Para estos tiempos que corren los desocupados lectores son los menos. Todo el mundo va de aquí para allá con prisa, todos estamos muy liados, muy ocupados, muy preocupados e incluso algunos muy vacunados contra la lectura. En estos años de crisis leer se ha convertido en todo un lujo. Nadie baja los precios de los libros pero benditas sean las bibliotecas. Cualquier cosa menos desocupado lector querido Don Miguel. Pero también es cierto que hoy, 23 de abril de 2009, es una fecha para darse un lujo, un libro de bolsillo (quizás), una relectura de nuestro escritor favorito (mejor no gastar), o, para los vacunados contra la lectura, verse alguna de las tantas versiones cinematográficas del Quijote. Habría que instituir la tradición, algo así como a “Semana Santa” literaria y poblar por una vez en el año la programación de las cadenas de televisión con las vidas de santos escritores y sus obras transformadas en celuloide, del bueno o del malo, como pasa con la vida de Jesucristo. Dicho esto, Cervantes nos da las pistas para seguir leyendo, para seguir creyendo en esta liturgia de la mentira verosímil. En su famoso Prólogo al Quijote, Miguel Cervantes nos da la clave de la lectura del Quijote: “porque todo él es una invectiva contra los libros de caballerías”. “Para vengarse” como nos dijo un día Francisco Casavella, se escriben novelas, para ajustarle las cuentas a una realidad que molesta, que estorba, para generar una nueva y posible. Cervantes quería reírse de esas novelas y pide consejo a un amigo imaginario. Aprovecha para vengarse de su “querido” Lope de Vega y el sentido de “venganza” cobra profundidad en este prólogo sobre cómo escribir el prólogo. Burla, farsa, un carnaval de letras para reírse de todos. El amigo verosímil de Cervantes le da la idea que buscaba para comenzar su personal venganza: “vos mesmo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas; y cuando no lo hayan sido y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan y murmuren desta verdad, no se os dé dos maravedís, porque, ya que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribistes”. Seguimos jugando: inventarse los poemas laudatorios, continuar con la farsa, con la risa, dejando toda la solemnidad de las novelas de la época en un intento de auto bombo y vanagloria perversa. Lope, que ganaba en aquellos días la carrera de la fama pierde para siempre la del Olimpo de los dioses literarios puesto que él solo es un dios menor pero Cervantes es nuestro Zeus (algunos me discutirán, hacedlo), el santo patrono de los mentirosos en negro sobre blanco. Por muy solemnes que sean las novelas que escribamos, por muy rebuscadas, grises y profundas que se nos antojen no son más que un maravilloso juego, un juego que transforma actitudes, que nos hace crecer como seres humanos pero un brillante juego como el que seguía el siglo pasado Borges que citaba libros imposibles y autores prestigiosos que solo existían en la biblioteca imaginaria pero posible del gran escritor argentino. Y nadie le cortó la mano a Borges aunque más de un pedante ha sido sorprendido en el juego y ha asegurado haber leído las obras o las biografías de los inexistentes autores. Hay cosas que no cambian. Así pues, ocupadísimo lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este día del libro fuera el más hermoso, el más florido e indiscreto que pudiera imaginarse. “Y con esto Dios te dé salud y a mí no olvide. Vale”. Pues vale, Don Miguel.