Una novela sobre los años brutales de la adolescencia. “Dar cera pulir cera”, escribe el autor y ya estamos enmarcadas temporalmente: los ochentas. Esa es la historia detrás de la brillante novela de Kiko Amat “Rompepistas”, Anagrama 2009, y que tiene como título el nombre de su protagonista, un joven feo, miope, con una familia desestructurada y que vive los ochentas como su década prodigiosa en un barrio del extrarradio barcelonés.
Un texto el de Amat, al que llamaremos “onomatopéyico”, lleva de paseo al lector por los escenarios de aquella adolescencia triste, punk y llena de amistades raras, profundas y casi eternas. El aparato novelístico hace “clic” y luego “bum” y en las manos del lector estallan sentimientos de todos los colores y hacia todas las direcciones de sus protagonistas.
Frases brillantes, metáforas urbanas y argot del barrio hacen de esta novela un testimonio literario de aquella generación en la que todos estaban condenados a fracasar pero que triunfaron aquellos supieron resistir, escapar y no olvidar.
Rompepistas está enamorado de Clareana una mujer de armas tomar que además forma parte del grupo punk del protagonista “Las duelistas” pero pierde el amor de esta. ¿Qué pasó, ¿recuperó el amor de esta? Hay que ir detrás de Rompepistas para que él mismo lo cuente, nos lleve hasta allí y nos permita oler, ver y escuchar el fondo y la atmósfera de una historia contada con esmero técnico y con una emocionalidad brutal que nos eleva y nos deja caer en este mar de sentimientos que es “Rompepistas”.
Todo arranca camino de un entierro. Vienen los recuerdos, nos vamos con la memoria al principio de todo y poco a poco lloramos, reímos o nos sentimos atrapados en varios test bizarros que los protagonistas se plantean unos a otros. La búsqueda de los sueños, la amistad la familia desestructurada, la ternura de los padres o el viejo abuelo de protagonista hacen que esta novela un viaje al corazón tenebroso de unos años asfixiantes para el protagonista: su adolescencia.
Kiko Amat aprovecha todos los recuerdos comunes para hacernos ver su historia, canciones, series de televisión de la época, dibujos animados, comics de aquí o de fuera y sobre todo el uso constante y acertado sin cargar de la onomatopeya o de la pronunciaron del argot escrita como suena para que el lector esté correctamente orientado y saboree los diálogos nada convencionales de esta historia.
Tiene de acierto esta novela muchas cosas pero una de las que más destacaríamos es el hecho de que el narrador, desde el principio, nos dice mira, huele, escucha, sumergiéndonos así ya no sólo en la lectura si no al paseo con el narrador.
En algunos momentos el protagonista y narrador nos despista, se queda con nosotros, nos dice en una escena una cosa para luego confesar que no lo dijo así, aun que quería hacerlo, pasando luego a relatar el hecho concreto. Amat ha con seguido que este libro, este artefacto que hace “bum” funcione con perfección suiza, tic tac, tic tac” y cuando menos lo esperamos todos saltamos por los aires de las emociones bien dibujadas y muy bien equilibradas sin ser ni cursi ni soez.
Al final el autor nos ofrece una amplio inventario de la música de “Rompepistas” e incluso elabora una lista de la música que escuchó mientas la escribía. Así nos damos cuenta que muchos conceptos e ideas vienen de esas canciones e incluso la estructura narrativa obedece a la manera de escribir canciones. Fraseo corto, directo, bloques de escenas breves, como si de un boxeador técnico se tratase, Amat va ganando con su novela toda la pelea a los puntos pero al final termina noqueando de alegría por la buena literatura al lector.
Mucho humor en la peripecia de Rompepistas que recuerda bastante al Jorge Castro de una novela panameña (Los juegos de la memoria) que también es feo pero resultón y cuyas historias en relación con el barrio son tan tristes algunas o tan brutales otras que arrancan del lector una sonrisa que mitigue lo amargo de la circunstancia.
