Pensar es concretar, o por lo menos debe ser así. Es decir: deberíamos poder encarnar nuestra manera de pensar y de vivir no sólo en hechos concretos si no también, y esta es la propuesta central del presenta ensayo, en objetos concretos.
Esto que parece un asunto que linda casi con el absurdo es lo que resuelve de manera breve y brillante Michel Onfray (Argentan, 1959) en este delicioso ensayo titulado “Manifiesto arquitectónico para la Universidad popular”, publicado por Gedisa Editorial (2010) dentro de una colección (Filosofía. Serie CLA•DE•MA) que por los títulos nos parece como poco muy sugerente. Comparte autoría del ensayo con el arquitecto Patrick Bouchain que transforma en materia arquitectónica las reflexiones que quieren convertir el proyecto de la Universidad Popular en algo tangible, en edificios que representen (concreten en el sentido más estricto del término) la filosofía de ésta, es decir darle consistencia material.
En este ensayo las ideas toman forma, la vocación de intelectual, filosófica, conceptual, adquiere una dimensión estrictamente física, que despierta nuestra mente a toda una disciplina como la Arquitectura, que es mucho más que diseñar edificios y ponerlos en pie.
Onfray nos centra en un concepto que él llama “una escultura de sí mismo”. Nos empuja a convertir lo que creemos en un edificio vital que nos diferencie de los otros. No vale aquí el “todos los fuegos el fuego”, que diría Cortázar, porque no son “todos los hombre, el hombre”: la necesidad de ser individuo “aportante” a la sociedad de una voz que avance el sentir de uno y de todos es vital en los tiempos que corren. En palabras de Soren Kierkegaard, debemos buscar habitar nuestra propia choza y no el castillo de otro.
En esta articulación, ciertamente atractiva, de conceptos, hay uno que es para mí una de las grandes lecciones a poner en práctica ahora mismo: la máquina de transportar la voz. Consiste en oponer a “la razón mediática” “la razón mediológica” es decir, privilegiar la voz, la palabra por encima de la imagen, dar un ágora nueva donde el pueblo (de allí lo de popular) tenga una voz que se imponga a la tiranía de lo que se ve, priorizando lo que se escucha, lo que se puede decir, invocando la necesidad irrenunciable de la persona y no su imagen.
Uno de los disfrutes con los que cuenta el texto, son los bocetos de Patrick Bouchain que ilustra y demuestra como estos conceptos que son varios (el jardín de Epicuro, el Circo, el Ágora) toman una forma concreta, son interpretados y puestos en pie por la mirada dinámica de un arquitecto. Bocetos que en unos años se podrán visitar y serán testigos tangibles de estas reflexiones que apuntan al centro de los grandes problemas de hoy: la falta de ganas de pensar, el borreguismo masificante que distorsiona la realidad.
En días como estos en los que la televisión nos repite hasta la saciedad los mismos argumentos huecos, Michel Onfray propone que el individuo sea escuchado de viva voz proyectando así el pensamiento popular, despojando al ser humano de su masificación alienante.
Esto que parece un asunto que linda casi con el absurdo es lo que resuelve de manera breve y brillante Michel Onfray (Argentan, 1959) en este delicioso ensayo titulado “Manifiesto arquitectónico para la Universidad popular”, publicado por Gedisa Editorial (2010) dentro de una colección (Filosofía. Serie CLA•DE•MA) que por los títulos nos parece como poco muy sugerente. Comparte autoría del ensayo con el arquitecto Patrick Bouchain que transforma en materia arquitectónica las reflexiones que quieren convertir el proyecto de la Universidad Popular en algo tangible, en edificios que representen (concreten en el sentido más estricto del término) la filosofía de ésta, es decir darle consistencia material.
En este ensayo las ideas toman forma, la vocación de intelectual, filosófica, conceptual, adquiere una dimensión estrictamente física, que despierta nuestra mente a toda una disciplina como la Arquitectura, que es mucho más que diseñar edificios y ponerlos en pie.
Onfray nos centra en un concepto que él llama “una escultura de sí mismo”. Nos empuja a convertir lo que creemos en un edificio vital que nos diferencie de los otros. No vale aquí el “todos los fuegos el fuego”, que diría Cortázar, porque no son “todos los hombre, el hombre”: la necesidad de ser individuo “aportante” a la sociedad de una voz que avance el sentir de uno y de todos es vital en los tiempos que corren. En palabras de Soren Kierkegaard, debemos buscar habitar nuestra propia choza y no el castillo de otro.
En esta articulación, ciertamente atractiva, de conceptos, hay uno que es para mí una de las grandes lecciones a poner en práctica ahora mismo: la máquina de transportar la voz. Consiste en oponer a “la razón mediática” “la razón mediológica” es decir, privilegiar la voz, la palabra por encima de la imagen, dar un ágora nueva donde el pueblo (de allí lo de popular) tenga una voz que se imponga a la tiranía de lo que se ve, priorizando lo que se escucha, lo que se puede decir, invocando la necesidad irrenunciable de la persona y no su imagen.
Uno de los disfrutes con los que cuenta el texto, son los bocetos de Patrick Bouchain que ilustra y demuestra como estos conceptos que son varios (el jardín de Epicuro, el Circo, el Ágora) toman una forma concreta, son interpretados y puestos en pie por la mirada dinámica de un arquitecto. Bocetos que en unos años se podrán visitar y serán testigos tangibles de estas reflexiones que apuntan al centro de los grandes problemas de hoy: la falta de ganas de pensar, el borreguismo masificante que distorsiona la realidad.
En días como estos en los que la televisión nos repite hasta la saciedad los mismos argumentos huecos, Michel Onfray propone que el individuo sea escuchado de viva voz proyectando así el pensamiento popular, despojando al ser humano de su masificación alienante.
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