“Sal” no es una novela, es un artilugio literario en formato de libro que contiene una de las cosas más interesantes que se puede leer: la historia de un fracaso. Estas novelas, las buenas, las carga el diablo y no les sale el tiro por la culata al autor. Urbano Expósito, ya con cuarenta, se confiesa como una persona que no ha hecho nada en la vida. Una serie de “posposiciones” vitales le llevan al estado en que s encuentra al momento de narrar su vida. Es guionista pero de la mano de la Simondebovuá va a dar el salto a la novela para justificar, como dice en un momento de la novela, que “vivimos para buscarnos” y eso espera Urbano: explicarse y explicar su vida, su mundo, su gente.
Manuel García Rubio firma “Sal” (Lengua de Trapo, 2008), una novela que la llamaremos así por situarla en un género concreto. Anatomía de una fracaso, canto a una vida, García Rubio nos guía de la mano de Urbano y este a su vez acompañado de su particular Beatriz (la Simondebovuá), por un artefacto de ficción que es a la vez clase de escritura creativa, crítica de cine, panfleto contra lo establecido y sobre todo arrebatadoramente vitalista aunque esta novela-guión de cine esté rodada en blanco y negro.
García Rubio nos enreda, juega con nosotros nos desespera, nos pierde y nos vuelve a encontrar y en cada vuelta de hoja, en cada paso de capítulo, nos invita a seguir con una sonrisa cómplice, con el ánimo de contar sólo con los lectores pacientes, con los que confían en la buena literatura. Todo se precipita hacia el final. Hay que seguir, no desmayarse y al final veremos como que el desenlace nos diluye en una sensación líquida e imprevisible.
Urbano es cualquiera de nosotros (Urbano de urbe, expósito de adoptado, de abandonado y recogido), por ello, por esa cercanía de sueños y fracasos que todos llevamos encima, cualquiera de nosotros, cualquiera de vosotros, podemos vernos reflejados en algún momento dado de la novela. “Sal somos y en sal habremos de convertirnos” dice Julián Avellaneda, el traidor, a Urbano dando cuenta de que al final todos, los que ganan o los que pierden, tendremos un mismo destino. Buscadlo al final de la novela.
En estos días de crisis vamos a hacer dos cosas en esta reseña: en primer lugar reivindicar como profesión que debe ser debidamente remunerada el “alquilarnos para charlar”. Selmo, hermano de Urbano, se alquila para charlar y le tumba el negocio a Graciela, en un maravilloso alarde de ingenio para afrontar la crisis, para vivir una nueva aventura. Lo otro que haremos es poner la publicidad de esta web en la página 265 y 266 de “Sal”. Lean la novela y sabrán a lo que nos referimos. Fin del descanso.
Lo errático de su arranque expresa, lo inconexo de sus historias al principio, no son más que una metáfora de la erraticidad de la vida, de sus múltiples comienzos, de sus salidas en falso, de sus dichos rotundos que después tenemos que desdecir. “Sal” es la vida contada por alguien que desea vivirla, que no quiere dejar de intentarlo hasta la última gota de aliento, alguien que a pesar que le ha vencido el tiempo se embarca en una nueva película, en una nueva novela de aventuras y desventuras como es esta que elector debe leer con urgencia antes que se le diluya el tiempo. En el caso de Urbano es el encuentro con una mujer “mistress” Gladstone, la que va a cambiar el rumbo de las cosas.
