Un amigo me ha enviado un artículo de mi perseguidor Enrique Vila-Matas, fechado en el año 2000 y que publicó en la Revista de Libros. Habla en el artículo sobre Walser y su literatura feliz y errante, de paseo, llena de la tranquilidad del autor que quiere desaparecer y que es consciente, de una forma u otra de su genio y de su necesidad de desaparecer para no estorbar su obra. Me gusta eso de que el suizo de “¿Acaso un escritor de éxito no es, a su manera, un asesino?” Ha sido brillante el artículo y un “subidón” a principio de esta semana que dedico a escribir lejos del trajín de oficina en la que tengo que ganarme la vida. Lo casual, como me pasa siempre con Enrique, es que me ha sorprendido mi perseguidor citando a Walser para un artículo sobre política panameña y los truhanes y tunantes que se están postulando para dirigir la tierra en que nací con un millón de panameños bajo el umbral de la pobreza y que llevan años esperando que algo ocurra. Así me pilló este artículo que me envió mi amigo Juan Salas, perseguido también el por Vila-Matas. Cito de El paseo (Siruela, 1996).
A lo leído en el artículo que exalta la postura de Walser ante su obra y ante el oficio de escribir hay que agregar que este escritor vagabundo y amante del paseo, fiel a sí mismo, sin querer (o queriendo) muere precisamente de paseo y una cámara oportuna (o irreverente, escojamos cada uno) deja registro de aquella muerte absolutamente coherente con lo que siempre escribió (fondo y forma). Le vemos tendido sobre la blanca nieve, sin vida ya, un día de navidad de hace ya más de cincuenta y dos años. Lo de Walser, como siempre, es una lección a los intelectuales de postín y los literatos de salón que son marxista (de Groucho, no nos metamos en política), que son capaces de cambiar de hoy para mañana de principios según soplen los vientos del poder y del dinero.
Walser, grande, libre, nunca aspiró a nada más que a escribir, a crear. No deseó nunca ni laureles ni academias, ni premios ni reconocimientos, como Bartlevy, prefirió “no hacerlo” y por ese camino, de paseo, ha llegado a la gloria y ha pasado de largo para lección y vergüenza de muchos “macha folios” que se quedan en la gloria que los grandes desprecian.
A lo leído en el artículo que exalta la postura de Walser ante su obra y ante el oficio de escribir hay que agregar que este escritor vagabundo y amante del paseo, fiel a sí mismo, sin querer (o queriendo) muere precisamente de paseo y una cámara oportuna (o irreverente, escojamos cada uno) deja registro de aquella muerte absolutamente coherente con lo que siempre escribió (fondo y forma). Le vemos tendido sobre la blanca nieve, sin vida ya, un día de navidad de hace ya más de cincuenta y dos años. Lo de Walser, como siempre, es una lección a los intelectuales de postín y los literatos de salón que son marxista (de Groucho, no nos metamos en política), que son capaces de cambiar de hoy para mañana de principios según soplen los vientos del poder y del dinero.
Walser, grande, libre, nunca aspiró a nada más que a escribir, a crear. No deseó nunca ni laureles ni academias, ni premios ni reconocimientos, como Bartlevy, prefirió “no hacerlo” y por ese camino, de paseo, ha llegado a la gloria y ha pasado de largo para lección y vergüenza de muchos “macha folios” que se quedan en la gloria que los grandes desprecian.