Saludé a Eduardo Berti el pasado mes de mayo en el María Pandora de Madrid después de la presentación de un libro. Tono cordial, cercano, me agradeció con un apretón de manos unas palabras amables durante el acto sobre “Trentacuentos”, una antología de cuentos de distintos autores que reseñé y en la cual él participa. “Soy seguidor de tu blog” le comenté, ¿Sí? ¿Quién eres? Di mi nombre y “ah sí”, recordó el apellido, me agradeció seguirle virtualmente, celebramos el “conocimiento carnal” (no bíblico aunque eso no sería hoy ningún problema) y nos despedimos con la alegría sincera por esos encuentros no planeados y siempre celebrados como una proeza de la divinidad, por lo menos yo. En estos días ando bebiéndome a sorbitos “La vida imposible”, su colección de microrelatos. Nuestro encuentro, breve, me caló hondo como sus microficciones y espero que la amistad, como la vida, no sea imposible.
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