Llegados a este punto cualquier cosa que pueda parecerles una novela al uso, una novela cualquiera, es una quimera. Con “Sal” estamos ante una máquina de contar irreverente, que desafía al lector a seguir leyendo a seguir buscando para que al final de la novela todo termine en… léanla: sus 510 páginas, más la página de créditos, no tienen desperdicio. Encajan a la perfección cuando por fin el aparato hace clic y todo cobra sentido y todo se diluye. Cuarentainueve capítulos llenos de guiños (hay uno a la película El graduado, búsquenlo), de complicidades y sobre todo de muy buena literatura. Miguel García Rubio nos invita con esta novela a evaluarnos, a seguir adelante por los sueños que tenemos que cumplir y nos advierte de que no los dejemos, que somos sal y en sal nos convertiremos todos. Y nos diluiremos
Manuel García Rubio firma “Sal” (Lengua de Trapo, 2008), una novela que la llamaremos así por situarla en un género concreto. Anatomía de una fracaso, canto a una vida, García Rubio nos guía de la mano de Urbano y este a su vez acompañado de su particular Beatriz (la Simondebovuá), por un artefacto de ficción que es a la vez clase de escritura creativa, crítica de cine, panfleto contra lo establecido y sobre todo arrebatadoramente vitalista aunque esta novela-guión de cine esté rodada en blanco y negro.
García Rubio nos enreda, juega con nosotros nos desespera, nos pierde y nos vuelve a encontrar y en cada vuelta de hoja, en cada paso de capítulo, nos invita a seguir con una sonrisa cómplice, con el ánimo de contar sólo con los lectores pacientes, con los que confían en la buena literatura. Todo se precipita hacia el final. Hay que seguir, no desmayarse y al final veremos como que el desenlace nos diluye en una sensación líquida e imprevisible.
Urbano es cualquiera de nosotros (Urbano de urbe, expósito de adoptado, de abandonado y recogido), por ello, por esa cercanía de sueños y fracasos que todos llevamos encima, cualquiera de nosotros, cualquiera de vosotros, podemos vernos reflejados en algún momento dado de la novela. “Sal somos y en sal habremos de convertirnos” dice Julián Avellaneda, el traidor, a Urbano dando cuenta de que al final todos, los que ganan o los que pierden, tendremos un mismo destino. Buscadlo al final de la novela.
En estos días de crisis vamos a hacer dos cosas en esta reseña: en primer lugar reivindicar como profesión que debe ser debidamente remunerada el “alquilarnos para charlar”. Selmo, hermano de Urbano, se alquila para charlar y le tumba el negocio a Graciela, en un maravilloso alarde de ingenio para afrontar la crisis, para vivir una nueva aventura. Lo otro que haremos es poner la publicidad de esta web en la página 265 y 266 de “Sal”. Lean la novela y sabrán a lo que nos referimos. Fin del descanso.
Lo errático de su arranque expresa, lo inconexo de sus historias al principio, no son más que una metáfora de la erraticidad de la vida, de sus múltiples comienzos, de sus salidas en falso, de sus dichos rotundos que después tenemos que desdecir. “Sal” es la vida contada por alguien que desea vivirla, que no quiere dejar de intentarlo hasta la última gota de aliento, alguien que a pesar que le ha vencido el tiempo se embarca en una nueva película, en una nueva novela de aventuras y desventuras como es esta que elector debe leer con urgencia antes que se le diluya el tiempo. En el caso de Urbano es el encuentro con una mujer “mistress” Gladstone, la que va a cambiar el rumbo de las cosas.
Llegados a este punto cualquier cosa que pueda parecerles una novela al uso, una novela cualquiera, es una quimera. Con “Sal” estamos ante una máquina de contar irreverente, que desafía al lector a seguir leyendo a seguir buscando para que al final de la novela todo termine en… léanla: sus 510 páginas, más la página de créditos, no tienen desperdicio. Encajan a la perfección cuando por fin el aparato hace clic y todo cobra sentido y todo se diluye. Cuarentainueve capítulos llenos de guiños (hay uno a la película El graduado, búsquenlo), de complicidades y sobre todo de muy buena literatura. Miguel García Rubio nos invita con esta novela a evaluarnos, a seguir adelante por los sueños que tenemos que cumplir y nos advierte de que no los dejemos, que somos sal y en sal nos convertiremos todos. Y nos diluiremos
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