El escritor resucita
Las circunstancias aplastan a Ignacio Reler, escritor de microficciones. Se retuerce, se duele, se aleja de su mesa, de sus libretas.
Amanece un buen día y una chispa distante, como quien no quiere la cosa, enciende la literatura en el hombre que ayer dejó de escribir, muerto por el peso de lo que le ocurrió. "Le ha vuelto la literatosis", diría Onetti, médico.
Ahora se sienta febril a su mesa de trabajo y convoca las letras para clausurar su silencio.
Primera enseñanza: Escribe. Esa es la medida de tu existencia.
El escritor y su mujer (o viceversa)
Al final, Ignacio Reler termina viviendo lo que escribe y llamando a su mujer por el nombre de pila de la mala de su microrelato recién terminado de escribir. Como dice mi querido Andrés Neuman, "escribir nos merece la alegría", sí, claro, aunque nos pueda meter en un problema con la mujer.
Segunda enseñanza: Escribe, tu mujer lo entenderá (o no, pero escribe).
El tamaño (o la extensión)
Ignacio Reler comenta en un café, delante de la mujer que le interesa, que escribe microficción. Se explica, ella no entiende. Son relatos muy breves, como por ejemplo "El dinosaurio" de Augusto Monterroso. "¿Quién?", tercia otra chica que está fascinada por el escritor. ¡Monterroso! y él pasa a contarles el microrelato: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí". Silencio. La mujer que le trae de cabeza dice que como sea así de corto todo lo que hace menudo rollo.
Ignacio se queda toda la noche pensativo.
Tercera enseñanza: Escribe microficción pase lo que pase: el tamaño sí importa.
Papel y pluma
Ignacio se dejó su libreta en casa y le ha dado una diarrea creativa. No tiene papel para recogerla. Se apunta las ideas en la mano y va por la calle con cara angustiada buscando una papelería. "Tres euros" le dice el dependiente. Con rabia saca del bolsillo la onerosa cantidad y se mete en un café para escribir. Se queda sin tinta. Decide pedirle al camarero prestado el bolígrafo. No la pluma como en Panamá. Aquí en España eso sería arriesgado.
Cuarta enseñanza: lleva siempre contigo lo necesario para escribir. Nunca se sabe cuando nos viene un apretón.
Las Musas
Ignacio Reler suda en su mesa de trabajo solo. Se pelea con un microrelato de veinte palabras. Incluido el título. Alguien le toca el hombro. Se da la vuelta y resulta ser una mujer.
"¿Tú quién eres?"
"Tu Musa. Me esperabas ¿no?
"Sí pero mientras tanto estaba trabajando. Siéntate, en seguida termino".
La Musa se medio enfadó porque Ignacio decidió comenzar y seguir sin ella. Como es un caballero la dejó intervenir en la decisión de prescindir o no de dos palabras.
Ella se fue contenta. Él se dio una ducha. Con tanta transpiración le convenía.
Quinta enseñanza: No esperes a nadie. Que te encuentren trabajando. Las Musas suelen tardar en venir.
Epifanía
Ignacio lucha, se mueve con nerviosismo ante su texto, tacha, reescribe, busca sinónimos, se detiene. Piensa. Repasa las palabras, ha memorizado el texto, juega con ellas, las mueve de aquí para allá, su cerebro hace clic. Las 46 palabras del microrelato embonan. Se ríe satisfecho.
Sexta enseñanza: Lucha con las palabras. El texto aparecerá tarde o temprano.
Líneas de historia
Una mujer gorda y triste fuma sentada frente a Ignacio en un bar. Le cuenta su vida, su fracaso sentimental, su peregrinaje vital dando tumbos de un amor a otro, rota su felicidad por aquel hombre lejano en el pasado del cual sólo le da al escritor un nombre: Norberto.
“¿Cuánto te ocupará mi historia?”, preguntó gris la mujer gorda apagando el décimo cigarrillo. “Una línea”, contestó Ignacio. “El microrelato se llamará Necios”.La mujer gorda se levantó molesta pensando buscarse a otro escritor: su historia se merece una novela.
Séptima enseñanza: Lo breve, si bueno, dos veces breve. Cualquier historia cabe en una línea.
¿Cuántos caben?
Ignacio dejó pasar a un dependiente. Luego, una mujer sin dinero le pidió pasar. Hablaron los tres. Luego vino un asesino ilustrado y un escritor para instalarse en el mismo espacio e Ignacio, que es así, no era capaz de echar a ninguno. Luego resulto que el asesino ilustrado era el padre de la hija de la mujer sin dinero que se había metido con ella sin que Ignacio lo supiera. El profesor Souto, con el que tiene mucha confianza últimamente, le dijo que dos o tres, que les separara. Ahora Ignacio tiene dos microrelatos y una cena más que pagarle al profesor.
Octava enseñanza: Muchos son los invitados, pocos los elegidos: no hay líneas para tanta gente. Tres no comen donde comen dos.
Titular
Al principio Ignacio los llamaba de cualquier manera y ellos venían. Cuando los presentaba nadie los entendía, se perdían todos por un camino tan breve que volvían cansados de él. Un buen día, Lauro Zavala le dijo que los llamara bien, “así nadie se perderá”.Desde entonces todos transitan los caminos breves de Ignacio sin perderse. Y no se cansan de ir y volver.
Novena enseñanza: El arranque de un microrelato es su título. Allí se gana y se pierde todo, aunque parezca poco.
Meta física
El profesor Souto e Ignacio Reler conversaban sobre escritoras y escritores y la extensión de los microrelatos de las unas y los otros. −Ellas tienen medidas más precisas −dijo Ignacio−, 90, 60, 90… −Sí −respondió el profesor Souto−, los hombres mentimos mucho sobre nuestras medidas.
Décima enseñanza: mide bien, no exageres: no sea que esto se te convierta en un cuento patético.