Antonio Vega es un viejo conocido. Fue en una cinta de casete hace años. Ya parecía triste entonces y me llené de sus poemas descarnados y me dejé llevar por esa tristeza perpetua de los genios, de los que están de verdad obsesionados con lo que hacen. “La chica de ayer” y muchas más se fueron acercando al recién llegado de Panamá y los que me frecuentaban señalaban esa puerta que era Antonio.
Pero a Antonio Vega, que es literatura, me unió para siempre, como me sucede desde que llegué a España hace tantos años, una casualidad literaria. Me casé con Marga Collazo y Antonio le compuso un disco que me pone una cifra que espeluzna por ser redonda, por su virtual alcance: 3000 noches sin Marga. Le dije que esperaba que fueran más aunque él no me escuchara pero se lo dije. Y más aun, me compuso una canción “Pasa el otoño”: él sabía bien que a mí me gusta esa de las cuatro estaciones y que mi vida está en Madrid para siempre junto a Marga en más de 3000 noches.
No superó Antonio la pérdida de su Marga y se sumergió en la noche definitiva de su ausencia y ya no supo más de sí, más que lo que otros le decíamos desde cualquier parte, ¡genio!, ¡grande!, ¡maestro!, ¡amigo! Pero él no escuchaba ya, se había marchado tras el “Ángel de Orión” habiéndose convencido de que su vida estaba con la mujer que se había ido por los caminos ahora infinitos del recuerdo triste.
Ahora ya no importan los excesos de ayer, ni las tristezas, ni las terribles consecuencias de todo aquello. Hoy queda para la memoria su música su “Chica de ayer" que a pesar del pretérito es eterna presente y cotidiana para tantos. Queda hoy “El sitio de mi recreo” como un lugar común para tantos amantes y para mí el otoño que pasa en Madrid con el deseo de vivir más de 3000 noches con mi Marga que es de “Seda y hierro” y con las ganas no satisfechas de haberle dado un abrazo a Antonio para decirle que ya tengo sus canciones guardadas y que aquel poema que me prestó funcionó a la perfección. Ahora que ya no está lo único que queda es la música y la poesía.
Pero a Antonio Vega, que es literatura, me unió para siempre, como me sucede desde que llegué a España hace tantos años, una casualidad literaria. Me casé con Marga Collazo y Antonio le compuso un disco que me pone una cifra que espeluzna por ser redonda, por su virtual alcance: 3000 noches sin Marga. Le dije que esperaba que fueran más aunque él no me escuchara pero se lo dije. Y más aun, me compuso una canción “Pasa el otoño”: él sabía bien que a mí me gusta esa de las cuatro estaciones y que mi vida está en Madrid para siempre junto a Marga en más de 3000 noches.
No superó Antonio la pérdida de su Marga y se sumergió en la noche definitiva de su ausencia y ya no supo más de sí, más que lo que otros le decíamos desde cualquier parte, ¡genio!, ¡grande!, ¡maestro!, ¡amigo! Pero él no escuchaba ya, se había marchado tras el “Ángel de Orión” habiéndose convencido de que su vida estaba con la mujer que se había ido por los caminos ahora infinitos del recuerdo triste.
Ahora ya no importan los excesos de ayer, ni las tristezas, ni las terribles consecuencias de todo aquello. Hoy queda para la memoria su música su “Chica de ayer" que a pesar del pretérito es eterna presente y cotidiana para tantos. Queda hoy “El sitio de mi recreo” como un lugar común para tantos amantes y para mí el otoño que pasa en Madrid con el deseo de vivir más de 3000 noches con mi Marga que es de “Seda y hierro” y con las ganas no satisfechas de haberle dado un abrazo a Antonio para decirle que ya tengo sus canciones guardadas y que aquel poema que me prestó funcionó a la perfección. Ahora que ya no está lo único que queda es la música y la poesía.