Diez años de cuento dan para mucho. Yo quiero despedir el año de los diez años de Páginas de Espuma hablando de un libro que con mucho cariño recibí de manos de Juan Casamayor: Caleidoscopio. Es una celebración en imágenes y textos de todos los cómplices de la vida de una editorial imprescindible que pasará a la historia del siglo XXI literario como uno de los referentes en lo relativo al cuento hispanoamericano. Al cuento como género, que ya bullía por todas partes devorándolo todo, dejando de ser patrimonio exclusivo de los latinoamericanos y conquistaba escritores da acá de España, le faltaba un puerto, una casa, un sitio en el que materializarse, en el que hacerse tangible y, hete aquí, nace Páginas de Espuma y el verbo se hizo libro y habitó entre nosotros.
Recuerdo aun la expectación y la alegría de estar en El Círculo de Bellas artes asistiendo a la presentación de una antología del nuevo cuento español: Pequeñas Resistencias 1. Lo saco de la estantería donde comparte espacio con sus otros hermanos de género y editorial. Le soplo en el cogote con cariño y una nubecilla de polvo me recuerda que debo frecuentarlo más. Abro y en la primera página escribí en su día: “Regalo de Juan Casamayor, el día del bautizo de la obra: 25/10/02” me impresiona el recuerdo que había olvidado. Qué importante es escribir aunque sólo sean fechas.
Y desde ese día hasta hoy cuantas cosas buenas han ocurrido, cuantas otras no tan buenas pero todas ellas jalonadas por los libros de Páginas de Espuma: La antología de Clara Obligado “Por favor sea breve” que regalé en Panamá durante un programa de televisión, la multitudinaria presentación de “Amenábar, vocación de intriga” o la entrañable y graciosísima presentación de “El pez volador” la brillante antología de Javier Sáez de Ibarra que me descubrió la persona primero y luego al escritor tan grande que es Hipólito G. Navarro. Y al final, luego de tantas cosas, me llega vía “El Placer de la Lectura”, “Pequeñas resistencias 5” y vía “La Biblioteca Imaginaria” “Lo inolvidable” de Eduardo Berti.
Una década da para mucho, ya lo he dicho, y con los libros pasa que se van convirtiendo en jirones de amor o de dolor (que diría Ricardo Miró, poeta panameño), en trozos de memoria e hitos históricos que delimitan los territorios del recuerdo. Me voy dando cuenta que en esta casa en la que vivo, rodeado de mis chicas y libros, muchos tienen el sello de Páginas de Espuma y sitúan mi biografía en lugares concretos, en momentos fundamentales de la existencia. El más grande, el día que pasamos con la pequeña Aitana por la editorial. Juan nos obsequio a Marga y a mí con “El jardín japonés” de Antonio Ortuño y con la “Antología hispánica del cuento Beatle” además de “La máquina de languidecer”, de Ángel Olgoso, tres textos de los que hablaremos en 2011.
Pero para mí, hay una dimensión que me gustaría resaltar de este acontecimiento que se llama Páginas de Espuma: la humana. Hay que decir, y no lo digo sólo yo, son muchos los que lo hacen, que básicamente, sin alharacas ni peloteos, que Juan y Encarni son gente maravillosa, buena. Todos lo confiesan y hay que repetirlo. Pero junto a ellos, como se ve en las fotos de Caleidoscopio, la gente que allí se retrata, es gente como ellos. Unas líneas para aquellos con los que me he cruzado lo sepan ellos o no.
A José María Merino mi vergüenza no me permitió “entrarle” durante la Feria del libro de Madrid. Juan me dijo dónde estaba firmando y me fui para allá pero nunca me acerqué. Cosas del directo. En una glorieta de estas, seguro que coincidimos y espero no ser de nuevo un fugitivo
A Clara Obligado le ofrecí mi mano caballerosa para bajar del escenario del Salón de Columnas de El Círculo de Bellas Artes en el último festival Eñe. Una de esas personas inteligentes trabajadoras y de la que tengo más libros de lo que creía. Con ella y con lo que hace no se puede ser breve, aunque te lo pidan por favor.
A Fernando Iwasaki me lo presentó un día Jorge Eduardo Benavides y alguna vez hemos coincidido. Te ríes con sus textos y me aseguran que también con él en directo. Su “Ajuar funerario” casi me mata de risa y de buena literatura.
A Andrés Neuman le conocí hace años y quise que fuera a Panamá para la Feria del Libro de 2003. Me fui a Granada para invitarle. No pudo ser, pero su talento literario y “El viajero del siglo” le llevaron hasta allí. En el último minuto, su “Alumbramiento” me vino que ni pintado para regalárselo a Marga cuando Aitana aun la habitaba.
Recuerdo aun la expectación y la alegría de estar en El Círculo de Bellas artes asistiendo a la presentación de una antología del nuevo cuento español: Pequeñas Resistencias 1. Lo saco de la estantería donde comparte espacio con sus otros hermanos de género y editorial. Le soplo en el cogote con cariño y una nubecilla de polvo me recuerda que debo frecuentarlo más. Abro y en la primera página escribí en su día: “Regalo de Juan Casamayor, el día del bautizo de la obra: 25/10/02” me impresiona el recuerdo que había olvidado. Qué importante es escribir aunque sólo sean fechas.
