17 septiembre, 2009

La Metaficción y los vericuetos de la creatividad literaria. Por Enrique Jaramillo Levi

I

La metaficción, en cualquiera de sus múltiples manifestaciones, es una forma de entrar más directamente en los vericuetos de la escritura literaria reforzando, al mismo tiempo, el aspecto artístico del proceso de la creación a través del ingenio y el dominio del oficio con el que desde la obra misma se le indaga. Aunque siempre ha existido, y de ello hay abundantes pruebas en la literatura universal, su presencia como un tema estético de particular interés empieza a sentirse con más fuerza y constancia en el siglo xx.
Si la novela y el cuento son considerados obras de ficción, y por tanto aspiran a tener categoría artística, podría decirse que los textos metaficcionales son, por naturaleza, ficción a la segunda potencia; es decir: ficción de la ficción. ¿Por qué? Porque su materia prima es algún aspecto de la creación literaria, y a menudo la propia obra que ha sido escrita. En otras palabras: los contenidos de la ficción, y a veces también su forma, se ficcionalizan dentro de la obra en sí. Por tanto, cuando dentro de la obra en cuestión se le da categoría o rango propio y destacado a los personajes, a la trama, a la atmósfera creada, a la estructura del texto, al estilo o al tema mismo por encima del tratamiento anecdótico usual de historias de índole extraliteraria ligados a una realidad exterior, el hecho de priorizar uno o varios de esos u otros elementos que forman parte del texto hace que estemos frente a una obra de índole netamente metaficcional.
Debe entenderse, entonces, que en este tipo de obra hay una actitud indagatoria y, en más de un sentido, experimental, ya que la atraviesa una insistente reflexión en torno a la naturaleza del acto creativo o acerca de los componentes de la obra final que resulta de tal proceso. Pero es menester que esa indagación se realice más bien a trasmano, que se dé como de soslayo, y que fundamentalmente se nutra de los procedimientos propios de la ficción literaria, sobre todo tratándose de novelas o cuentos. Así, la ficcionalización del texto debe estar en un primer plano. El lector debe sentir que de una u otra manera se le está contando una historia interesante, que tarde o temprano surge un conflicto y que éste termina en un desenlace. De otro modo tendríamos más bien un ensayo, y no una verdadera obra de ficción, que es como se define a las novelas y a los cuentos literarios.
Todo lo anterior nos hace concluir que, lógicamente, no puede haber metaficción sin que antes exista ficción en una obra; es decir: simulacro creíble o recreación de una realidad, construcción de una verosimilitud a partir de un artificio artístico. Porque el término metaficción lo que sugiere es un ir más allá de la ficción, aunque en realidad lo que suele ocurrir es que mediante este procedimiento se penetra más a fondo en ella –en la ficción-, indagando su esencia, cuestionándola, a menudo desmenuzándola sobre la marcha, desde la raíz, mientras se la va construyendo. Se trata, pues, en algún sentido, de una suerte de endogamia creativa; de partenogénesis literaria, en la cual la ficción se pare a sí misma mientras se mira hacerlo: un fenómeno artístico en el que es posible visualizar un complejo juego de espejos; o bien la imagen de una serpiente hecha de ficción queriéndose comprender mejor a sí misma, y que termina mordiéndose la cola.
Todo lo cual puede sonar, por supuesto, como una exquisitez o entelequia abstrusa, como un exceso de intelectualización que añade complejidad a lo que, ya de por sí, no es algo sencillo de entender: la naturaleza, funciones y proyección de la ancestral creación literaria, la cual sin embargo siempre se está renovando; y más concretamente, de la ficción. Y, claro, para el lego en la materia puede que sea así; sin embargo, ¿cómo negar que el intelecto humano siempre busca ampliar sus horizontes, profundizando en las posibilidades de su materia prima? ¿Cómo negar que la capacidad del arte –y la buena literatura siempre lo es- resulta prácticamente infinita en sus ramificaciones, vericuetos, alcances?
En todo caso, el mundo de la ficción está ahí, virtualmente abierto a todo, sujeto en todo momento al escrutinio de la creatividad e inventiva de quienes cultivan el difícil arte de la escritura: los escritores; y es preciso estudiarla a fondo, función ésta de los críticos que algunos escritores también se apropian desde las entrañas de la obra misma, como parte integral de su estructura y su estilo. Y, como ya se ha dicho, eso es precisamente lo que hace la metaficción: abordar la ficción desde los meandros de la ficción misma, problematizándola.

II
Los trece cuentos que integran la colección que he titulado Escrito está, y que mereció el Premio Único de Cuento en la Septuagésima segunda versión de los Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango, Guatemala de 2009, congregan gran parte de las características antes reseñadas; sólo que al mismo tiempo son muy breves y concentrados, por lo que además de ser metaficciones a la vez son minicuentos. De ahí el nombre que le he dado a uno de esos textos, pero que perfectamente se le puede aplicar a todos: minimetaficción.
Acaso habría que agregar que se trata de textos híbridos, aleatorios, autoprocreativos, en los que literalmente la ficción se va haciendo sobre la marcha, como una reflexión sobre la narración, y en algunos casos como una narración acerca de una reflexión. ¿Y sobre qué se reflexiona y se narra? Sobre el acto de reflexionar narrando, o de narrar reflexionando; es decir, sobre el acto creativo en estado puro. Así, en estos minicuentos metaficcionales trato de construir historias carentes de historia, personajes y trama. Y mientras procuro hacerlo, me miro haciéndolo, me autoevalúo, expongo mis dudas al respecto…
Podría decirse, en todo caso, que la escritura es el único protagonista de estas historias que, al negarse a ser una suma de simples anécdotas tradicionales cuyo referente es la realidad circunstancial, se identifican a sí mismas y se asumen como protagonistas. Quiero pensar que se trata de una escritura creativa, ingeniosa, lúdica; de una búsqueda de significado que, al plantearse como tal, se explica a sí misma y termina por encontrarse, anclada como está a la naturaleza literaria y en la propia indagación. Todo lo cual podría entenderse, en cierta forma, como la plasmación de trece variantes de una misma metáfora acerca del arte y la experiencia humana: la ancestral metáfora de la identidad, ahora plasmada en los 13 minicuentos que integran la colección: Escrito está.

No hay comentarios: