Hace unas semanas pasamos nuestra Luna de Miel por tierras granadinas. Mi mujer Marga Collazo y yo elegimos el viaje, nos dimos el sí quiero y nos la pasamos por aquellas tierras, comiendo bien, bebiendo buen vino, y disfrutando de la belleza de los monumentos de esta tierra que guarda en sus entrañas el cuerpo del gran Federico García Lorca, a la sazón, uno de los favoritos de mi mujer.
Andando por Granada nos encontramos con una brillante idea gastronómica: un restaurante apto para celiacos, sin gluten ni lácteos, del cual se puede comer muy barato porque todo es para llevar. Vamos, un restaurante apto para todos. Lo regentan unas amables inglesas que tienen cara de buena gente. Además, te enseñan a cocinar toda esa comida tan sana. El sitio en cuestión se llama El piano.
Marga y yo pasamos por allí con ganas de comer y una muchacha al vernos con cara de búsqueda hambrienta salió con un volante y nos preguntó si conocíamos el restaurante. Contesté que no y le pasé el volante a Marga que leyó “bolitas de Panamá”. “¿Cómo son?”. “Qué”, respondí, “Las bolitas de Panamá que pone aquí” me dijo mi mujer. Me quedé intrigado. Cuando uno sabe que el 95% de los españoles, elegirían Costa Rica antes que Panamá para su Luna de miel o un viaje a Centro América, se queda intrigado ante la posibilidad de que alguien cocine cualquier cosa que se llame Panamá.
Entré y dije que era panameño y pregunté cómo eran esas bolitas con el nombre de mi país. Describo lo que se me dijo: “son una bolitas de harina de maíz, con albahaca, granos de maíz y guindilla”. La muchacha me dijo que me regalaba una por ser de Panamá. La probé, estaba buena pero no recuerdo (ayúdenme todos a recordar) haberla comido nunca en mi vida. No era una torrejita, ni una empanada de maíz, nada de eso. Era una “bolita de Panamá”, como las “Panama Jack”, o como los “sombreros Panamá”, que nada tienen que ver con nosotros. Incluso si buscan una revista literaria en la web, “Invierno en Panamá”, se darán cuenta de que lo único panameño que tiene es el nombre. Muy poco se conoce de Panamá.
¿Quién remediará esto? En la Exposición Universal (tengo fotos) había cuatro sombreros y tres molas como quien dice. Triste. Y esa gente, según me informan, fue por su cuenta hasta Zaragoza sin ayuda apenas del gobierno. Cuando Enrique Jaramillo-Levi estuvo por acá por España presentando sus dos nuevos libros, dije delante del Embajador panameño y la agregada cultural, que la mejor manera de dar conocer a Panamá es apoyando escritores, haciendo posible su difusión en Europa. La agregada me dijo medio molesta que ella sí se mueve porque había invitado a mucha gente a la presentación (sobraron sillas, muchas) que compartía nuestro escritor con Carlos Cortés, novelista tico.
Panamá no es conocida por acá. La gente, mucho ignorante puede ser, me pregunta cómo está la cosa, si los gringos siguen o si el Canal ya lo devolvieron. Nadie difunde imágenes turísticas de nuestro país, nadie pone en circulación la idea turística que hay que poner en la mente de los europeos: “Panamá es el mejor destino de América Latina”. Nadie lo hace. Aun así nos encontramos con “bolitas de Panamá” y con gente que quiere visitar “mi” país por ser yo de allí, no por nada más. Mucha “Panamá defendida”, mucho nacionalismo “ombliguista” pero el gobierno ni hace nada por nuestro turismo, ni por sus escritores, ni por la cultura. La mejor manera de defender Panamá es darla a conocer, no condenarla al ostracismo turístico. Argumenten los aludidos lo que quieran: en la calle, si preguntamos a cien españoles por Panamá, o a cien europeos, seguro que un 80% no nos ubicaría en el mapa, ni mucho menos iría a visitarnos pero, seguro, que se pondrían un sombrero, se comprarían una botas y se comerían una “bolita de Panamá”, lo más cercano que llegaran a conocernos, por mucho que defendamos Panamá, por mucho que nos empeñemos en ser puente del mundo, por mucho que deseemos ser corazón del universo.