Y desde ese día hasta hoy cuantas cosas buenas han ocurrido, cuantas otras no tan buenas pero todas ellas jalonadas por los libros de Páginas de Espuma: La antología de Clara Obligado “Por favor sea breve” que regalé en Panamá durante un programa de televisión, la multitudinaria presentación de “Amenábar, vocación de intriga” o la entrañable y graciosísima presentación de “El pez volador” la brillante antología de Javier Sáez de Ibarra que me descubrió la persona primero y luego al escritor tan grande que es Hipólito G. Navarro. Y al final, luego de tantas cosas, me llega vía “El Placer de la Lectura”, “Pequeñas resistencias 5” y vía “La Biblioteca Imaginaria” “Lo inolvidable” de Eduardo Berti.
Una década da para mucho, ya lo he dicho, y con los libros pasa que se van convirtiendo en jirones de amor o de dolor (que diría Ricardo Miró, poeta panameño), en trozos de memoria e hitos históricos que delimitan los territorios del recuerdo. Me voy dando cuenta que en esta casa en la que vivo, rodeado de mis chicas y libros, muchos tienen el sello de Páginas de Espuma y sitúan mi biografía en lugares concretos, en momentos fundamentales de la existencia. El más grande, el día que pasamos con la pequeña Aitana por la editorial. Juan nos obsequio a Marga y a mí con “El jardín japonés” de Antonio Ortuño y con la “Antología hispánica del cuento Beatle” además de “La máquina de languidecer”, de Ángel Olgoso, tres textos de los que hablaremos en 2011.
Pero para mí, hay una dimensión que me gustaría resaltar de este acontecimiento que se llama Páginas de Espuma: la humana. Hay que decir, y no lo digo sólo yo, son muchos los que lo hacen, que básicamente, sin alharacas ni peloteos, que Juan y Encarni son gente maravillosa, buena. Todos lo confiesan y hay que repetirlo. Pero junto a ellos, como se ve en las fotos de Caleidoscopio, la gente que allí se retrata, es gente como ellos. Unas líneas para aquellos con los que me he cruzado lo sepan ellos o no.
A José María Merino mi vergüenza no me permitió “entrarle” durante la Feria del libro de Madrid. Juan me dijo dónde estaba firmando y me fui para allá pero nunca me acerqué. Cosas del directo. En una glorieta de estas, seguro que coincidimos y espero no ser de nuevo un fugitivo
A Clara Obligado le ofrecí mi mano caballerosa para bajar del escenario del Salón de Columnas de El Círculo de Bellas Artes en el último festival Eñe. Una de esas personas inteligentes trabajadoras y de la que tengo más libros de lo que creía. Con ella y con lo que hace no se puede ser breve, aunque te lo pidan por favor.
A Fernando Iwasaki me lo presentó un día Jorge Eduardo Benavides y alguna vez hemos coincidido. Te ríes con sus textos y me aseguran que también con él en directo. Su “Ajuar funerario” casi me mata de risa y de buena literatura.
A Andrés Neuman le conocí hace años y quise que fuera a Panamá para la Feria del Libro de 2003. Me fui a Granada para invitarle. No pudo ser, pero su talento literario y “El viajero del siglo” le llevaron hasta allí. En el último minuto, su “Alumbramiento” me vino que ni pintado para regalárselo a Marga cuando Aitana aun la habitaba.
A Poli lo conocí en “Tres rosas amarillas”, como no, y por “El Pez volador”. Un ser de cercanías, lleno de humor y de alegría, que desde el primer momento me metió en su bolsillo. Al buen entendedor no le hacen falta dieciocho cuentos por muy breves e ipsofácticos que sean.
A Juan Carlos Méndez Guédez lo conocí de la mano de Jorge Eduardo Benavides también y nos vemos por allí y por allá. Un tipo con una literatura hermosa, con una apostura que invita a la conversación tranquila y a no despedirse tan pronto de míster Salinger.
A Ana María Shua la conocí cuando estuvo por acá presentando su libro de microficciones completas que pesa lo suyo. Una mujer entrañable y lúcida en su literatura. Cazadora de letras con quien da ganas de no clausurar la temporada de fantasmas nunca.
A Eduardo Berti le conocí en el bar María Pandora de Madrid por un asunto de cuentos. Volví a coincidir con él cuando fuimos con Aitana a la editorial y hace unos días atrás pudimos reconocernos y le entrevisté. Un gran conversador, un escritor preciso y brillante que convierte lo inolvidable en materia literaria de primer orden.
Y al final, Juan y Encarni. Recordando cómo les conocí me encontré con el dato. Resulta que traía yo el manuscrito de “Luminoso tiempo gris” de Enrique Jaramillo Levi desde Panamá y días después del 11S. Sería una entrega en mano para agilizar las cosas. Hice escala en República Dominicana y, como no podía ser de otra manera, lo perdí en medio del caos. Mi primera comparecencia en la editorial fue para disculparme con él por el extravío y desde ese día hasta hoy. Nos hemos vito en presentaciones, en las ferias o en la editorial. En cada encuentro me han ofrecido su mejor sonrisa, su cercanía y la alegría no exenta de sus luchas, la alegría de personas que están viviendo el sueño que persiguieron. Han conseguido que todos volvamos a la playa de la Literatura para ver al mar abrirse y cerrase como un libro de páginas de espuma.
El ciclo que abrió Pequeñas Resistencias y que cierra diez años después, abre, en una paradoja de esas que le gustaban a Cabrera Infante, una puerta para que esperemos grandes cosas del cuento y de Páginas de Espuma que, seguro, estará allí, como el dinosaurio, dentro de diez años más.
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