Así fueron las cosas: Julio se bajó de su Fafner y me tendió la mano para presentarse: “Julio Cortázar” me dijo y le contesté que lo sabía y le quise presentar a mi mujer pero dormía. “¿No serás el fantasma de las literaturas pasadas?” le pregunté a bocajarro y me dijo que la Navidad no había llegado todavía y que aquel artículo sobre Dickens tenía que haberlo escrito mejor pero que no, que él no era ningún fantasma, “que los hay” agregó, con su acento afrancesado, y que él ya no celebraba literaturas. En su Fafner no había nada más que un montón de libros. “Tenés que descargarlos todos” me dijo y le pregunté que si quería tomar algo, “luego, descargá los libros”. Me subí al Fafner y había una montaña de ellos. El corazón me latía rápido y corría el riesgo de despertar a mi mujer a la que recordaba dormida a mi lado pero que ahora ya no estaba: sólo veía libros y más libros.
Comencé a descargarlos a puñados, a tirarlos sin mirar los títulos pero siempre miraba, “La invención de Morel” , “El túnel”, “Los miserables”, “El Quijote”, “Lolita”, y yo seguía sacando libros como loco, sudaba, los empujaba con las manos, luego los pateaba hacia afuera pero no dejaba de estar lleno el Fafner y Julio me dijo “Sísifo” y yo temblé porque le contesté “dime”, y por un segundo pensé que me encontraba atrapado en la mitología más vulgar y moderna que imita a los griegos.
“Tengo que recoger a un tal Lucas por la carretera rumbo a la ciudad de Luz” me dijo, “date prisa” y yo me la daba pero nada. “Julio, ayúdame que no puedo yo solo” y se río y me dijo que lo dejara que ya metería al tal Lucas donde pudiera. Me bajé del Fafner y me pidió que le dejara un disco de Charlie Parker y le pregunté departe de Manuel Vilas que porqué no llamaba por su nombre a Charlie en “El perseguidor”. “Por miedo a alcanzarle”, me contestó, “no habría sabido que decirle” y me di cuenta que se lo estaba inventando y que no me hablaba en serio. Le di el disco y le pedí que me dejara en mi casa antes de ir a recoger al tal Lucas. Me dijo que no le daba tiempo y que me sentara en la acera a esperar.
Cuando desperté con el claxon de Julio que se despedía de mí, mi mujer estaba sentada en la penumbra riéndose. “Estabas escarbando o qué” me preguntó, “me despertaste con tus movimientos raros”. Le dije que Cortázar me había pedido que le descargara unos libros del Fafner y ella me dijo que dejara de leer tanto, que esa tarde un Cronopio se había colado en casa y que no supo que explicarle a la vecina del tercero que estaba allí para tomar café y se llevó un susto de muerte. Me reí de la vecina y me desperté en la oscuridad de mi noche de verdad. A mi lado mi mujer dormía tranquila y yo me senté en la cama para anotar el sueño. Me levanté y la verdad es que no me extrañó verlo allí: el libro de cuentos de Cortázar abierto por “El perseguidor”. Fui al mueble de los cedés y busqué el de Charlie Parker a ver si estaba y efectivamente no lo encontré. Espero que Julio me lo devuelva pronto.
Comencé a descargarlos a puñados, a tirarlos sin mirar los títulos pero siempre miraba, “La invención de Morel” , “El túnel”, “Los miserables”, “El Quijote”, “Lolita”, y yo seguía sacando libros como loco, sudaba, los empujaba con las manos, luego los pateaba hacia afuera pero no dejaba de estar lleno el Fafner y Julio me dijo “Sísifo” y yo temblé porque le contesté “dime”, y por un segundo pensé que me encontraba atrapado en la mitología más vulgar y moderna que imita a los griegos.
“Tengo que recoger a un tal Lucas por la carretera rumbo a la ciudad de Luz” me dijo, “date prisa” y yo me la daba pero nada. “Julio, ayúdame que no puedo yo solo” y se río y me dijo que lo dejara que ya metería al tal Lucas donde pudiera. Me bajé del Fafner y me pidió que le dejara un disco de Charlie Parker y le pregunté departe de Manuel Vilas que porqué no llamaba por su nombre a Charlie en “El perseguidor”. “Por miedo a alcanzarle”, me contestó, “no habría sabido que decirle” y me di cuenta que se lo estaba inventando y que no me hablaba en serio. Le di el disco y le pedí que me dejara en mi casa antes de ir a recoger al tal Lucas. Me dijo que no le daba tiempo y que me sentara en la acera a esperar.
Cuando desperté con el claxon de Julio que se despedía de mí, mi mujer estaba sentada en la penumbra riéndose. “Estabas escarbando o qué” me preguntó, “me despertaste con tus movimientos raros”. Le dije que Cortázar me había pedido que le descargara unos libros del Fafner y ella me dijo que dejara de leer tanto, que esa tarde un Cronopio se había colado en casa y que no supo que explicarle a la vecina del tercero que estaba allí para tomar café y se llevó un susto de muerte. Me reí de la vecina y me desperté en la oscuridad de mi noche de verdad. A mi lado mi mujer dormía tranquila y yo me senté en la cama para anotar el sueño. Me levanté y la verdad es que no me extrañó verlo allí: el libro de cuentos de Cortázar abierto por “El perseguidor”. Fui al mueble de los cedés y busqué el de Charlie Parker a ver si estaba y efectivamente no lo encontré. Espero que Julio me lo devuelva pronto.
Artículo publicado en Calidoscopio.net
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