Cuando terminen de leer esta novela querrán más, querrán seguir leyendo más de Kiko Amat, un autor adictivo, que tiene mucho más que decirnos y del que ya esperamos una próxima entrega.
Un texto el de Amat, al que llamaremos “onomatopéyico”, lleva de paseo al lector por los escenarios de aquella adolescencia triste, punk y llena de amistades raras, profundas y casi eternas. El aparato novelístico hace “clic” y luego “bum” y en las manos del lector estallan sentimientos de todos los colores y hacia todas las direcciones de sus protagonistas.
Frases brillantes, metáforas urbanas y argot del barrio hacen de esta novela un testimonio literario de aquella generación en la que todos estaban condenados a fracasar pero que triunfaron aquellos supieron resistir, escapar y no olvidar.
Rompepistas está enamorado de Clareana una mujer de armas tomar que además forma parte del grupo punk del protagonista “Las duelistas” pero pierde el amor de esta. ¿Qué pasó, ¿recuperó el amor de esta? Hay que ir detrás de Rompepistas para que él mismo lo cuente, nos lleve hasta allí y nos permita oler, ver y escuchar el fondo y la atmósfera de una historia contada con esmero técnico y con una emocionalidad brutal que nos eleva y nos deja caer en este mar de sentimientos que es “Rompepistas”.
Todo arranca camino de un entierro. Vienen los recuerdos, nos vamos con la memoria al principio de todo y poco a poco lloramos, reímos o nos sentimos atrapados en varios test bizarros que los protagonistas se plantean unos a otros. La búsqueda de los sueños, la amistad la familia desestructurada, la ternura de los padres o el viejo abuelo de protagonista hacen que esta novela un viaje al corazón tenebroso de unos años asfixiantes para el protagonista: su adolescencia.
Kiko Amat aprovecha todos los recuerdos comunes para hacernos ver su historia, canciones, series de televisión de la época, dibujos animados, comics de aquí o de fuera y sobre todo el uso constante y acertado sin cargar de la onomatopeya o de la pronunciaron del argot escrita como suena para que el lector esté correctamente orientado y saboree los diálogos nada convencionales de esta historia.
Tiene de acierto esta novela muchas cosas pero una de las que más destacaríamos es el hecho de que el narrador, desde el principio, nos dice mira, huele, escucha, sumergiéndonos así ya no sólo en la lectura si no al paseo con el narrador.
En algunos momentos el protagonista y narrador nos despista, se queda con nosotros, nos dice en una escena una cosa para luego confesar que no lo dijo así, aun que quería hacerlo, pasando luego a relatar el hecho concreto. Amat ha con seguido que este libro, este artefacto que hace “bum” funcione con perfección suiza, tic tac, tic tac” y cuando menos lo esperamos todos saltamos por los aires de las emociones bien dibujadas y muy bien equilibradas sin ser ni cursi ni soez.
Al final el autor nos ofrece una amplio inventario de la música de “Rompepistas” e incluso elabora una lista de la música que escuchó mientas la escribía. Así nos damos cuenta que muchos conceptos e ideas vienen de esas canciones e incluso la estructura narrativa obedece a la manera de escribir canciones. Fraseo corto, directo, bloques de escenas breves, como si de un boxeador técnico se tratase, Amat va ganando con su novela toda la pelea a los puntos pero al final termina noqueando de alegría por la buena literatura al lector.
Mucho humor en la peripecia de Rompepistas que recuerda bastante al Jorge Castro de una novela panameña (Los juegos de la memoria) que también es feo pero resultón y cuyas historias en relación con el barrio son tan tristes algunas o tan brutales otras que arrancan del lector una sonrisa que mitigue lo amargo de la circunstancia.
Cuando terminen de leer esta novela querrán más, querrán seguir leyendo más de Kiko Amat, un autor adictivo, que tiene mucho más que decirnos y del que ya esperamos una próxima entrega.
No hay comentarios:
Publicar un comentario