Andando por Granada nos encontramos con una brillante idea gastronómica: un restaurante apto para celiacos, sin gluten ni lácteos, del cual se puede comer muy barato porque todo es para llevar. Vamos, un restaurante apto para todos. Lo regentan unas amables inglesas que tienen cara de buena gente. Además, te enseñan a cocinar toda esa comida tan sana. El sitio en cuestión se llama El piano.
Marga y yo pasamos por allí con ganas de comer y una muchacha al vernos con cara de búsqueda hambrienta salió con un volante y nos preguntó si conocíamos el restaurante. Contesté que no y le pasé el volante a Marga que leyó “bolitas de Panamá”. “¿Cómo son?”. “Qué”, respondí, “Las bolitas de Panamá que pone aquí” me dijo mi mujer. Me quedé intrigado. Cuando uno sabe que el 95% de los españoles, elegirían Costa Rica antes que Panamá para su Luna de miel o un viaje a Centro América, se queda intrigado ante la posibilidad de que alguien cocine cualquier cosa que se llame Panamá.
Entré y dije que era panameño y pregunté cómo eran esas bolitas con el nombre de mi país. Describo lo que se me dijo: “son una bolitas de harina de maíz, con albahaca, granos de maíz y guindilla”. La muchacha me dijo que me regalaba una por ser de Panamá. La probé, estaba buena pero no recuerdo (ayúdenme todos a recordar) haberla comido nunca en mi vida. No era una torrejita, ni una empanada de maíz, nada de eso. Era una “bolita de Panamá”, como las “Panama Jack”, o como los “sombreros Panamá”, que nada tienen que ver con nosotros. Incluso si buscan una revista literaria en la web, “Invierno en Panamá”, se darán cuenta de que lo único panameño que tiene es el nombre. Muy poco se conoce de Panamá.
¿Quién remediará esto? En la Exposición Universal (tengo fotos) había cuatro sombreros y tres molas como quien dice. Triste. Y esa gente, según me informan, fue por su cuenta hasta Zaragoza sin ayuda apenas del gobierno. Cuando Enrique Jaramillo-Levi estuvo por acá por España presentando sus dos nuevos libros, dije delante del Embajador panameño y la agregada cultural, que la mejor manera de dar conocer a Panamá es apoyando escritores, haciendo posible su difusión en Europa. La agregada me dijo medio molesta que ella sí se mueve porque había invitado a mucha gente a la presentación (sobraron sillas, muchas) que compartía nuestro escritor con Carlos Cortés, novelista tico.
Panamá no es conocida por acá. La gente, mucho ignorante puede ser, me pregunta cómo está la cosa, si los gringos siguen o si el Canal ya lo devolvieron. Nadie difunde imágenes turísticas de nuestro país, nadie pone en circulación la idea turística que hay que poner en la mente de los europeos: “Panamá es el mejor destino de América Latina”. Nadie lo hace. Aun así nos encontramos con “bolitas de Panamá” y con gente que quiere visitar “mi” país por ser yo de allí, no por nada más. Mucha “Panamá defendida”, mucho nacionalismo “ombliguista” pero el gobierno ni hace nada por nuestro turismo, ni por sus escritores, ni por la cultura. La mejor manera de defender Panamá es darla a conocer, no condenarla al ostracismo turístico. Argumenten los aludidos lo que quieran: en la calle, si preguntamos a cien españoles por Panamá, o a cien europeos, seguro que un 80% no nos ubicaría en el mapa, ni mucho menos iría a visitarnos pero, seguro, que se pondrían un sombrero, se comprarían una botas y se comerían una “bolita de Panamá”, lo más cercano que llegaran a conocernos, por mucho que defendamos Panamá, por mucho que nos empeñemos en ser puente del mundo, por mucho que deseemos ser corazón del universo.