sin ella no seríamos nada.
A todos los panameños que viven lejos, a los que tienen a su madre en el terruño bregando con la vida cotidiana de nuestra tierra, a todos ellos, mi más sentido abrazo allí donde estén. Mis lágrimas en la distancia se funden con las suyas, en un llanto sereno, en un llanto feliz, que sólo es evidencia del profundo amor que sentimos por ellas, de lo niños que seguimos siendo.
Hoy mamá no te sientas triste, no sientas la distancia, ni el tiempo: siente el amor, rotundo, completo en todas sus dimensiones, del hijo que te ama. Dios mediante el año que viene estaremos juntos, quizá, o mañana o un buen día de estos mamá porque, ya lo sabemos, todos los días son un buen día para celebrar la alegría de ser hijos y la bendición que es tener una madre cerca, lejos, o en el recuerdo.
Ni flores, ni regalitos, ni tarjetitas (no encontraría en todo Madrid una para las madres en diciembre): mamá quiere escuchar la voz de su hijo, de su primer hijo, de aquel que inauguró la ilusión y que se completó con la llegada de mi hermano. Entonces, esa negrita buena, ese tesoro que uno tanto echa de menos en tantos momentos difíciles, completa su alegría, completa su gozo al calor del cariño de los nietos y del hijo que tiene cerca en Panamá. Una llamada, la voz del hijo, el amor que se rinde una vez más a la evidencia de que sin ella no seríamos nada.
A todos los panameños que viven lejos, a los que tienen a su madre en el terruño bregando con la vida cotidiana de nuestra tierra, a todos ellos, mi más sentido abrazo allí donde estén. Mis lágrimas en la distancia se funden con las suyas, en un llanto sereno, en un llanto feliz, que sólo es evidencia del profundo amor que sentimos por ellas, de lo niños que seguimos siendo.
Hoy mamá no te sientas triste, no sientas la distancia, ni el tiempo: siente el amor, rotundo, completo en todas sus dimensiones, del hijo que te ama. Dios mediante el año que viene estaremos juntos, quizá, o mañana o un buen día de estos mamá porque, ya lo sabemos, todos los días son un buen día para celebrar la alegría de ser hijos y la bendición que es tener una madre cerca, lejos, o en el recuerdo.