El edificio del Archivo de Colonia, “La memoria”, como conocían al edificio sus vecinos, se derrumbó el pasado 3 de marzo. Quedaron sepultados varios kilómetros de documentos, valiosísimos todos ellos, bajo los escombros, entre ellos el recientemente adquirido archivo del escritor alemán Heinrich Böll. La culpa, al parecer, la han tenido las obras de ampliación del Metro de la ciudad.
La familia del escritor alemán había decidido que en “La memoria” estarían más seguros pero, cosas de la vida, el edificio se vino abajo sepultando entre tantas cosas el diploma que recibiera Böll de manos del Rey de Suecia por el Nobel de Literatura. Aquello me conmovió, tanto escribir, tanto trajinar con las letras para que al final, el máximo galardón al que se puede aspirar termine sepultado bajo los escombros del progreso, en una suerte de “pérdida de la memoria” haciendo honor al sobrenombre del edificio.
Hans Schnier, el maravilloso personaje de Böll en Opiniones de un payaso (1963), dijo “soy un payaso y colecciono momentos”. Al leer la noticia me sentí igual y recordé el viejo libro y me quedé pendiente de la pérdida del valioso diploma, como un payaso con un nuevo momento para guardar. Porque para muchos recordar, guardar los momentos, visitarlos de cuando en cuando, es una soberana payasada y algo así le pasa al bueno de Hans en la novela del alemán que murió en 1985. Nada es lo que parece: ni los amigos, ni la política, ni la religión, ni el matrimonio. Todo falla. Incluso la seguridad de los documentos como le pasó a la familia del novelista.
El pasado 17 de abril me llegó la noticia de que, entre las ruinas de la memoria se encontró el diploma de Böll. Me alegré mucho del hallazgo y me pareció que la vida tiene esos pequeños momentos felices que unos cuantos payasos podemos coleccionar.
Me di cuenta que me alegraba por algo intangible, por algo que yo no podría ver jamás, mucho menos obtener por mucho que escribiera, y decidí teclear el nombre del alemán en la red. Después de mucho dar vueltas terminé en la Fundación Nobel en cuya página se muestran los distintos diplomas de los premiados en todas las categorías. Vi el de Neruda, el de Darío Fo y para mi sorpresa estaba también el de Heinrich Böll.
Los diplomas son hechos a mano, me enteré luego, y los ilustradores, que usan las mismas técnicas que en la Edad Media, tienen pocas semanas para repasar la obra del ganador y plasmarla en una escena, en un dibujo. Me sorprendió, aunque no tendrían ya por qué sorprenderme las casualidades literarias, que el motivo que ilustra el diploma de Böll fuera un payaso. Una obra de arte. Podrían haber escogido cualquier otro de sus personajes o cualquier otro aspecto de su biografía pero decidieron que fuera el eterno payaso que es Hans Schnier, que colecciona momentos. Entonces me sentí más payaso, más lector, más coleccionista de momentos. Entonces tomé ese momento y, como termina la novela de Nobel alemán, “volví a ponerlo en su sitio y seguí cantando”.
La familia del escritor alemán había decidido que en “La memoria” estarían más seguros pero, cosas de la vida, el edificio se vino abajo sepultando entre tantas cosas el diploma que recibiera Böll de manos del Rey de Suecia por el Nobel de Literatura. Aquello me conmovió, tanto escribir, tanto trajinar con las letras para que al final, el máximo galardón al que se puede aspirar termine sepultado bajo los escombros del progreso, en una suerte de “pérdida de la memoria” haciendo honor al sobrenombre del edificio.
Hans Schnier, el maravilloso personaje de Böll en Opiniones de un payaso (1963), dijo “soy un payaso y colecciono momentos”. Al leer la noticia me sentí igual y recordé el viejo libro y me quedé pendiente de la pérdida del valioso diploma, como un payaso con un nuevo momento para guardar. Porque para muchos recordar, guardar los momentos, visitarlos de cuando en cuando, es una soberana payasada y algo así le pasa al bueno de Hans en la novela del alemán que murió en 1985. Nada es lo que parece: ni los amigos, ni la política, ni la religión, ni el matrimonio. Todo falla. Incluso la seguridad de los documentos como le pasó a la familia del novelista.
El pasado 17 de abril me llegó la noticia de que, entre las ruinas de la memoria se encontró el diploma de Böll. Me alegré mucho del hallazgo y me pareció que la vida tiene esos pequeños momentos felices que unos cuantos payasos podemos coleccionar.
Me di cuenta que me alegraba por algo intangible, por algo que yo no podría ver jamás, mucho menos obtener por mucho que escribiera, y decidí teclear el nombre del alemán en la red. Después de mucho dar vueltas terminé en la Fundación Nobel en cuya página se muestran los distintos diplomas de los premiados en todas las categorías. Vi el de Neruda, el de Darío Fo y para mi sorpresa estaba también el de Heinrich Böll.
Los diplomas son hechos a mano, me enteré luego, y los ilustradores, que usan las mismas técnicas que en la Edad Media, tienen pocas semanas para repasar la obra del ganador y plasmarla en una escena, en un dibujo. Me sorprendió, aunque no tendrían ya por qué sorprenderme las casualidades literarias, que el motivo que ilustra el diploma de Böll fuera un payaso. Una obra de arte. Podrían haber escogido cualquier otro de sus personajes o cualquier otro aspecto de su biografía pero decidieron que fuera el eterno payaso que es Hans Schnier, que colecciona momentos. Entonces me sentí más payaso, más lector, más coleccionista de momentos. Entonces tomé ese momento y, como termina la novela de Nobel alemán, “volví a ponerlo en su sitio y seguí cantando”.