La nostalgia sobreviene siempre de súbito, cuando no la andas buscando. Me he levantado temprano esta mañana de sábado para escribir mientras mi familia duerme bajo las sábanas en este otoño que comienza a apoderarse de Madrid con la frialdad del invierno. Me conecto a Internet, recibo invitaciones de amistad de la comunidad de amigos Facebok y consiento por esta vez. Mi cuñada, Leica Ng, me manda fotos de mis sobrinos Elizabeth, pizpireta, de ojos vivos e inteligentes, luce una sonrisa de niña feliz, creativa, y Pablín, que mira a la cámara con divertida curiosidad, rollizo y sonriente. Tiene mucho de la cara de su tío, mi mamá me lo confirma por teléfono, y me alegro del parecido, sobre todo porque no tiene como yo a sus años la mirada triste. Ambos están sentados con el Coronel Sanders en un Kentuky Fried Chicken en Panamá, muy lejos del Madrid otoñal en el que vivo.
Mi memoria salta directamente a mis años de niño junto a mi hermano Pablo, ese ser que puebla las historias que le cuento de mi infancia a mi hija Lucía todas las noches. Y es que mi vida junto a Pablo, Pablito, da para muchas noches de risas y de nostalgias.
Mi memoria salta directamente a mis años de niño junto a mi hermano Pablo, ese ser que puebla las historias que le cuento de mi infancia a mi hija Lucía todas las noches. Y es que mi vida junto a Pablo, Pablito, da para muchas noches de risas y de nostalgias.
Fuimos dos, caminando por la Avenida Central con mi mamá, de "window shoping" y de visitas al Mc Donald's y fuimos dos corriendo sin parar por la casa de nuestra abuelita Chela salvando al mundo porque éramos Batman y Robin.
Fuimos dos los scouts, los jugadores de argolla india, sobre todo Pablo. Fuimos dos los que íbamos a la Iglesia en Villa Cáceres cuando las cosas parecían eternas. Fuimos dos cuando invadieron Panamá y fuimos dos en mis momentos más difíciles.
De aquella memoria, de aquellos años, quedan un sin fin de recuerdos que necesitarían muchos artículos, muchos libros. Me sorprendió la infancia esta mañana de otoño, me ha visitado el recuerdo, me ha enganchado el corazón unas ganas locas de ir a Panamá para abrazar a mi mamá y a mi hermano y a sus hijos, mis sobrinos. Bendito invento este de Internet, así puedo verles crecer aunque me pierda sus besos y sus preguntas, aunque su voz no me llame por la calle tío y me devuelvan así mi nombre.
Fuimos dos y lo somos, aunque halla entre nosotros un océano de distancia.