Francisco Ayala se ha marchado hoy dejando tras de sí una vida dedicada a las letras. Una vida larga en la que fue testigo de tantas cosas y tiempo le dio a escribir lo que quería. Recuerdo la primera vez que le leí, “La cabeza del cordero”, esos relatos tan desconcertantes y creadores de un mundo sujeto a la propia estética. De ese libro, el Proemio que lo abre es una joya de actualidad, un manifiesto de estética personal, de rebeldía literaria. Lo escribió cuando era joven, hace cincuenta años en Buenos Aires.
Francisco Ayala siempre se me antojó en ser venido del pasado para decirme a mí que la generación del 98, la del 27 la del cincuenta, existieron más allá de las letras, que fueron de carne y hueso. La única vez que le vi en Madrid tuve miedo de acercarme, no por nada extraño sino porque no sabía que decirle a un testigo del pasado, a alguien que venía de allí y podía contarlo.
Ahora queda leerle más. Su sillón “Z” queda vacante y es elocuente que sea la última letra del alfabeto. Él era así, humilde, sin necesidad de fotos y relevancias pasajeras. Era un hombre, según los que le conocieron, sencillo, trabajador y honesto. Adiós a una figura de las letras, maestro e hito indiscutible de las letras españolas.
Francisco Ayala siempre se me antojó en ser venido del pasado para decirme a mí que la generación del 98, la del 27 la del cincuenta, existieron más allá de las letras, que fueron de carne y hueso. La única vez que le vi en Madrid tuve miedo de acercarme, no por nada extraño sino porque no sabía que decirle a un testigo del pasado, a alguien que venía de allí y podía contarlo.
Ahora queda leerle más. Su sillón “Z” queda vacante y es elocuente que sea la última letra del alfabeto. Él era así, humilde, sin necesidad de fotos y relevancias pasajeras. Era un hombre, según los que le conocieron, sencillo, trabajador y honesto. Adiós a una figura de las letras, maestro e hito indiscutible de las letras españolas.
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